Formación Permanente – Español 2022
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El dinamismo Trinitario en la Consagración Misionera
de San Daniel Comboni
P. Carmelo Casile
La vida del misionero comboniano es vida con la Trinidad, es un testimonio y una proclamación de la experiencia del Misterio de Dios-Trinidad (RV 46).
Al mismo tiempo, esta experiencia del Misterio de Dios-Trinidad es el principio y modelo de vida comunitaria, al cual el Espíritu Santo ha llamado a los Misioneros Combonianos a través de la inspiración originaria del Fundador (RV 36), quien concibió el Instituto como “un cenáculo de apóstoles”.
Por lo tanto, la experiencia del Misterio de Dios-Trinidad culmina en la vida del “cenáculo”, entendido y vivido como una familia trinitaria, es decir, en una actitud de paternidad, filiación, fraternidad abierta a la universalidad.
De hecho, San D. Comboni nos introduce en este ideal de vida al involucrarnos en su experiencia del Misterio del Amor de Dios-Trinidad, que quiere que todos los hombres se salven (ver 1Tim 2,4).
Entró en el dinamismo del Misterio de este Amor el día de su Bautismo y comenzó a sumergirse cada vez más en él, cuando sobre las rodillas de su madre aprendió a hacer la señal de la Cruz (E 342), balbuceando el Nombre que es Padre e Hijo y Espíritu Santo. Avanzó por este camino, manteniendo sus ojos fijos en Jesús Crucificado, entendiendo así cada vez mejor lo que significa un Dios que murió en la Cruz para la salvación del mundo (véase E 2720).
Comboni vivió esta experiencia en su interioridad, a lo largo del camino de su vida, como una levadura en la vida cotidiana, hasta que en el evento carismático del 15 de septiembre de 1864 la manifestó ante la Iglesia y el mundo con acentos claros e intensos.
Al mismo tiempo, enriqueció esta experiencia, cultivando un afecto sincero y profundo a la Sagrada Familia de Nazaret, donde Jesús, María y José forman una Tríada Santísima (ver E 5805), una imagen luminosa de la Trinidad en la tierra, y así podía profundizar la experiencia de Dios-Trinidad, respirando el aire saludable que proviene de ella.
Así podemos decir que la Trinidad es principio y modelo que está en los cimientos de la vida y la obra de san Daniel Comboni.
1. El acontecimiento carismático de 15 de septiembre de 1864: E 2742-2743; 4799
Daniel Comboni ha vivido intensamente el dinamismo Trinitario de su consagración misionera. En él la Trinidad es realidad de fe vivida: es relación amorosa con las Tres Personas Divinas, que se concretiza en un empeño fuerte a ser siervo de los pueblos de África, para introducirlos en este Reino de Amor.
En la vida de Comboni este constante intercambio de relación con cada una de las Tres Personas, llega a su máxima intensidad en el acontecimiento carismático de 15 de septiembre de 1864 en el contexto de una experiencia fuerte de oración.
Comboni llegó por primera vez a Roma en septiembre de 1859 proveniente de África, de regreso, enfermo, de su primer viaje misionero. En esta circunstancia, entra por primera vez en la basílica del Vaticano, que guarda debajo de su cúpula la tumba de S. Pedro. El joven misionero, bajo el peso de las pruebas de la primera experiencia apostólica, trae en su corazón orante aquella África por la cual ya había suspirado desde hace mucho tiempo “con más ardor que una pareja de fervientes enamorados suspiran por el momento de su boda” (E 3) y que ahora, después de haberla encontrado, no puede abandonar a su suerte.
Los sufrimientos que afligen África descritos en la Introducción del Plan, pesan como peñascos sobre su corazón de supérstite de la primera dolorosa experiencia «bajo la “prensa” de la viña africana» (cf. E 2751) y desafían su fidelidad: «Una niebla de misterio envuelve todavía hoy aquellas remotas regiones que Africa, en su vasta extensión, encierra… mas los peligros de todo tipo y las dificultades insuperables… mermaron sus fuerzas y sembraron entre ellos el desánimo… haciéndoles abandonar la empresa…» (E 2741).
El 15 de septiembre de 1864 Comboni se encuentra de nuevo sobre la tumba de S. Pedro “en espera orante”. Es, en efecto, un retorno efectuado en el momento de sus “más cálidos suspiros por aquellas desventuradas regiones” (E 2754), que ciertamente constituye un momento determinante en su vida y que puede ser definido como “bautismo de fuego” o “Pentecostés personal” del Apóstol de la Nigrizia.
En efecto, junto a la tumba de San Pedro se verificó el primer encuentro de Africa nueva con la Iglesia de Cristo justamente en el corazón y en la mente de Comboni, en cuanto el tormentoso camino de la Nigrizia alimentaba su meditación y su oración. Del Plan, pues, nacido de esta oración, ha nacido toda obra comboniana y surgió de ella el renacimiento de la Misión de África Central. El mismo dirá más tarde que, en cuanto se encontraba aquel día en la basílica de S. Pedro, “como un relámpago me iluminó la idea de proponer para la cristianización de los pobres negros un nuevo Plan, cuyos puntos me vinieron de lo alto como una inspiración” (E 4799).
Movido por el fervor de esa iluminación, Comboni se fue pronto a su residencia, se encerró en el cuarto y allí trabajó “60 horas seguidas”. El contenido de esta iluminación lo formuló en la introducción a la I edición del Plan (Turín, diciembre 1864, p. 3-4):
“El católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo, encorvados bajo el yugo de Satanás y al borde del más horrendo precipicio.
Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón; y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas bárbaras tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos” (E 2742).
Se trata del así llamado “texto privilegiado”, en el cual Comboni muestra en la Trinidad las misteriosas Fuentes, que dan origen y sustentan su amor “tan tenaz y persistente” para África hasta el sacrificio de su propia vida. El profundo “sentido de Dios” vivido habitualmente por Comboni, por primera y única vez se hace comunicación de vida sobre el Misterio Trinitario en íntima conexión con su pasión misionera.
Este texto constituye el acta de “testimonio” de un “acontecimiento carismático”, que configura definitivamente su vida misionera. Es, en efecto, el testimonio de su participación en el Misterio de Dios-Trinidad, es la “confesión de la Trinidad” por él vivida, que da explicación de su “ímpetu” misionero.
La formulación del texto, en efecto, tiene el sabor de una comunicación personal, de la puesta en común de una experiencia mística, en la cual “el católico” (= Comboni) manifiesta aquella revelación interior, que garantiza que “los puntos le vinieron de lo Alto, como una inspiración”. En ella trasluce “el Todo” que da la razón de su dedicación total a la causa misionera entre los pueblos de Africa central (cf. RV 2-3).
2. Dinámica de la relación de Comboni con las Tres Personas divinas
En esta comunicación, Comboni nos transmite el acontecimiento carismático fundamental de su vida como “consagración” sin reservas a la Nigrizia con una configuración perfectamente trinitaria.
Comboni, de hecho, arrebatado en oración, se encuentra como envuelto en el dinamismo histórico-salvífico del Misterio Trinitario que le trasciende y al mismo tiempo le habilita para una precisa tarea apostólica.
El dinamismo Trinitario vivido por Comboni es originado por la acción del Espíritu Santo, que actúa a través del misterio de la Cruz, punto culminante de la historia del Amor Trinitario.
Tal historia tiene como punto de partida la iniciativa del Padre que quiere abrazar en su amor también a los negros de África central, se manifiesta en plenitud en el Corazón Traspasado del Crucificado y regresa hacia el “común Padre arriba en cielo… sentado en su eternidad” (E 2742 y 2754), esto es, hacia el Amor “fontal” y final de cada vida humana.
El Amor Trinitario, y crucificado también para los Africanos, vivido por Comboni, sigue el siguiente itinerario: en el Espíritu desde el Padre por medio del Hijo hacia el Padre. La “virtud divina”, el Espíritu Santo salido del Corazón del Traspasado sobre el Gólgota, fluye vitalmente en la actividad cotidiana del misionero haciéndole una cosa sola con el amor de Jesús para los Africanos, y así trabaja únicamente para llevar de nuevo la Nigrizia a la comunión con el “común Padre arriba en el cielo”, o sea trabaja “para la eternidad” (cf. Reglas 1871, Cap. X).
en el Espíritu
La persona divina que envuelve a Comboni en el dinamismo Trinitario es el Espíritu Santo, el cual irrumpe dentro de la espera orante del antiguo amor crucificado de Comboni para la infeliz Nigrizia como fuerza creadora, como “Luz que le viene de lo Alto”. Al “católico”, iluminado de lo Alto, el Espíritu Santo revela su propia fuente en el Corazón Traspasado de Cristo, del cual se derrama como “ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado… fuerza divina que parece empujar al católico hacia aquellas bárbaras tierras…”.
desde el Padre
Gratificado por el don de la Fe mediante la “Luz que le viene de lo Alto”, entre las ruinas de tantas esperanzas acabadas en ceniza, Comboni “el católico” “mira” la miseria de la Nigrizia a través de la mirada del “común Padre”. Esta mirada le hace tomar conciencia del misterio del sufrimiento y de la piedad de Dios-Padre para sus hijos africanos y, por tanto, de recibir de este Padre “una miríada infinita de hermanos encorvados y gimiendo bajo el yugo de Satanás”.
Comboni, en la oración, ha percibido en su corazón el eco del sufrimiento del Padre. El “común Padre”, que es el Altísimo, no sufre por sí mismo: él sufre movido por su amor de “Padre de todas las gentes”, amor que le impide permanecer inactivo ante la dramática situación de la Nigrizia.
La visión de la miseria de la Nigrizia a través de la mirada del “común Padre” provoca la generosidad del “católico” y le pide una respuesta que nazca de su libre y personal decisión.
por medio del Hijo
El Espíritu Santo, suscita y sostiene la respuesta de Comboni introduciéndole en la intimidad del Corazón de Cristo. El Corazón Traspasado sintetiza el evento de la Cruz: es el amor de Dios, “común Padre arriba en el cielo”, que motiva la muerte de Jesús para la salvación también de la Nigrizia. Sobre el Calvario, la Cruz se torna instrumento y señal perenne del amor salvífico que eternamente brota del corazón del Padre.
La segunda Persona de la SS. Trinidad, por tanto, es vivida por Comboni como encuentro íntimo con aquel Corazón tomado en el vientre de la Virgen y Traspasado sobre la Cruz, del cual emana la divina Llamarada. Alcanzado por esta divina Llamarada, Comboni hace una nueva experiencia de sí mismo como misionero sintiéndose envuelto por la realidad inconmensurable del amor de Dios-Padre encarnado en Cristo, de manera que se torna el “católico (…) empujado por el ímpetu de aquella caridad”. Así, para Comboni la Cruz es señal del amor personal del Padre para él mismo y expresión clara de la oferta de salvación en Cristo que Dios quiere llevar por medio de él a los pueblos de África.
Entonces, esta “divina Llamarada de caridad encendida en la falda del Gólgota”, acelera los latidos del corazón de Comboni, le transmite “el ímpetu”, le transporta y le empuja a “estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos”.
Por tanto, la experiencia de esta “divina Llamarada” es determinante en la vida de Comboni. En ella él percibe de manera nueva a sí mimo y la obra de la regeneración de África. Desde este momento los latidos del Corazón de Jesús para la Nigrizia y la misma Nigrizia configuran su personalidad misionera y su dedicación incondicional en una relación nupcial y martirial. La pasión de Jesús para el africano se encarna y se expresa a través del corazón de Comboni.
A la luz de la beata Trinidad, el apóstol de la Nigrizia reconoce en los Africanos hermanos suyos a los cuales tiene que comunicar finalmente el evento salvífico del Traspasado-Resucitado y en el mismo tiempo hermanos suyos en los cuales se esconde el rostro de Cristo en uno de los más desconcertantes misterios, que es justamente aquel de la identificación de Jesús con los excluidos de la historia. Comboni, en efecto, se acerca a los Africanos, que desde hace siglos viven segregados de las otras razas, aferrado y empujado por el amor de Aquel que se declara presente en los “hermanos más pequeños” (cf. Mt 25, 40). Cristo Jesús, Verbo encarnado, “Hombre de los dolores” hasta la ignominia de la Cruz, se identifica y es reconocible en el rostro desfigurado de los hijos de Canaan. Comboni se entrega a los Africanos, porque reconoce y ama a Jesús en los últimos, en los “anatemizados”, esto es en los más lejanos: lejanos no sólo de la imagen de Dios, sino también de la imagen misma del hombre. En los negros oprimidos se le revela el rostro doliente y desfigurado del Crucificado, que fija su mirada sobre él y le llama a evangelizarlos y a trabajar por su progreso y por la supresión de la esclavitud.
hacia el Padre
Comboni vive la relación con Dios-Padre en la caridad del Corazón Traspasado de Jesús. La “Fuerza divina” que sale “del costado del Crucificado” eleva el orante a su fuente, esto es al misterio del “Amor fontal”, que es el “común Padre”, que espera el regreso al único redil del rebaño disperso de los Africanos.
Aferrado por el amor y por el dinamismo del Crucificado, él supera todo condicionamiento de la carne y de la sangre y ve la Nigrizia como “una miríada infinita de hermanos dice ‘de hermanos’ no de malditos por Dios pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo”. Viviendo en el dinamismo Trinitario, Comboni experimenta a un Dios Padre universal marcado por el sufrimiento de tantos hijos suyos, entre los cuales emergen los Africanos, y en el necesitado africano descubre a un hermano, uno que es como él en las cosas más verdaderas de la vida… pero que todavía no disfruta de la bendición del Padre que mana de la Cruz…, por lo cual necesita ser encaminado hacia Él.
Comboni, por tanto, vive la relación con Dios-Padre como la común fuente de vida y de destino y el origen de la salvación de todos los hombres. Este Padre, a través de su Hijo encarnado, muerto y resucitado, escucha el grito de aquella miríada de hijos que viven en África todavía “encorvados y gimiendo bajo el yugo de Satanás” y entra con todo su ser en la historia y en el dolor de ellos.
La experiencia de Dios como “común Padre” comprometido en la existencia personal de Comboni y en la vida de sus hermanos más abandonados hasta a la entrega de su propio Hijo, le impulsa a asumir esta misma historia y este dolor participando en él y haciendo “causa común”, aun con peligro de su propia vida (cf. DC ’91, 6.1).
El acontecimiento carismático fundamental de la vida del Daniel Comboni es, pues, claramente marcado por el Misterio Trinitario, que es misterio de la solidaridad divina con la historia y el dolor de los hombres; por esto se puede decir que “el carisma originario de la experiencia misionera de Comboni es sencillamente Trinitario”.
La confesión de la Trinidad contenida en el “texto privilegiado”, nos hace contemplar a un Comboni que “recuerda”, esto es “trae de nuevo a su corazón” la “pasión de la Nigrizia” y “su pasión por la Nigrizia”. En ese “memorial de su primer amor”, una “Fuerza divina”, esto es el Espíritu Santo, le saca de aquella “oscuridad misteriosa” que envolvía África y del miedo del pasado, durante el cual “peligros de todo género y obstáculos insuperables quebraron las fuerzas y sembraron el desánimo” entre los misioneros, le impulsa hacia una pura pérdida de sí ante Dios, infundiendo en él “el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota” y le compromete definitivamente en el dinamismo histórico salvífico del Misterio Trinitario. La Trinidad entra así en el exilio del mundo africano, para que este pueblo de exiliados entre en la patria de la comunión trinitaria.
En efecto, Comboni regresó a Roma el 29 de junio de 1867 y participó en la Basílica vaticana al Pontifical en la fiesta de S. Pedro; esta vez estaba presente no sólo con África en la mente y en el corazón, sino con África en la basílica, representada por 12 jóvenes africanas en un lugar distinto sobre una tribuna especial: liberadas de la esclavitud y bautizadas en el Nombre de la Trinidad, estaban ahora listas para partir a lado de Comboni a África con el grado de maestras.
La beatificación de Daniel Comboni, el 17 de marzo 1996, y su canonización, el 5 de octubre 2003, bajo la cúpula de la basílica vaticana junto a la tumba de S. Pedro, son eventos que nos permiten descubrir una profunda y providencial sintonía entre el acontecimiento carismático y su glorificación en la misma basílica, por la cual viene puesto entre los santos que la Iglesia venera. Es como un arco histórico que, iniciado en septiembre de 1859, es dinamizado por la experiencia trinitaria de 15 septiembre de 1864, se extiende hasta el 5 de octubre de 2003 y resume todas las vicisitudes combonianas bajo la insignia del dinamismo Trinitario en el cual Comboni se ha dejado arrebatar.
El día siguiente de los dos eventos se celebra la Eucaristía de acción de gracias en la misma basílica de S. Pedro. La nueva África nacida en el corazón de Comboni sobre la tumba de S. Pedro y regenerada mediante el sacrificio de su vida, está presente en la persona de Mons. Gabriel Zubeir Wako, arzobispo de Khartoum, hijo, discípulo y sucesor de Daniel Comboni en el episcopado, que preside y guía un numeroso grupo de personas, que representan los hijos y las hijas de la Iglesia Africana.
En este modo Daniel Comboni se hace presente una vez más en la Basílica de S. Pedro: rodeado de la Nigrizia regenerada, es testigo de la “omnipotencia de la oración”. En efecto, la oración y la entrega de su vida para la regeneración de África presentadas a Dios-Trinidad por intermedio del Apóstol Pedro han sido atendidas y están fructificando para alabanza y gloria de la Trinidad, en cuyo dinamismo tuvo inicio la consagración misionera de Comboni para la regeneración de África Central.
La “Fuerza divina”, el Espíritu Santo, salido del Corazón del Traspasado sobre el Gólgota, continúa fluyendo por intercesión de san Daniel Comboni sobre la Nigrizia regenerada y ya parte de la “Familia de los hijos de Dios”, para conducirla hacia el “común Padre arriba en el cielo” y a la definitiva entrada en la comunión trinitaria.
PARA LA REVISIÓN DE VIDA
1. El dinamismo Trinitario de la consagración misionera de D. Comboni, ¿cómo y en qué medida inspira y configura la experiencia de tu vida de consagración misionera comboniana?
2. ¿En la vivencia de tu vida consagrada está presente la SS. Trinidad?
3. ¿Cómo vives y cómo se manifiesta en ti esta presencia?
4. Cuanto más se hace profundo el encuentro con Dios, tanto más resulta “personalizada” la relación con nuestros “familiares divinos”.
– En meditación, observa lo qué vives y cómo vives tu relación
a. con el Padre
b. con Jesús, el Señor
c. con el Espíritu Santo.