5º Domingo de Pascua (ciclo A)
Juan 14,1-12


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Lecturas

  • Primera lectura – Hechos 6, 1-7
    Escojan entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encargaremos este servicio. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
  • Segunda lectura – 1 Pedro 2, 4-9
    Ustedes, por el contrario, son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
  • Evangelio – Juan 14, 1-12
    No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. … Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto… Quien me ve a mí, ve al Padre… Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.

EN LA ULTIMA CENA

Para prepararnos a la plenitud del misterio en las próximas fiestas de la Ascensión y Pentecostés, los evangelios de estos domingos nos continúan presentando rasgos esenciales de la persona de Jesús. Hoy y el próximo domingo, los fragmentos evangélicos se han extraído del Sermón de la Ultima Cena de Jesús con los suyos, tal como explica el evangelio de Juan. Seguimos así una tradición de la Iglesia antigua que leía durante el tiempo pascual estos cinco capítulos joánicos, del 13 al 17. En ellos, Jesús mismo es quien da el sentido de su muerte, de su “paso” de Pascua. De ahí la importancia de estos fragmentos y su significación pascual. A nosotros nos debe llevar a mantener el rescoldo de alegría y celebración del núcleo de nuestra fe.

ME VOY, VOLVERÉ Y OS LLEVARÉ CONMIGO

Así podríamos resumir el largo mensaje de despedida de Jesús, del que leemos un fragmento muy significativo. Me voy. Es la conciencia de Jesús ante el Viernes Santo, primera parte del paso necesario para reencontrarse con el Padre en su casa. El camino de la cruz salvadora. Un camino que debe recorrer, como cualquier otra persona, pero un camino que por primera vez dejará de ser sin retorno. Volveré. Promesa de Jesús hecha realidad en las apariciones a los discípulos incrédulos.

Tomás asume el papel de portavoz de esta incredulidad. ¿Será posible completar el paso de Pascua, el retorno de la Vida? ¿Será posible que también nosotros, contra toda esperanza, podamos recorrer el mismo camino de vida? ¿No nos quedaremos irremisiblemente atrapados en la muerte? ¿Cómo lo hará para llevarnos consigo, y que estemos donde él está? Este Tomás que domingos atrás habíamos encontrado incrédulo ante el testimonio de las apariciones, ya antes, en la despedida de Jesús, había expresado en voz alta la duda fundamental. Así nos estaba representando a los que queremos transitar por el camino de la fe, concientes de nuestra realidad mortal.

YO SOY EL CAMINO, Y LA VERDAD, Y LA VIDA

Nadie va al Padre, sino por mí, es la respuesta de Jesús a Tomás y a nuestras dudas. No se trata de ninguna respuesta intelectual; es muy personal. La misma persona de Jesús es el Camino, el único camino de acceso al Padre, el único camino de salvación. En su Misterio Pascual ha estrenado el camino que lleva hacia la Verdad de Dios y el Hombre. El hombre sólo puede encontrar la Vida verdadera en él. La centralidad de Jesús es total. Él es el verdadero punto de referencia.

Es el camino de la fe que empieza por la aceptación de la propia realidad hecha de pecado y de muerte, y culmina por la aceptación de este Jesús que ha vuelto resucitado y que nos ha dejado su Espíritu para que ya desde ahora podamos vivir en la casa del Padre, en la Vida de Verdad. El Misterio Pascual reclama nuestro paso pascual hecho real por la fe…

Joan Torra
http://www.mercaba.org

El camino

Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de ellos?
Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos:”Que no se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. No lo han de olvidar nunca.
“Yo soy el camino”. El problema de no pocos no es que viven extraviados o descaminados. Sencillamente, viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.
Y, ¿qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? Si se acerca a Jesús, lo que encontrará no es una religión, sino un camino. A veces, avanzará con fe; otras veces, encontrará dificultades; incluso podrà retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.
“Yo soy la verdad”. Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. No todo se reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de la realidad.
Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede abrir a su Bondad.
“Yo soy la vida”. Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde el mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de vida nueva.
Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

Confiad en mí

En este V domingo de Pascua, el evangelio de Juan nos vuelve a situar en el cenáculo, en el momento posterior al lavatorio de los pies. Desde la experiencia pascual y para que ésta se sostenga y reafirme, los primeros creyentes necesitan recordar todas las palabras que habían escuchado en boca de Jesús mientras estaba con ellos y cuyo significado, en aquel momento, eran incapaces de comprender del todo.

Situados en el contexto podemos comprender que las primeras palabras de Jesús sean una invitación a mantener la calma. Igualmente los primeros creyentes, para quienes Juan escribe el evangelio, se ven necesitados de aprender a relacionarse de un modo nuevo con un Jesús no visible, pero Vivo y resucitado. Necesitan escuchar una vez más la invitación que éste tantas veces les hizo: “no perdáis la calma”.

También a nosotros nos llega hoy este llamamiento a no perder la paz. “Creed en Dios y creed también en mí. “Creed plenamente en mí y en mi palabra, porque aunque me voy, no os dejo. Porque el Padre y yo, que somos uno (cf. Jn 10, 30), estamos siempre con vosotros”. “Creer”, en este sentido, no es un movimiento meramente intelectual, sino la acción de depositar nuestra absoluta confianza en Jesús y vivir consecuentemente. Sólo de ahí puede brotar la verdadera calma. Aunque la vida siga trayendo dificultades, aunque no nos falten preocupaciones, aunque sigamos sintiendo miedo por tantas cosas… Jesús nos invita a no perder la paz que brota de la confianza plena en Quien, sabemos, no nos abandona.

“Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.” Hasta once veces (en doce versículos) pone Juan en boca de Jesús el término “Padre”, además de nombrarlo de otras maneras. En un contexto en el que nuestra atención está centrada en lo que Jesús hace y dice, éste desea desviar nuestra mirada y nuestro corazón hacia el Padre para ratificar que él todo lo ha recibido del Padre y que los dos son uno mismo. “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?”, le responde a un Felipe que pronuncia el deseo que todos se hacían: “Muéstranos al Padre y nos basta”.

Eso puede sucedernos también hoy a nosotros. Hemos escuchado y sabemos que Dios está en nosotros, que no hay que buscarle “más allá”… Pero este Misterio nos sobrepasa y nos confunde. Por eso Jesús nos lo recuerda una vez más. “Yo soy el camino hacia el Padre”. En él, con él y por él nosotros somos invitados a entrar en el abrazo de amor de la familia divina. “Conocerle” no es sólo progresar en el conocimiento de su vida, sus gestos y sus palabras. Se trata de un conocimiento vivencial, de entrar en mayor comunión con Jesús, de tener verdadera experiencia de encuentro y amistad con él.

“Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”Jesús repite, como consigna, el mismo imperativo que al principio: “creed”, “creed en mí”, “creedme”. “Creed que yo soy el camino, la verdad y la vida”. En este tiempo en el que miles de hermanos transitan por tantos caminos huyendo del horror; en el que todo lo nos llega de nuestros líderes parece bañado por la corrupción y la mentira; en el que nos alcanzan continuamente imágenes que muestran cómo la vida es devaluada; la certeza de que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida con mayúsculas alienta nuestra marcha como creyentes, alimenta nuestra esperanza y aviva nuestro compromiso. Si creemos en él, si se nos da vivir cada vez más en comunión con él, nuestro anuncio del Padre y su Reino no será sólo de palabra, sino también –como hacía Jesús- con obras. Obras, gestos, miradas, caricias, acompañamientos… que se convierten en los pequeños milagros cotidianos.

En el comienzo del evangelio Jesús habla de las “muchas estancias en la casa del Padre”. Estamos seguros de que, el día de mañana, cuando pasemos a vivir con él definitivamente, encontraremos su abrazo, su regazo para descansar plenamente. Pero si creemos de verdad que Dios Padre-Madre está aquí, a nuestro lado y que Jesús nos acompaña Vivo y resucitado, sabremos descubrir que nos espera ya en muchas “estancias”: la habitación de quien está enfermo en el hospital, en una residencia o quizás en casa; la de aquella persona conocida que sabemos sufre por alguna causa, o está sola; ese tramo de calle donde alguien suplica atención, ayuda, escucha; tantos espacios en los que levantamos muros y rejas para que el dolor hermano no nos salpique…

En todas estas “estancias” él también nos espera para abrazarnos. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores.” Así sea.

Inma Eibe, ccv
https://www.feadulta.com

Del miedo al valor de ser comunidad creativa
Romeo Ballan mccj

Las palabras del Evangelio de hoy tienen el sabor y la emoción de un testamento, que Jesús confía a sus discípulos después de la última cena, en las largas horas de la despedida (Jn 13,31-17,26). Son la preciosa enseñanza que Jesús deja a sus discípulos como herencia, pocas horas antes de entrar en su camino (v. 4.6): el camino de la cruz-muerte-resurrección. Testamento y herencia que, en la vida de todos, normalmente se vuelven efectivos tras la muerte del testador. El caso de Jesús es diferente: no es el testamento de un muerto, sino de un viviente. Con razón, la liturgia nos revela este testamento en los domingos después de Pascua y nos lo hace gustar como palabra viva del Resucitado. Ante todo, es una palabra de consuelo y de esperanza para la comunidad de los creyentes, para que no tiemble su corazón, sino que permanezcan fuertes en la fe (v. 1) y estén dispuestos a seguir los pasos del Maestro por el mismo camino: el camino hacia la Pascua, hacia la casa del Padre. La casa del Padre, sin embargo, no es inmediatamente el paraíso, sino ante todo la comunidad de los creyentes, donde también hay “muchas estancias” con un lugar para cada uno (v. 2-3); donde los sitios, los encargos y los servicios por cumplir son muchos; donde el sitio más importante es el que permite servir más y mejor a los demás.

Ayudarse como hermanos, lavarse los pies unos a otros (Jn 13,14), sin títulos de clase, honor, prestigio… Este era el ideal y el gran testimonio de la primera comunidad, en la cual había sí una diferencia, la única, reconocida por todos desde los comienzos: la diferencia en razón del servicio (o ministerio), requerido y brindado a la comunidad. Estamos ante un tema misionero apasionante. El mensaje del Evangelio de este domingo y las experiencias de la primera comunidad cristiana (I y II lectura) contienen luces preciosas para la misión de la Iglesia. El libro de los Hechos (I lectura) presenta un cuadro de dificultades típicas de la misión, concretas y frecuentes: se refieren al crecimiento numérico, al pluralismo cultural de la comunidad (v. 1: conflicto entre los de lengua griega y los de lengua hebrea, con consecuencias sociales y económicas), a la organización de la asistencia a los necesitados… Para encontrar la solución, se emplean criterios básicos para la buena marcha de la misión: amplia consulta en el grupo (v. 2), búsqueda de personas llenas de Espíritu y de sabiduría (v. 3.5), definición de los ministerios (v. 3.4.6). Así: los diáconos para la administración y los Doce Apóstoles para la oración y el servicio de la Palabra.

Hoy diríamos que la solución se encontró gracias a un ejercicio de la autoridad en forma sinodal: en la colegialidad y en la ministerialidad, que han permitido actuar con pluralismo cultural y con descentralización. La Iglesia de Jerusalén salió de aquel percance más madura, enriquecida con nuevas fuerzas para el apostolado, más abierta a las exigencias culturales de los diferentes grupos. Fue una solución creativa y ejemplar, que tuvo inmediatos efectos de irradiación misionera: “la Palabra de Dios iba cundiendo”, mientras crecía el número de discípulos de Jesús (v. 7). Se inscribe en este contexto también la insistencia del Papa Francisco sobre la oración por las vocaciones.

Soluciones de esa naturaleza son propias de un pueblo que San Pedro (II lectura) define real, santo, escogido por Dios (v. 9), llamado a acercarse al “Señor, la piedra viva” y, por tanto, un pueblo formado por “piedras vivas” (v. 4.5). Volvemos aquí al tema de los diferentes servicios en la casa de Dios: no es importante ser piedras de fachada o piedras escondidas en los cimientos. S. Daniel Comboni así lo recomendaba a sus misioneros para África: “El misionero trabaja en una obra de altísimo mérito, ciertamente, pero muy ardua y laboriosa, para ser una piedra escondida bajo tierra, que quizás nunca verá la luz, y que entra a formar parte de los cimientos de un nuevo y colosal edificio, que tan solo la posteridad verá surgir del suelo” (Reglas de 1871, Escritos, n. 2701). Lo que importa es formar parte de la comunidad de discípulos, contentos de ser pueblo, ser activos en el servicio a la misión de Cristo Salvador, acogedores y solidarios hacia las personas más alejadas, extranjeras, solas.

Jesús no ha venido a quitarnos el sufrimiento, sino a darnos valor para afrontar los miedos profundos de la enfermedad, el futuro, la soledad, la muerte… “Dios no ha venido a explicar el sufrimiento; ha venido a llenarlo con su presencia” (Paul Claudel). En la conversación con sus discípulos (Evangelio), Jesús los invita a no perder la tranquilidad ante las pruebas (v. 1). Los exhorta a creer en Él, que es “el camino, la verdad y la vida” (v. 6). Habla de su íntima unidad con el Padre, hasta el punto de que quien le ha visto a Él ha visto al Padre (v. 9). Jesús es el primer misionero del Padre: lo ha revelado y anunciado con la palabra y con las obras (v. 11). Surge aquí la pregunta fundamental para la misión: hoy, ¿a quién le toca revelar al Padre y revelar a Jesús, el Salvador del mundo? El desafío permanente del cristiano es poder decir: ¡quien ve mi vida y escucha mi palabra ve al Padre, ve a Cristo! Aquí tiene sus raíces y su fuerza de irradiación la responsabilidad misionera de todo bautizado.