
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
La ley del burro
Año A – Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor
Mateo 21,1-11 (bendición de los ramos)
Mateo 26,14-27,66 (pasión del Señor)
Con el Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor comenzamos la Semana Santa, también llamada Semana Mayor. Tras los cuarenta días de preparación, nos disponemos a celebrar el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús (Triduo Pascual). Un misterio tremendo e inefable, oscuro y luminoso, ante el que permanecemos atónitos, estupefactos e incrédulos: “¿Quién habría creído en nuestra revelación?” (Isaías 53,1). La Iglesia y sus hijos viven esta semana como un retiro espiritual, en íntima comunión con su Señor. El modo en que vivimos estos días es uno de los signos de la profundidad o no de nuestra fe.
Domingo de Ramos, la burra y su burrito
Este domingo tiene dos caras, dos partes bien diferenciadas. La primera: el rito de las palmas, seguido de la procesión, caracterizada por la alegría y el entusiasmo, signo profético del triunfo de la vida. La segunda: la Eucaristía, con el anuncio de la Pasión, marcada por la tristeza, el fracaso y la muerte.
Del Evangelio de la bendición de las palmas (Mateo 21,1-11), quisiera llamar la atención sobre dos de sus protagonistas: la multitud y el burro con su burrito. En primer lugar, la multitud que acompaña a Jesús en su entrada “triunfal” en Jerusalén, aclamándolo como el Mesías y causando alboroto en la ciudad: “Toda la ciudad estaba agitada y decía: “¿Quién es este hombre?”. Y la multitud respondía: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea””. Generalmente identificamos a esta multitud, presumiblemente formada principalmente por galileos, con la multitud que días más tarde exigiría la crucifixión de Jesús. Personalmente, considero esta identificación injusta e improbable. En una ciudad que, con sus suburbios, contaba con unos 100.000 habitantes y podía acoger hasta 200.000 peregrinos en Pascua, esta multitud de galileos, por otra parte considerada exaltada, acabaría naturalmente dispersándose, tal vez incluso decepcionada en sus expectativas mesiánicas sobre Jesús. La muchedumbre que pedía la muerte de Jesús, en cambio, era azuzada por las autoridades religiosas de la ciudad y estaba formada, sin duda, por ciudadanos judíos. En cualquier caso, una “fe” alimentada por un entusiasmo fácil y ambiguo siempre resulta efímera y fundada en las arenas del sentimiento.
La mesianidad de Jesús exige un profundo cambio de mentalidad. Por eso Jesús se remonta a una profecía mesiánica olvidada, que presenta a un Mesías humilde y manso, que prefiere el burro al caballo, animal de carga (que lleva el peso de los demás) y de grandes orejas (que escucha y es docil): “Díganle a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo” (Zacarías 9,9; véase también Génesis 49,11). Jesús es el Mesías que lleva nuestras cargas en la cruz: “Ha cargado con nuestros sufrimientos, ha tomado sobre sí nuestros dolores” (Isaías 53,4). En consecuencia, también el cristiano debe hacer lo mismo: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros: así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6,2). “Porque toda la ley de Cristo es la ley del burro” (Silvano Fausti).
“Cuando el cristianismo, la Iglesia, cada uno de nosotros, sabiendo que el único modo de existencia es vivir como el burro, comience a hacer guiños al “mundo”, a los reyes y a los poderosos de la tierra, deseando vivir y ser como ellos a través del poder, la riqueza y el éxito, entonces se producirá una especie de trágica hibridación. Nosotros, hechos para vivir como burros, nos uniremos al caballo, símbolo del poder mundano, y el resultado será encontrarnos como mulos, animales estúpidos pero sobre todo estériles”. (Paolo Scquizzato).
Recuerdos personales…
El Domingo de Ramos evoca en mí nostálgicos recuerdos de infancia. Niños y jóvenes, el sábado íbamos al monte a buscar una hermosa rama de laurel, lo más alta posible, que luego adornábamos con flores. El domingo, la iglesia parecía un bosque ondulante, con ramos de hasta varios metros de altura, perfumando toda la iglesia. Hoy los ramos son a menudo tan diminutos y estilizados que quedan reducidos a un símbolo “insignificante”, como tantos otros elementos de nuestra liturgia, por desgracia.
Otro recuerdo se remonta a la Pascua de 2002, que pasé en Jerusalén. El Domingo de Ramos, toda la comunidad cristiana bajaba del Monte de los Olivos blandiendo ramos de olivo y cantando con alegría y entusiasmo. Recuerdo que algunos niños palestinos nos lanzaron piedras. Un recuerdo que me hace pensar en tantos cristianos que no pueden profesar libremente su fe en esta Pascua. Son 360 millones (uno de cada cinco cristianos en África, dos de cada cinco en Asia y uno de cada 15 en América Latina).
Mi pensamiento se dirige también a las numerosas celebraciones de Pascua en África, caracterizadas por la juventud y el entusiasmo, signo de una nueva Iglesia que avanza y aporta nueva vitalidad a la vieja cristiandad. ¡Y realmente lo necesitamos!
Algunas propuestas para interiorizar la Pasión según Mateo (26,14-27,66)
El relato de la pasión es la parte más antigua de los evangelios y podríamos decir que es su columna vertebral. Los cuatro evangelistas siguen el mismo esquema, pero cada uno tiene su manera particular de narrar la pasión, con diferentes perspectivas teológicas y catequéticas y detalles particulares en su relato. Mateo subraya el cumplimiento de las Escrituras, en particular del “Siervo sufriente” del profeta Isaías y del Salmo 21 (22). Jesús antes de ser la ‘palabra’ proclamada es el ‘oído’ que escucha y cumple la Escritura (Isaías 50,5).
1. ¿Mi papel en este drama? Una manera de abordar la larga narración de la pasión podría ser fijar nuestra atención en cada personaje que desempeña un papel en este drama (son tantos: ¡entre grupos e individuos hay una treintena!) y preguntarnos en quién nos vemos reflejados. Cada uno de nosotros tiene su papel en este drama. Cada persona que participa desempeña un papel en el que se cumple la Escritura. ¿Qué palabra se cumple en mí?
2. “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”.¡Un fulano! ¿Por qué no tiene nombre? ¡Porque ese tipo soy yo! El Señor quiere hacer la Pascua conmigo. No viene solo, ¡sino con los suyos! Qué debo hacer para acogerle?
3. ¡Conseguir un gallo! Todos tenemos nuestros momentos de debilidad e infidelidad. Si no tenemos un “gallo” que nos despierte, corremos el peligro de dormirnos en nuestro pecado. Este “gallo” es la Palabra de Dios y el cruce de miradas con Jesús.
¡Feliz entrada en la Semana Santa!
P. Manuel João, comboniano
Castel d’Azzano (Verona), marzo 2023