Javier Negro es religioso escolapio y aragonés pero se enamoró de África. Conoce a la perfección Congo y otros países africanos donde ha desempeñado su labor como misionero. Ha visitado Toledo para difundir el compromiso social de la Iglesia
I. G. Villota
Domingo, 9 de febrero de 2020
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«Detrás de cada móvil, hay sangre de un niño de Congo» – Foto: David Pérez
Javier Negro es religioso escolapio y aragonés pero se enamoró de África. Conoce a la perfección Congo y otros países africanos donde ha desempeñado su labor como misionero. Confiesa que se hubiese quedado a vivir allí. Encuentra más sonrisas que en España, donde percibe demasiada preocupación por lo material. Unos problemillas de salud le han obligado a volver pero ya tiene su cabeza puesta en su próxima visita a Congo. Será en agosto. Sigue encargándose de los programas de Manos Unidas allí. Ha visitado Toledo unos días para difundir el compromiso social de la Iglesia y, quizá sin quererlo, para hacer reflexionar a todo el que le escucha.
¿Qué ha vivido en su etapa de misionero?
He estado principalmente en Congo, donde he vivido una experiencia muy fuerte de relación y de misión con los más pobres, sobre todo con los niños de la calle en Kinsasa, donde se calcula que hay nos 50.000 niños abandonados. Es admirable que todas las comunidades religiosas estamos viviendo con un grupo de entre 10 y 20 niños o niñas, según sea una congregación religiosa masculina o femenina.
¿Qué le ha impactado más?
Escuchar sus historias, su vida, su futuro o no futuro. En el año que he estado en Congo he llorado más que en toda mi vida. También he aprendido que hay un rostro de Dios que solo se ve entre los más pobres, un rostro que lleva a encontrar la fuerza solo en él. También que un misionero no es un miembro de una ONG aunque a veces se nos confunde. Es verdad que hacemos escuelas, pozos de agua potable, proyectos para la mujer, centros de niños abandonados, pero detrás de un misionero hay sobre todo el cariño y el afecto hacia esas personas y también está la comunidad. Un misionero no va por su cuenta, sino que es un enviado, primero por Dios, pero también por la comunidad. Eso da mucha fuerza. Ver que detrás de mí estaban los escolapios, mi iglesia de Zaragoza, la iglesia de Manos Unidas y en el fondo la iglesia universal.
¿Qué situaciones se ha encontrado?
Recuerdo a una niña que con 10 años me contó que eran tres hermanas y que su madre había muerto hace tres años y que su padre había vendido su casa y se había ido a Europa y las había echado a la calle. Ella me contaba que lloraba, que no podía dormir, porque había perdido a sus hermanas. Así llevaba un año. Eso me hizo llorar.
También recuerdo a una mujer con tres bebés debajo de un árbol y una bolsa de plástico con algo de comida y ropa. Me acerqué a preguntar dónde vivía y me respondió que debajo del árbol y que venía huyendo de la Guerra. Comía lo que le daban y me eché a llorar.
Otros misioneros me han contado otras historias. Por ejemplo, una mujer que dejó a sus hijos en medio de la ciudad diciendo que iba a comprar comida y nunca volvió a por ellos.
Me duele mucho ver la situación de la mujer. Ver su mirada, triste y cansada, llevando todo el peso de la casa adelante, sin recursos.
¿El hambre es lo más duro?
Aquí comemos cinco veces al día pero allí mucha gente come una vez cada dos días o cada semana. Y solo comen un cultivo, la yuca, pero no hay leche, no hay carne, no hay pescado, no hay frutas. Hay mucha mortandad infantil.
¿Qué podemos hacer desde aquí?
Primero sensibilizarnos y segundo vivir más la justicia hacia esos países.
Ellos objetivamente tienen más recursos que nosotros.
Yo siempre digo que aquí somos pobres porque aquí no tenemos los bienes que ellos tienen como coltán, diamantes, oro, petróleo, y nosotros les esquilmamos estos bienes y a ellos no les damos nada.
Pero la corrupción…
Deberíamos luchar contra la corrupción, aquí y allá, y la educación es la herramienta primera para cambiar el mundo. Pero también hay que cambiar el corazón porque está demostrado que los poderosos de este mundo no solo no lo cambian sino que lo entorpecen.
Allá hay guerras continuamente y nos llevamos todos los bienes. Yo digo que detrás de cada teléfono móvil hay gotas de sangre de un niño de Congo porque el coltán, el mineral con el que se hacen los microchips de estos aparatos, procede de allí.
La mortalidad infantil ronda el 15 por ciento.
Y no solo eso, sino que la mitad de la población, en África central, es menor de 18 años, es gente muy joven. La esperanza de vida es de 55 años.
¿Pueden cambiar las cosas?
Yo admiro a los obispos de Congo. Están unidos a partir un piñón a favor de la gente y en contra de las multinacionales. Los políticos de Congo, hace siete años, pidieron a los obispos católicos que mediaran para unirse y avanzar hacia una mayor democracia, y se lo tomaron en serio. Lo primero que empezaron a pedir es que Kabila, el presidente del Gobierno, tenía que dejar el poder, porque según la Constitución hacía ya dos años que no podía serlo.
Yo he visto en la misa de la juventud de Domingo de Ramos cómo el cardenal hablaba a los jóvenes, más de 40.000, habiendo dos ministros, diciéndoles que pidieran a los mediocres de Gobierno, utilizando esa palabra, que les dejaran paso. Con quien tiene autoridad, habla así y media así, creo que se puede conseguir.
Estoy suscrito a una página de pastoral juvenil del Congo y veo que hay jóvenes sensibilizados pidiendo un cambio de gobierno, siendo conscientes de que tienen muchos medios y posibilidades y que no solo pueden pensar en que les llegue ayuda desde ONG de Europa sino pedir justicia por ellos mismos.
¿Qué le pasa por la cabeza cuando ve cómo vivimos aquí y recuerda cómo viven allí?
Veo que aquí la gente vive muy aburrida y muy triste, allí hay más alegría y más vida, y lo echo de menos. También pienso que ojalá todas las personas tuvieran la oportunidad de vivir solo dos meses la experiencia que yo he vivido. He visto jóvenes de aquí que han ido a Camerún y han cambiado su vida viviendo una experiencia entre los más pobres.
Aquí ponemos muchas esperanzas en lo material y creo que hay que cambiar el corazón pues es lo único que puede cambiar el mundo.
¿Cómo?
Dedicando más al interior y cultivando más el diálogo, por ejemplo. Yo soy educador y siempre recomiendo a los chicos que se sienten al lado de una persona que está pidiendo para interesarnos por esa persona. Preguntar qué tal estás, cómo te llamas o por qué estás aquí son prácticas muy pequeñas pero muy importantes.
Tenemos que interesarnos también por los más cercanos, por la familia, por los amigos, por la escuela, por los vecinos. No voy a cambiar mi corazón para cambiar problemas de Congo si no lo hago aquí.
La labor de la iglesia está a veces muy cuestionada. ¿Qué le parece?
Hoy en los países del norte se habla mal de la iglesia y yo siempre me pregunto por qué no se habla de que todas las comunidades religiosas en Congo viven con un grupo de niños de la calle, o de que los obispos de Congo se están jugando la vida porque al cardenal Monsengo, después de hablar así a los jóvenes, intentaron liquidarlo una noche unos días después. Otro obispo que tenemos en Kisantu, que es presidente de Justicia y paz, también lo han intentado matar varias veces. No entiendo por qué no se habla de este compromiso y de los misioneros y misioneras.
En Camerún me recorrí 40.000 kilómetros y la policía me paraba a veces para pedir dinero. Cuando les decía que era misionero me pedían perdón y la bendición. Me decían que si no fuera por los misioneros no sabían a dónde iría su país porque el gobierno…
Si te metes en la selva donde ves una escuela, un centro de salud, un orfanato, un centro de acogida, hay misioneros y los misioneros son la iglesia.
¿Y en España?
Aquí también. Cáritas da 1,2 millones de comidas al día, los escolapios llevamos pisos de acogida de adolescentes y jóvenes africanos que llegan el pateras y como nosotros muchos más. Habría que ser conscientes del compromiso social desde la fe.
¿Qué papel tiene la mujer en África?
El 80 por ciento de las mujeres en Congo son analfabetas. Ellas llevan adelante a las familias, se encargan de los niños, de que coman lo poco que pueden comer, pero a ellas nadie las atiende. El hombre, todavía con la idea de que el hombre era para la guerra y la mujer para la casa, pues si no hay guerra se dedica a estar por los caminos, beber cerveza, llevar moto taxis o coches abollados que llegan de Europa.
¿Hay programas específicos?
Nosotros llevamos un proyecto con Manos Unidas que es para la formación de la mujer de Kikonka. Un médico les da clases de higiene y prevención de enfermedades, una religiosa de alfabetización y un escolapio clases de agricultura. Es hermoso ver cómo cada una tiene su parcelita de tierra y aprende a cultivar para luego comer en casa. Esto es elemental pero si vieras cómo en un año leen y escriben, es hermoso. Ahora nos ven con los portátiles y nos piden que les enseñemos a utilizarlos. Hay mucho trabajo por delante porque la mujer está postergada, esclavizada, desde niñas hay muchas violaciones. Se cargan de hijos, hay una media de ocho hijos por mujer y no los pueden mantener.
¿Cómo se transmite esperanza cuando sabe que la situación de hambre permanecerá?
Con cariño y amor a la gente. Hay que ir haciendo poquitas cosas pero haciéndolas. Cuando ven que hemos construido una escuela, que construimos pozos de agua, en esos momentos la gente se siente con futuro, con esperanza.
Los gobiernos pueden hacer mucho más. Es un país con muchas posibilidades. Los jóvenes bajan la mirada cuando se les pregunta por su futuro.
¿Podemos hacer algo en nuestro día a día?
Colaborar con Manos Unidas, con la Iglesia de aquí, con los misioneros. Hacer pequeños gestos y también atender a los más pobres de aquí porque yo sería un hipócrita si voy allá a ayudar a las personas de allá y margino a los de aquí. Tenemos que comprometernos con realidades de pobreza, de soledad, de miseria.
En estos días el coronavirus protagoniza las noticias, en su día lo hizo el ébola, pero allí la gente se muere todos los días.
En Congo el ébola sigue vivo y llevan más de 2.000 muertos. La situación es grave porque está en la zona del este de Kibu donde están precisamente los minerales y están siempre en guerra y hay grupos rebeldes. Esto no llega a Europa. Incluso se mezcla con ideas tribales llegando a matar a médicos y y enfermeros y quemar lugares donde se trataba a personas con ébola. La situación es muy anárquica.