El lavamiento de los pies


Nos parecería normal que cualquier profeta (…) nos dejara, como testamento, el amar a Dios. El Señor Jesús no solamente es un profeta, el mayor de los profetas: él es el Verbo…

Sin embargo, la última orden de nuestro Señor no es amar a Dios; es amar al hombre. Esto sí que es extraordinario, y que tanto nos sorprende, como un milagro (…). Tratase de amar al hombre, a cualquier hombre. Es algo difícil, de lo cual no puede uno descartarse, porque el hombre tiene sus límites, y no es amable, desde a principios.

Claro está, algunos pueden atraer espontáneamente nuestra simpatía. Pero ¡Cuántos más entre los otros nos parecen antipáticos! Por lo tanto, a ellos son a quienes debemos amar, tanto como Jesús los ha querido, los quiere, y los querrá eternamente.

¿Cómo es esto posible? Para entender esta palabra, debemos leer en ella una revelación de Cristo mismo. Ahora, pues, ¿Dónde está este Cristo? ¿Cómo alcanzarle? ¿En dónde estará este Dios vivo, en carne de quién? (…) Pues ¿en qué mejor lugar que dentro del hombre mismo?

Todos los hombres, en Jesús, deben acceder a la vida divina, y UNIRSE en un único cuerpo, en una sola vida, en una PERSONA única. (…)

Los hombres, hasta los más unidos: esposos, padres, hijos, amigos, no pueden (…) reunirse en una única raíz, en lo más secreto y en lo más íntimo, sino mediante Dios… En Dios nuestra vida tiene su origen y su cuna. En el corazón de Dios es donde ella brota a cada momento. En Dios alcanzamos nuestra verdadera identidad, y en él podemos verdaderamente encontrarnos unos y otros, (…) amarnos respirando su presencia, amarnos comunicándonos entre todos aquel bien infinito que es el Dios vivo.

Ser discípulos de Jesús, es pues, admitir y experimentar el reino de Dios dentro de nosotros… como el latido de nuestro corazón, como nuestra propia respiración, como el espacio infinito en el que se cumple nuestra libertad, como el tesoro infinito, el único que puede dar a la vida humana su significación, una dimensión digna de nosotros. Jesús, pues, nos da esta cita dentro de lo humano. Nos está esperando dentro de la historia de los hombres, y la orden que nos da, la aclara de una manera muy emocionante en aquella aplicación del lavamiento de pies: él mismo se arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies, como lo hace un esclavo, y su actuación, en un principio, nos escandaliza.

Para aceptar ese comportamiento, debemos abandonar la representación de un Dios materialmente inmenso. Debemos comprender que la suprema grandeza de Dios es su humildad y su caridad, su despojo en el misterio de la Trinidad divina y de su amor infinito. Quien más ama es quien a todos precede. El que puede entregarse infinitamente, aquél es Dios. (…)

Parémonos en la contemplación del lavamiento de pies (…) Ésta es la actitud que permite al hombre que identifique al Hombre: aquella luz adorable nos hace descubrir en cualquier conciencia humana el santuario de Jesucristo, quien nos espera y nos reúne en su amor.

Maurice ZUNDEL, Beyrouth, a 30 de Marzo de 1972
Maurice Zundel (1897-1975), sacerdote, escritor, teólogo, incomparable Mentor en espíritu era un genio: genio de poeta, genio de místico, lleno de ardor, en quien habitaba una Presencia, fue un testigo excepcional.