La Navidad y los tres nacimientos de Jesús
Año A – Navidad del Señor
Lucas 2,1-14: «Os anuncio una gran alegría»;
Lucas 2,15-20: «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón»;
Juan 1,1-18: «Hemos contemplado su gloria».
Durante las cuatro semanas de Adviento hemos deseado, invocado y rezado: «Marana tha», «¡Ven, Señor nuestro!». Hoy el Señor responde a la oración de su pueblo: «Hoy sabréis que el Señor viene a salvaros: mañana veréis su gloria» (antífona de la misa vespertina, cf. Ex 16,6-7).
¿De qué venida se trata, si el tiempo de Adviento evoca tres venidas: una en el pasado (Cristo vino), una segunda en el futuro (Cristo vendrá) y una tercera en el presente (Cristo viene)? En realidad, Cristo llena todos los tiempos: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). Es consolador saber que Él está presente en nuestro pasado, en nuestro presente y en nuestro futuro. Toda nuestra existencia se vive en su eterno presente.
Por tanto —repito—, ¿de qué venida, de qué nacimiento hablamos? En realidad, en Navidad celebramos las tres venidas de Jesús. Dice el monje Enzo Bianchi: la gran tradición de la Iglesia, desde los antiguos Padres de Oriente y de Occidente, ha meditado sobre estos tres nacimientos o venidas del Señor, y precisamente por eso se introdujeron las tres misas de Navidad: la de la noche, la de la aurora y la del día.
La Misa de la noche nos presenta su primer nacimiento, en el pasado, en Belén, el nacimiento en la carne: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor». Es la celebración de la encarnación del Hijo de Dios, que conmemoramos en la FE.
La Misa de la aurora alude a su nacimiento espiritual en el corazón del creyente: «María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Es su venida y nacimiento espiritual en el presente, que hace de puente entre la primera venida, en el pasado, y la segunda venida, en el futuro. Este nacimiento es fruto de la meditación de la Palabra escuchada y concebida en el corazón con AMOR. Es el nacimiento decisivo porque, como dice el papa Francisco, la única posibilidad de encontrar a Cristo es hacerlo renacer «en el pesebre del corazón». El místico del siglo XVII, Angelus Silesius, afirma: «Aunque Jesús naciera mil veces en Belén, si no nace en ti, todo es inútil».
La Misa del día, por su parte, aunque hable de la encarnación de la Palabra (el Verbo), recuerda a la memoria del cristiano el retorno de Cristo en la gloria: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria como del Hijo único que viene del Padre, lleno de gracia y de verdad». Esta venida en el futuro es el objeto de nuestra ESPERANZA. La profesamos cada domingo en el Credo: «Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin». Comenta todavía Enzo Bianchi: lamentablemente, de esta venida se habla cada vez menos en la Iglesia y la predicación a menudo guarda silencio sobre este tema… He aquí por qué con frecuencia permanecemos en el sopor de quienes son espiritualmente sonámbulos y ya no esperan nada.
El día de la «gran luz» y de la «gran alegría»
En Navidad, toda nuestra atención se concentra en Belén, en el pasado, vivido muchas veces —¡ay de nosotros!— como una repetición, casi como un teatrillo (¿del belén?), de aquel momento único de la historia. No es superfluo recordar que la Navidad es, en cambio, un memorial. No solo en el sentido de «hacer memoria», sino sobre todo como acción litúrgica portadora de una gracia que actualiza, es decir, que hace presente para nosotros la Navidad de Jesús. Somos llevados a Belén y nos convertimos también en compañeros de los pastores y, como ellos, invitados a IR y VER al Niño acostado en el pesebre.
La Navidad es, pues, el día de la GRAN LUZ: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz». La Luz que viene a iluminar las tinieblas de nuestra vida, del mundo y de la historia. Es una Luz que las tinieblas, como los agujeros negros siderales, intentan sofocar sin lograrlo. Toda la historia es la lucha incesante entre la Luz y las tinieblas. ¡La Navidad es una invitación reiterada a caminar hacia la Luz que nos hace luminosos!
La Navidad es también el día de la GRAN ALEGRÍA: «He aquí que os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo». Es la alegría de la vida, la alegría de los salvados, la alegría de la libertad. Es la alegría de la visita del Cielo, de saberlo amigo de los hombres. Es la alegría de la visita de Dios que viene a habitar entre nosotros, que ya no es el Dios lejano, sino el Dios de la pequeñez y de la ternura de un niño que nos sonríe, que podemos tomar en brazos y besar. Es una alegría que debe ser acogida para aliviar nuestras tristezas.
Navidad, una fiesta para adultos
La Navidad, sin embargo, es ante todo una profesión de fe. La Navidad no es «la fiesta de los niños», como a veces se dice. Es una fiesta exigente, para cristianos adultos. En efecto, no es tan evidente que Dios sea el Emanuel, el Dios-con-nosotros. Al contrario, los hechos parecen demostrar lo contrario: gritan la lejanía del mundo respecto de Dios y de Dios respecto del mundo. Hace falta la profesión de fe, de rodillas ante el Misterio: «Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».
Toda la vida del creyente es una lucha entre la fe y la incredulidad. La fe está continuamente amenazada por la duda. Es cuestionada y ridiculizada por los no creyentes. El grito típico del creyente hoy, en nuestra sociedad occidental poscristiana, es el del salmista: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo iré y veré el rostro de Dios? Mis lágrimas son mi pan de día y de noche, mientras me dicen continuamente: ¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42). ¿Dónde está tu Dios? Es la pregunta sarcástica que oímos todos los días, a través de los medios de comunicación, en el trabajo, en la escuela, con los amigos e incluso en nuestra propia casa. ¡Cuánto ayudaría rezar más a menudo este Salmo para desahogar nuestro lamento ante el Señor!
Propuesta para vivir cada día el misterio de la Navidad
Considero útil y significativo comenzar nuestra oración de la mañana con el rezo del Ángelus. Es una manera de injertar el día en el Hoy de la encarnación en el tiempo y darle una dimensión de eternidad.
El Ángel del Señor anunció a María
– Y concibió por obra del Espíritu Santo. Ave María…
He aquí la esclava del Señor.
– Hágase en mí según tu palabra. Ave María…
Y el Verbo se hizo carne.
– Y habitó entre nosotros. Ave María…
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra