Año A – Adviento – IV Domingo
Mateo 1,18-24: «José, no temas recibir a María como esposa»

El Evangelio del cuarto domingo de Adviento pone en primer plano la figura de José. Mientras san Lucas presenta el acontecimiento de la Encarnación partiendo de la Virgen María, san Mateo centra su atención en san José, el padre legal de Jesús: aquel que le da el nombre y le transmite la filiación davídica. Lucas habla del anuncio del ángel a María, mientras que Mateo habla del anuncio a José. Las dos perspectivas se complementan mutuamente. Así, después de Isaías y Juan Bautista, José es la tercera figura que nos guía hacia el misterio de la Navidad.

Acoger lo imprevisto del proyecto de Dios

El Evangelio de hoy comienza con un hecho desconcertante para José: María «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo». Es fácil imaginar la turbación del prometido esposo, que no logra explicarse lo sucedido. Interiormente atormentado, se pregunta qué debe hacer. Dios interviene para decirle: «No temas recibir a María, tu esposa», porque «el niño que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo».

La figura de José es una de las más misteriosas del Evangelio. Es el hombre del silencio: en los Evangelios no se recoge ninguna palabra suya. Tampoco se menciona palabra alguna de María en Mateo y Marcos. Sin embargo, hay que decir que, en el relato de Mateo, José es el verdadero protagonista durante la infancia de Jesús. Mientras su nombre aparece ocho veces en Mateo, el de María solo cuatro. Podría decirse que José es el último de los patriarcas, de la estirpe de José de Egipto, el soñador. Es el único al que Mateo define como «justo». José es un fiel observante de la Ley de Dios. Es él quien lleva adelante la transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Habitualmente subrayamos, con razón, la obediencia de san José. Sin embargo, no se trata de una obediencia pasiva, sino emprendedora. En efecto, cuando el ángel le dice que regrese a Israel, él no vuelve a Judea, donde reinaba el cruel Arquelao, hijo de Herodes. Considera oportuno ir a otro lugar, y el Cielo confirma esta prudencia suya. El joven José sorprende no tanto por su obediencia como por su capacidad de acción y prontitud, de valentía e iniciativa, de responsabilidad y discernimiento… ¡Nada que ver con una figura temerosa, tímida y acomodada como tantas veces se le representa!

En este tiempo de Adviento, José nos enseña cómo esperar a Dios cuando llega de manera inesperada. Quisiera, sin embargo, destacar dos aspectos particulares que pueden inspirarnos en nuestro camino hacia la Navidad.

Cuidar la fragilidad

José está llamado a «recibir consigo» a María, madre y esposa, y al Niño. «Recibir consigo» es la vocación de José. De hecho, en el relato de Mateo encontramos seis veces esta expresión. Guardián de la fragilidad, es el guardián del misterio.

Esta particularidad del papel de san José ilumina lo que significa vivir la Navidad: «recibir con nosotros» a la Madre y al Niño, mediante la fe y el amor. Madre y Niño están amenazados, hoy más que nunca, por nuevos «Herodes». Dios es frágil y necesita ser protegido. Por eso estamos llamados a ser como José.

No se trata solo de vivirlo espiritualmente. Miremos a nuestro alrededor para ver las fragilidades que existen cerca de nosotros, en la familia o en la comunidad, pero no solo allí. A menudo las consideramos una molestia, las ignoramos o apenas las toleramos. Son el eslabón más delicado de nuestra humanidad. Al aceptarlas, acogemos el misterio de Dios, que se hace pequeño, necesitado y pobre. Estas fragilidades tienen nombre. Tal vez el Señor nos esté pidiendo que «recibamos con nosotros» las debilidades y los límites de alguien en particular. En este tiempo de Adviento, ¡que san José nos inspire a cuidarlas!

Cultivar el sueño de Dios

«Un ángel del Señor se le apareció en sueños». San José es un soñador. Y recibió en sueños el plan de Dios, porque era un hombre capaz de soñar. Es el guardián del sueño de Dios, comentaba el papa Francisco al respecto.

Hemos perdido la capacidad de soñar. La consideramos infantil. Es cierto que en Navidad todos nos volvemos un poco niños. Nos reunimos en familia para celebrar. Nos deseamos la paz. Pero no nos hacemos ilusiones. Incluso sentimos una cierta conmiseración por los «soñadores» empedernidos. Tal vez también nosotros hayamos soñado en el pasado que las cosas podían cambiar, pero esos sueños se han desvanecido en la nada y nos hemos adaptado a la realidad.

La Navidad es el tiempo en que se cumple la profecía de Joel: «Vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes tendrán visiones» (3,1). Dios trae su sueño a la tierra. Jesús lo encarna. Aunque el sueño parezca terminar en el fracaso de la cruz, Él no desiste. Gracias al Espíritu, el Gran Soñador, los apóstoles, desilusionados tras la muerte de Jesús, se convirtieron también ellos en soñadores.

La Navidad nos recuerda que hoy es a nosotros a quienes Dios confía este sueño. ¡Que san José nos obtenga la gracia de despertar nuestra capacidad de soñar!

Para reflexionar

«Dios espera con paciencia a que yo finalmente quiera consentir en amarlo. Dios espera como un mendigo que permanece de pie, inmóvil y silencioso, delante de alguien que quizá le dará un pedazo de pan. El tiempo es esta espera. El tiempo es la espera de Dios que mendiga nuestro amor. Los astros, las montañas, el mar, todo lo que nos habla del tiempo nos trae la súplica de Dios. La humildad en la espera nos hace semejantes a Dios. Dios es únicamente el mendigo. Por eso está ahí y espera en silencio. Quien avanza o habla usa un poco de fuerza. El bien que es solo bien no puede sino estar ahí. Los mendigos que tienen pudor son sus imágenes»
(Simone Weil)

P. Manuel João Pereira Correia, mccj



P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra