Adoración de los Reyes Magos, Diego Velázquez (1619)

Giuseppe De Rosa
12/12/2025
Cortesia de
www.laciviltàcattolica.es

Estamos ampliamente informados sobre la vida pública de Jesús, sobre su muerte y su resurrección, pero sabemos muy poco de su nacimiento, de su infancia, de su adolescencia y de su juventud. No hablan de ello ni el Evangelio de Marcos, que es el más antiguo de los cuatro Evangelios canónicos, ni el Evangelio de Juan: en estos dos Evangelios hay breves referencias a la patria de Jesús, el pueblo de Nazaret en Galilea, a su madre María, a su familia, a su oficio, pero nada más. Solo los Evangelios de Mateo y de Lucas hablan de la infancia de Jesús, dedicando a ella los dos primeros capítulos.

Pero los relatos de Mateo y Lucas son muy distintos: si coinciden en algunos datos, discrepan en otros. Por otra parte, cabe preguntarse si se trata de relatos con un sólido fundamento histórico o si son composiciones teológicas de Mateo y de Lucas, realizadas con fines edificantes y devocionales, pero carentes de plausibilidad histórica.

¿Qué tienen en común y en qué difieren Mateo y Lucas?

Partamos del hecho hoy ya confirmado de que ni Mateo conoció el Evangelio de Lucas ni este conoció el Evangelio de Mateo: ambos conocieron el Evangelio de Marcos y, probablemente, la fuente Q (Quelle, en alemán), y recurrieron ampliamente a esas dos fuentes. Pero ¿cómo se explica entonces que Mateo y Lucas coincidan en algunos datos de suma importancia? Estos son: 1) Jesús nació en tiempos de Herodes el Grande (Mt 2,1; Lc 1,5.26); 2) Jesús es de ascendencia davídica (Mt 1,20; Lc 1,27; 2,4); 3) La madre de Jesús se llamaba María (Mt 1,18.20; 2,11; Lc 1,26-38); 4) José era el jefe de familia, pero no era el padre natural de Jesús (Mt 2,13-23; Lc 1,27); 5) María concibió por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-20; Lc 1,35), cuando aún estaba desposada con José y este todavía no la había llevado oficialmente a su casa (Mt 1,18; Lc 1,27); 6) Jesús nació en Belén de Judea (Mt 2,1; Lc 2,4-7); 7) Después del nacimiento de Jesús, su familia dejó Belén y se estableció definitivamente en Nazaret (Mt 2,22-23; Lc 2,39); 8) Al niño se le dio el nombre de Jesús (Mt 1,21-25; Lc 1,31; 2,21).

¿Cómo explicar estas coincidencias entre los dos Evangelios, independientes uno del otro, aunque surgidos en los mismos años (80/90 d.C.)? Máxime cuando los dos Evangelios difieren en muchos puntos y, desde el punto de vista literario, tienen un enfoque muy distinto. Así, son propios únicamente del Evangelio de Mateo: 1) La aparición en sueños de un ángel, que anuncia a José, desconcertado y dubitativo, la concepción virginal y el nacimiento de Jesús y le ordena tomar consigo a María; también a María se le aparece el ángel Gabriel, pero no en sueños, para anunciarle quién será el niño que concebirá por obra del Espíritu Santo; 2) Solo en Mateo se explica el nombre Jesús: nombre — Yehoshuac-Yeshua‘-Yèshû, es decir, «YHWH es salvación» — que indica la futura misión de Jesús: «Él salvará a su pueblo de sus pecados»; 3) La visita de los Magos después de que les apareció una estrella «en Oriente»; 4) Su encuentro con el rey Herodes, la pregunta que este les hace para que le indiquen el lugar donde ha nacido el «rey de los judíos»; 5) La matanza de los niños en Belén; 6) La huida de José a Egipto; 7) El regreso a la tierra de Israel tras la muerte de Herodes.

En particular, el rasgo característico del Evangelio de Mateo es que los hechos narrados son vistos como un «cumplimiento» de palabras y acontecimientos del Antiguo Testamento. Esto no puede decirse de Lucas, quien concentra una atención especial en la familia y en la persona de Juan el Bautista. En Mateo, en cambio, el Bautista aparece únicamente en la narración del bautismo de Jesús, ya adulto, y sin que Jesús y Juan se conocieran (cf. Jn 1,31.33).

En conclusión, es necesario examinar por separado los dos relatos de la infancia de Jesús, sin intentar amalgamarlos para convertirlos en un único relato. Por otra parte, debe reconocerse que, tanto en el Evangelio de Mateo como en el de Lucas, los relatos de la infancia no difieren – ni en estilo ni teológicamente – de lo que encontramos en sus respectivos Evangelios: están perfectamente integrados con lo que narran acerca de la vida pública de Jesús. Por eso, no es exacto hablar de los «evangelios de la infancia», como si fueran un añadido más o menos postizo al tratamiento de lo que Jesús hizo y dijo durante los años de su vida pública. Son, en cambio, parte integrante de sus respectivos Evangelios.

La infancia de Jesús según el Evangelio de Mateo

Hemos dicho que los Evangelios de Mateo y de Lucas coinciden en ocho puntos y difieren en siete. ¿Cómo explicar tales coincidencias y diferencias? Las coincidencias se explican por el hecho de que los puntos en los que ambos evangelistas están de acuerdo formaban parte de las creencias comunes de las primerísimas comunidades cristianas, anteriores incluso a san Pablo, quien ya en la Carta a los Romanos (1,3), escrita en el 57-58, habla de Jesús «de la descendencia de David» (cf. 2 Tm 2,8). En cambio, las diferencias se explican porque en algunas comunidades cristianas existían tradiciones particulares sobre la nacimiento de Jesús que no estaban presentes en otras. Así, en algunas comunidades cristianas, entre ellas la de Mateo, había tradiciones propias de las cuales Mateo se valió para componer su relato de la infancia de Jesús, y que confluyeron en los capítulos primero y segundo de su Evangelio.

Llegados a este punto, se plantea el problema del valor histórico de los hechos presentados en el relato mateano de la infancia de Jesús, en particular la visita de los Magos a Jerusalén, la matanza de los niños de Belén y la huida a Egipto. Al respecto existen dos tesis. Una sostiene que lo que podemos saber con seguridad histórica sobre la vida de Jesús es aquello atestiguado por los apóstoles y los discípulos de Jesús, quienes vivieron con él desde el inicio de su ministerio público hasta su muerte. En cambio, no hay testigos oculares de su infancia, pues habían muerto todos aquellos que habrían podido dar testimonio de la veracidad de los hechos narrados, a excepción de María, la madre de Jesús, quien difícilmente habría hablado de hechos que la concernían. La conclusión de esta tesis es que los relatos de la infancia de Jesús no nos dicen nada históricamente válido sobre su infancia, sino que son relatos modelados a partir de los relativos al nacimiento y la niñez de grandes personajes del Antiguo Testamento, que fueron considerados «ejemplares» para el pueblo judío, en particular la figura de Moisés. En otras palabras, el relato de lo ocurrido en el nacimiento de Jesús no sería histórico, sino una composición de Mateo y Lucas. En suma, un midrash inspirado en la historia de Moisés[1].

La otra tesis sostiene que, antes de que se redactaran los Evangelios, circulaban en la comunidad cristiana primitiva algunas tradiciones sobre la infancia de Jesús que provenían de su familia. Al ser tradiciones «familiares», no pasaron a formar parte del primer anuncio cristiano (kerygma), constituido por el testimonio de los apóstoles, es decir, de aquellos que habían estado con Jesús desde el comienzo de su vida pública y podían dar testimonio con autoridad, en cuanto testigos oculares, de lo que Jesús había hecho, y en cuanto oyentes de lo que él había dicho. Esto explica por qué el primer Evangelio —el de Marcos— comienza con el relato de la vida pública de Jesús y no dice nada de su infancia, sobre la cual los apóstoles no podían testimoniar. Sin embargo, estas tradiciones «familiares», aunque no pasaron a formar parte del primitivo kerygma apostólico, no fueron olvidadas, sino transmitidas. Estos relatos eran fragmentarios y no siempre concordaban entre sí.

Mateo y Lucas se sirvieron de estos relatos para componer una narración «ordenada» y coherente de la infancia de Jesús. Pero cada uno los interpretó según su propia visión teológica, de modo que sus relatos de la infancia de Jesús resultaron diferentes y difícilmente conciliables. Sin embargo, tanto el punto de partida como el punto de llegada de ambos relatos eran los mismos. En efecto, el punto de partida de los dos evangelistas era la resurrección de Jesús, la cual había mostrado que él era el Hijo de Dios y el Mesías de Israel. El punto de llegada común a Mateo y a Lucas era que el relato de la infancia de Jesús constituía un «preludio» y una «anticipación» del destino futuro de Jesús. Por ello, la infancia no debía ser considerada como un añadido de escaso valor al kerygma apostólico, en la práctica como un «antecedente», sino como una «proclamación» de Jesús, como un «Evangelio». En otras palabras, para Mateo y Lucas los relatos de la infancia constituían una parte «integrante» de sus Evangelios. «Esta – escribe J. Gnilka – es la perspectiva decisiva» que debe tenerse en cuenta si se quiere comprender el sentido profundo de los relatos de la infancia de Jesús[2].

Hemos dicho que en su narración de la infancia de Jesús Mateo coincide con Lucas en ocho puntos, que son los de mayor importancia histórica y teológica, pero se aparta de él en siete, que le son propios. Desde un enfoque histórico, la cuestión más seria que plantea el relato de la infancia de Jesús en Mateo concierne precisamente a estos puntos, en particular la visita de los Magos, la matanza de los niños de Belén y la huida a Egipto: en sustancia, los hechos narrados en el capítulo 2 del Evangelio de Mateo.

¿Son estos hechos una creación de Mateo al estilo de los midrashim – es decir, relatos compuestos para celebrar el nacimiento de los grandes personajes del Antiguo Testamento, como Abraham y Moisés –, o se trata de tradiciones con un fundamento histórico, provenientes de la familia de Jesús, cuyo miembro más importante y significativo era José, en cuanto cabeza del hogar? Hoy muchos exégetas, no solo protestantes sino también católicos, se inclinan a ver en el relato de la infancia de Jesús tal como aparece en los dos primeros capítulos del Evangelio de Mateo, una composición literaria que describe la infancia de Jesús siguiendo el modelo de la infancia de Moisés, arrojado al Nilo por orden del faraón y salvado de la muerte mediante su huida de Egipto hacia el territorio de Madián.

Sin duda, Mateo ve en los acontecimientos de la infancia de Jesús el «cumplimiento» del Antiguo Testamento, en el sentido de que en los hechos relativos al nacimiento de Jesús se realiza lo que los profetas habían anunciado acerca del futuro Mesías; pero los hechos no son una creación suya. Son, más bien, datos «tradicionales», de valor histórico, aunque expresados en forma de relatos populares, que él reelabora dándoles unidad y ordenándolos de manera que resulten en un relato coherente. Su perspectiva es esencialmente teológica, o mejor dicho, más explícitamente cristológica. Lo que interesa a Mateo es la respuesta a dos preguntas: ¿Quién es Jesús? y ¿De dónde viene? A la primera de estas preguntas responde el primer capítulo de su Evangelio; a la segunda, el segundo capítulo.

¿«Quién» es Jesús? y ¿«Cómo» vino al mundo?

Mateo comienza su Evangelio presentando la genealogía de Jesús (Mt 1,1-17): con ella quiere mostrar que Jesús es «hijo de David», el mayor de los reyes de Israel, e «hijo de Abraham», el progenitor del pueblo de Israel. La genealogía se articula en tres grandes secciones: la primera va desde Abraham hasta David; la segunda, desde David hasta la deportación a Babilonia; la tercera, desde esta hasta Jesús. Cada una de las secciones comprende 14 generaciones. Probablemente Mateo escoge el número 14 porque la suma de las letras del nombre “David” da como resultado 14 (4+6+4). En realidad, para Mateo los dos nombres más importantes de la genealogía son Abraham, porque en él serían bendecidos todos los pueblos (Gn 12,3; 18,18; 22,18), y David, porque uno de sus descendientes recibiría un reino eterno (2 Sam 7,12-16): dos promesas de Dios que se cumplirían en Jesús, Salvador de todos los hombres y Mesías davídico.

En la genealogía de Jesús aparecen también cuatro mujeres: Tamar, madre de Fares y Zará, que los tuvo de su suegro Judá fingiendo ser una prostituta; Rahab, la prostituta de Jericó que acogió y escondió a los exploradores enviados por Josué; Rut, antepasada de David, y Betsabé, la esposa del hitita Urías, hecho matar por David. Estas mujeres no están incluidas en la genealogía de Jesús porque hubieran sido pecadoras (ciertamente Rut no lo fue), sino porque provenían de pueblos paganos y por este motivo prefiguraban la llamada de los paganos a la fe. La genealogía no termina como debería haber concluido —«Jacob fue padre de José, José fue padre de Jesús»—, sino de un modo que excluye que José fuera el padre «natural» de Jesús: «Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual [ex hè] nació Jesús [por Dios], el llamado “Mesías”» (Mt 1,16). Se afirma así que Jesús es hijo de María y que ha sido engendrado por Dios (como indica el pasivo egennéthē, que es un «pasivo divino»). Por ello José es el padre «legal» de Jesús, quien lo inserta en la historia de la salvación, y Jesús es llamado «Cristo», es decir, Mesías. De este modo, por medio de José, Jesús, Hijo de Dios y Mesías, es un judío, descendiente de Abraham y de David: lo cual es necesario, porque «la salvación viene de los judíos» (Jn 4,22).

Nacimiento de Jesús

En el relato del nacimiento de Jesús según Mateo, el personaje principal es José. Es él quien descubre el embarazo de María, antes de que fueran a vivir juntos: algo que en tiempos de Jesús ocurría después de un periodo en el que los futuros esposos vivían en casa de sus padres. Es él quien, turbado por el embarazo de María, para no comprometerla quiere abandonarla en secreto. Es a él a quien se le aparece en sueños un ángel del Señor para decirle que lleve a María, su esposa, a su casa. Es a él a quien el ángel dice que «lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo». Es él quien, después del nacimiento del niño, deberá imponerle el nombre de Jesús, porque «salvará a su pueblo de sus pecados». Es él, finalmente, quien, siguiendo la orden de Dios transmitida por el ángel, toma consigo a María y al niño por ella dado a luz —pero que no es hijo suyo— y le pone el nombre de Jesús.

Es notable que, en todo el relato, María no pronuncie una palabra. Es también significativo que Mateo no diga nada del lugar en que sucede el hecho; pero parece tratarse de Belén. En cualquier caso, lo que interesa a Mateo es subrayar que José, llamado «hijo de David», al «acoger en su casa» a María y al niño nacido de ella sin que él —José— haya tenido con María una relación conyugal, y al darle un nombre al niño —es decir, actuando como «padre» del niño, pues en el mundo judío dar nombre al hijo es tarea propia del padre—, hace de Jesús un «hijo de David». Por otra parte, al obedecer a la orden de Dios, transmitida por el ángel, de llevar a María a su casa porque «lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo», José se convierte en garante de que Jesús es el «Hijo de Dios».

¿Quién es, pues, Jesús? Por parte de José, es el «hijo de David»; por parte de María, que lo ha engendrado por una intervención no de naturaleza sexual, sino creadora por parte de Dios, es el «Hijo de Dios». En todo esto Mateo ve el cumplimiento de un oráculo profético del Antiguo Testamento: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán con el nombre de Emmanuel, que traducido significa “Dios con nosotros”» (Is 7,14). El término almah, que la Septuaginta traduce con parthenos (virgen), significa en sí «muchacha joven en edad de casarse». Mateo, como la comunidad cristiana para la cual escribe su Evangelio, lo entiende en el sentido de una «virgen» que, aun concibiendo un hijo, permanece virgen. Por eso en el almah de Isaías él ve prefigurada a María, que ha concebido a Jesús mediante un acto creador del Espíritu Santo[3], y en Emmanuel ve prefigurado a Jesús, que con su encarnación se ha convertido en el «Dios con nosotros». No por casualidad la última palabra de Jesús, con la cual Mateo cierra su Evangelio, es: «Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt 28,20).

En conclusión, a la pregunta «¿quién es Jesús?», Mateo responde: por la mediación de José, Jesús es «hijo de Abraham» e «hijo de David», y en esto concuerda con el apóstol Pablo, quien en la Carta a los Romanos —escrita mucho antes que su Evangelio— habla de Jesús «nacido de la estirpe de David según la carne» (Rm 1,3). Por la mediación de María, que concibe a Jesús virginalmente, por un acto creador del Espíritu Santo, Jesús es el «Hijo de Dios» y, al mismo tiempo, el Emmanuel, el «Dios con nosotros».

De la concepción virginal de Jesús, afirmada tan fuertemente en los dos Evangelios de Mateo y Lucas, no se vuelve a hablar en el Evangelio de Mateo ni en los otros libros inspirados del Nuevo Testamento. Esto no significa que sea de poca importancia para la fe cristiana: significa, en efecto, que Jesús es Hijo de Dios desde el comienzo de su existencia terrenal. No lo ha llegado a ser ni en el momento del Bautismo ni en el de la Transfiguración, en los cuales Jesús es «proclamado» por el Padre como «su Hijo, en quien se complace»; no es constituido como tal, como si antes de estos dos acontecimientos no lo fuera. Así, la concepción virginal de Jesús no es un theologoumenon, es decir, una afirmación teológica expuesta en forma de narración histórica, sino un dato de la fe cristiana, tanto que en el Credo se profesa que «Jesucristo, [es] su único hijo […], que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, [y] nació de Santa María, Virgen». Ya en el primer siglo del cristianismo, san Ignacio de Antioquía habla de Jesús como aquel «que verdaderamente desciende de la estirpe de David según la carne, que es Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios, que verdaderamente nació de la Virgen»[4].

La llegada de los Magos a Jerusalén

El segundo capítulo del Evangelio de Mateo responde a la pregunta: «¿De dónde viene Jesús?». La respuesta es: Jesús viene de Belén, donde nació y donde los Magos le rindieron homenaje; es llevado por José a Egipto para escapar de la muerte y, desde Egipto, es conducido a Nazaret, que se convierte en su patria, hasta el punto de ser llamado Nazareno[5]. Hay otra pregunta a la que Mateo responde: «¿En qué época nació Jesús?». La respuesta se da, casi incidentalmente, en el versículo 2,1: «Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes», quien reinó sobre Judea, por decisión del Senado romano, desde el 37 a. C. Era de origen idumeo, y por ello era mal visto por los judíos, porque Edom era el enemigo tradicional de Israel, y había tomado el poder por la fuerza, después de exterminar a la dinastía real judía de los Asmoneos. Era un hombre desconfiado y cruel y, hasta la vejez, se negó a dejar el poder, llegando incluso a hacer asesinar a tres de sus hijos por sospechar que tramaban quitarle el reino.

Hacia el final del reinado de Herodes, que murió en el 4 d. C., llegaron a Jerusalén los Magos de Oriente para rendir homenaje al «rey de los judíos» nacido, cuya estrella habían visto en Oriente. Los Magos eran sacerdotes de Persia que practicaban la adivinación y la astrología: poseían, por tanto, un conocimiento oculto que obtenían de la observación de las estrellas. Eran paganos y provenían de «Oriente»: un término muy impreciso para un judío, para quien Oriente era todo lo que quedaba más allá del Jordán. No eran ni reyes ni tres, como se creyó en los siglos posteriores, ya que llevaron tres dones al recién nacido rey de los judíos (oro, incienso y mirra). También se pensó que provenían de Arabia, país del incienso. Sin embargo, debido al hecho de que fueron guiados a Jerusalén por una estrella, se creyó que venían de Babilonia, donde los judíos habían estado en el exilio y habían podido dar a conocer la profecía contenida en el libro de los Números (24,17): «Una estrella surge de Jacob, un cetro se levanta de Israel».

De todo esto Mateo no habla, limitándose a decir que «después del nacimiento de Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos sabios que venían del oriente se presentaron en Jerusalén, preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo”» (Mt 2,1-2)[6]. En realidad, lo que interesa a Mateo es destacar que algunos paganos, como los Magos, obedeciendo una invitación de Dios expresada mediante la aparición de un astro luminoso, se pusieron en camino para dirigirse a Jerusalén y rendir homenaje al recién nacido rey de los judíos, mientras que los judíos, que eran quienes deberían haber acogido a su Rey-Mesías, lo rechazan. En esto Mateo ve ya, en su infancia, lo que sería el destino de Jesús adulto: acogido por los paganos, rechazado y llevado a la muerte por los judíos.

¿Por qué es una estrella – más aún, la estrella del recién nacido rey de los judíos – la que guía a los Magos a Jerusalén? En el mundo antiguo estaba muy difundida la idea de que cada hombre tenía su propia estrella, que nacía con él y se apagaba con su muerte. Por eso, al nacer el «rey de los judíos», había aparecido, o mejor dicho, se había «elevado», su estrella. Además, en el mundo israelita, en tiempos de Jesús, era conocida una antiquísima profecía de un adivino, Balaam, hijo de Beor, a quien el rey de Moab, Balaq, temiendo que los israelitas – que iban a tomar posesión de la tierra prometida – invadieran su territorio, pidió que los maldijera para poder derrotarlos más fácilmente. En efecto, Balaam se dirigió a Balaq para maldecir a Israel, pero, por voluntad de Dios, en lugar de maldecirlo, lo bendijo, haciéndolo así más fuerte que Balaq: se creía entonces que la bendición o la maldición de un mago hacía a un pueblo más fuerte o más débil frente a sus enemigos.

En su «oráculo de bendición», Balaam, bajo la acción de Dios, dijo: «Oráculo de Balaam, hijo de Beor, oráculo del hombre de mirada penetrante; oráculo del que oye las palabras de Dios […]. Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una estrella se alza desde Jacob, un cetro surge de Israel» (Nm 24,17). En la Biblia griega, este texto estaba traducido así: «Un astro surgirá de Jacob y un hombre se alzará de Israel». Por ello, en Mateo, la estrella es una imagen del Mesías; pero sobre todo es el signo de Dios que «guía» a los Magos, primero a Jerusalén, donde está el rey Herodes, y luego a la misma «casa» del recién nacido rey de los judíos. Por tanto, para Mateo la estrella es un signo de Dios, un fenómeno prodigioso: no tiene sentido preguntarse si la aparición de la estrella fue un fenómeno natural. De todos modos, algunos piensan que se trató de la conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte, ocurrida en el año 7 a. C.

Los Magos se encuentran con Herodes

La llegada de los Magos de Oriente —de la que habla solo el Evangelio de Mateo— no debería relegarse al ámbito de las leyendas, porque, en la base del relato mateano, está el recuerdo de las recepciones que el rey Herodes ofrecía gustosamente a huéspedes distinguidos. Sabemos también por Flavio Josefo que Herodes, para celebrar la inauguración de Cesarea hacia el año 10 a. C., invitó a notables y embajadores a presenciarla[7]. Esa llegada inquieta a Herodes, siempre temeroso de perder el reino. Por eso, para responder a la petición de los Magos de indicarles dónde podrían encontrar al recién nacido rey de los judíos para ir a rendirle homenaje, Herodes reúne a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo para informarse sobre el lugar donde debía nacer el Mesías. Ellos le responden que el lugar de nacimiento del Mesías es Belén de Judea, porque así está escrito en la profecía de Miqueas: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo Israel» (Mt 2,6).

Debe notarse que esta cita de Miqueas no corresponde ni al texto masorético ni al de la Septuaginta. Mateo, o la tradición pre-mateana, ha construido un texto completamente nuevo, utilizando material tomado tanto del profeta Miqueas (5,1-4) como de 2 Sam 5,1-5, que habla de David, quien en Hebrón es constituido rey de todo Israel: «El Señor te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel» (2 Sam 5,2). Fusionando dos textos —Miqueas y 2 Sam— Mateo quiere decir que estos dos pasajes de la Escritura se cumplen en Jesús, Hijo de David y Pastor y Jefe de Israel.

Los Magos rinden homenaje a Jesús

Habiendo sabido dónde debía nacer el rey de los judíos, Herodes llamó en secreto a los Magos y se informó cuidadosamente con ellos sobre el momento de la aparición de la estrella y, enviándolos a Belén, les dijo: «“Vayan y averigüen con cuidado sobre ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino. En eso – este adverbio (idou) expresa su sorpresa – la estrella que habían visto en el oriente los guió, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos en sueños de que no volvieran a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino» (Mt 2,8-12).

El estilo de este relato es muy popular. Estos son los puntos notables: la estrella, que antes era un «signo» del nacimiento del rey de los judíos, ahora es la «guía» que conduce a los Magos a Jesús; el contraste que existe entre el «turbamiento» de Herodes, que proyecta matar al niño después de saber por los Magos dónde se encuentra, y la «inmensa alegría» que estos experimentan al encontrar a Jesús; los Magos encuentran a Jesús en la «casa» (oikía) que María tenía en Belén, no en una cueva.

La matanza de los niños de Belén

Resulta extraño que, al hablar de los Magos que entran en la casa de Jesús, Mateo diga que «vieron al niño con María, su madre», pero no hable de José. Probablemente, quiere recordar la concepción virginal de Jesús y su condición de Mesías, Hijo de Dios, a quien los paganos rinden homenaje con sus dones, realizando así lo dicho en Isaías (60,6): «Todos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso», y en el Salmo 72,10-11: «Los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo. Que los reyes de Arabia y de Sebá le traigan regalos; que todos los reyes le rindan homenaje». El interés de Mateo se dirige al hecho de que los paganos reconocen el dominio universal del Mesías y le rinden homenaje, mientras que los judíos rechazan al Mesías Jesús y la salvación que él trae.

Pero José no desaparece de escena. Apenas los Magos se marchan sin pasar por Herodes, un ángel se aparece en sueños a José y le ordena tomar al niño y a su madre, huir a Egipto y permanecer allí hasta que él se lo diga. El motivo es que Herodes está a punto de buscar al niño para eliminarlo. La orden se ejecuta de inmediato: José se levanta «de noche», toma al niño y a la madre y huye a Egipto – que en aquel tiempo era el país de los refugiados políticos – y permanece allí hasta la muerte de Herodes. Luego saldrá de Egipto para regresar a Israel, dando así cumplimiento a la profecía de Oseas: «De Egipto llamé a mi hijo» (Os 11,1).

En este punto estalla la ira de Herodes. Al verse engañado por los Magos, ordena que sean asesinados todos los niños de Belén y de los alrededores de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado cuidadosamente con los Magos, para que se cumpliera la palabra del profeta Jeremías: «En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada, porque ya no existen» (Jr 31,15). De nuevo el ángel se aparece en sueños a José y le ordena volver a la tierra de Israel. Y eso hace; pero, al oír que Arquelao reina en lugar de su padre Herodes, teme regresar a Belén y se retira al territorio de Galilea, y «se fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: “Será llamado ‘Nazareno’”» (Mt 2,23).

Sobre la alegría de la Navidad se perfila la sombra de la Cruz

Podemos resumir lo dicho hasta ahora en los siguientes puntos: 1) En las primeras comunidades cristianas, antes de que se escribieran los Evangelios, circulaban diversas tradiciones, no siempre coherentes entre sí, sobre el nacimiento de Jesús, quizá provenientes de su familia. 2) Mateo dio a estas tradiciones, expresadas de forma popular, una unidad, convirtiéndolas en un relato coherente y unitario, aunque dejó ver algunas diferencias, como en el caso de la estrella, que primero es el «signo» del rey (recién) nacido de los judíos y luego es la «guía» de los Magos hasta el lugar donde se encuentra Jesús. 3) El interés de Mateo es mostrar que, en los acontecimientos de su nacimiento, Jesús da «cumplimiento» a las Sagradas Escrituras: de ese modo, Jesús muestra ser el Mesías davídico y el Hijo de Dios. 4) En los hechos de la infancia de Jesús, Mateo ve prefigurado el futuro de Jesús: será acogido por los paganos, pero será rechazado por su propio pueblo. Así, sobre la alegre acogida de los Magos se proyecta la sombra de la cruz. En conclusión, la visión que Mateo ofrece del nacimiento de Jesús es ciertamente histórica, pero, sobre todo, teológica y, en particular, cristológica.

Notas

El midrash (plural midrashim) es un género literario utilizado por los escribas judíos de los siglos II-I a. C. para reflexionar sobre los grandes personajes de la Sagrada Escritura, en particular del Pentateuco, como Abrahán y Moisés, y actualizarlos, mostrando cómo estos personajes del pasado continúan siendo «ejemplares» para el presente y cómo los acontecimientos antiguos encuentran en el hoy su punto de llegada y su «cumplimiento». Una forma particular de midrash era el pesher, que consistía en mostrar cómo los acontecimientos del pasado —que, cuando ocurrieron, parecían incomprensibles— encuentran su sentido verdadero en los sucesos del presente. El midrash más conocido era el del niño Moisés, en el que se decía que el faraón tuvo un sueño que le anunciaba el nacimiento de un niño israelita que humillaría a los egipcios y exaltaría a los israelitas. Preso del miedo, el faraón ordenó arrojar al Nilo a los hijos varones nacidos de mujeres hebreas. Al no lograr su propósito, ideó otros medios para eliminar al pequeño Moisés, en particular ordenando la matanza de todos los recién nacidos hebreos. Refiriéndose al midrash del niño Moisés —perseguido por el faraón, pero que escapó milagrosamente de la muerte— algunos exegetas ven en el relato de la infancia de Jesús según Mateo un midrash modelado sobre el de Moisés niño. Cf. A. Vögtle, Messia e Figlio di Dio, Brescia, Paideia, 1976. ↑

Cf. J. Gnilka, Il Vangelo di Matteo, parte I, Brescia, Paideia, 1990, 22. Sobre la infancia de Jesús se ha escrito muchísimo. Además de la conocida obra de R. E. Brown, La nascita del Messia, Asís (Pg), Cittadella, 1981, recordamos aquí: A. Paul, Il vangelo dell’infanzia secondo Matteo, Roma, Borla, 1986; Ch. Perrot, I racconti dell’infanzia di Gesù, Turín, Gribaudi, 1997; G. Segalla, Una storia annunziata. I racconti dell’infanzia in Matteo, Brescia, Morcelliana, 1987, quien se muestra muy crítico con algunos puntos de la obra de R. Brown y escéptico respecto a la historicidad de ciertos hechos narrados por Mateo. ↑

A propósito de la concepción virginal de Jesús, muchos exégetas recuerdan tanto los concepciones milagrosas de mujeres del Antiguo Testamento (como Sara, Rebeca, Lía, Ana, la madre de Samuel) como las mujeres de la antigüedad pagana que conciben por obra de un dios, como Zeus. Estos paralelos con la concepción virginal de María están totalmente fuera de lugar, porque, en lo que respecta a las mujeres del Antiguo Testamento, se trata del hecho de que Dios cura su esterilidad, de modo que la unión con sus maridos sea fecunda; en cuanto a las mujeres paganas, entre ellas y el dios hay una verdadera y propia unión sexual. En cambio, en lo que concierne a María, la concepción virginal no se produce por una unión de tipo sexual con el Espíritu Santo, sino por un acto creador de Dios, que no tiene ningún carácter sexual ni, de ningún modo, fisiológico. Jesús ha nacido en la carne no de una semilla divina, sino de un acto creativo de Dios. Por ello, no es un semidiós, como lo fueron Heracles o Alejandro Magno, sino el Hijo de Dios. Jesús tiene una madre terrenal, pero no un padre terrenal. ↑

Ignacio de Antioquía, s., Ad Smirneos, 1, 1. ↑

Jesús es llamado «Nazoreo» por Mateo en dos ocasiones (Mt 2,23 y 26,71); pero nunca es llamado «Nazareno», como en cambio lo llama cuatro veces Marcos y dos veces Lucas, quien sin embargo llama una vez a Jesús «el Nazoreo» (Lc 18,37). «La derivación de Nazôraios es problemática. Pero parece probable que se trate de un adjetivo arameo derivado de naserat – naseraya… No se nos permite captar el significado real del título “Nazoreo”» (G. Segalla, Una storia anunciata, cit., 44). Otros exégetas consideran que el término Nazôraios tiene un sentido mesiánico, ya que provendría de neser (retoño), del que se dice en Isaías 11,1: «Un retoño surgirá del tronco de Jesé y un vástago dará fruto desde sus raíces». Para Mateo, Isaías es el profeta mesiánico por excelencia. [Nota del traductor: En la versión española de la Biblia CELAM 2015, que es la que usamos aquí, no se realiza esta distinción de la que habla el autor italiano de este artículo. En la versión española se habla solo de «Nazareno»]. ↑

El verbo proskynein, usado por los Magos, no debe traducirse con «adorar» (en sentido religioso), sino con «rendir homenaje» (en sentido profano). ↑

Cf. Josefo Flavio, Antichità giudaiche, XVI, 5, 1. ↑