La duda: ¿quién se equivocó de camino?
Año A – Adviento – III Domingo (Gaudete)
Mateo 11,2-11: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
La temática del tercer domingo de Adviento es siempre la venida del Señor y el camino que Él debe recorrer para salir a nuestro encuentro. Todas las lecturas hablan de ello abundantemente y con diversos matices. «¡La venida del Señor está cerca!», repite Santiago en la segunda lectura (St 5,7-10). La Palabra intenta sacudir a los últimos escépticos, indecisos o indiferentes.
La liturgia de hoy nos invita a despojarnos de los vestidos penitenciales y a revestirnos con los trajes de fiesta. Es el domingo de la alegría: Gaudete, ¡alegraos! Si leemos la primera lectura (Is 35) con un corazón sencillo y dispuesto a dejarse consolar, no podemos permanecer indiferentes ante esta profecía de Isaías. Nos presenta una visión de la realidad que respira alegría, belleza, ligereza y entusiasmo… ¡Un texto de la Escritura donde valdría la pena poner un marcador para volver a leerlo en los momentos oscuros y tristes!
La duda de Juan
En este tercer domingo, Juan sigue presente en escena, pero el contexto cambia radicalmente. Ya no es el hombre libre que grita en el desierto. Está en la cárcel. El rey Herodes (uno de los tres hijos de Herodes el Grande que se repartieron el reino) ha hecho encarcelar al Profeta. Quiere controlar la Voz. Se había vuelto subversiva, una amenaza para su poder. La Voz es sofocada y luego silenciada, pero no domesticada. ¡Permanecerá libre hasta el final!
Pero… aparece un peligro mucho más sutil para la Voz: ¡la duda! En el silencio de la prisión llega el eco de las «obras del Cristo», muy distintas de las que Juan esperaba. Jesús no se presenta con el hacha para cortar el árbol ni con la pala para limpiar su era (cf. el evangelio del domingo pasado). Juan, heredero de Elías, el profeta inflamado por el fuego del celo, parece desautorizado: ¡ni el árbol malo ni la paja son arrojados al fuego! ¡El «día de la venganza» no llega! Y la duda se insinúa.
¿Quién se equivocó de camino? ¿Jesús, que ha llegado por otra vía? ¿O Juan, el maestro de obras, que malinterpretó las instrucciones para preparar el camino? Es una duda inquietante y dramática. Está en juego no solo el sentido de la vida y de la misión de Juan, sino también la identidad misma de Yahvé.
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Palabras extrañas, incluso escandalosas, de una seriedad desesperada —comenta el conocido monje trapense y escritor Thomas Merton—. Jesús responde a los enviados de Juan con el elenco de sus obras:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los CIEGOS recobran la vista, los COJOS andan, los LEPROSOS quedan limpios, los SORDOS oyen, los MUERTOS resucitan y a los POBRES se les anuncia el Evangelio.»
¡Seis obras! ¿Por qué seis y no siete, el número de la perfección? ¡Falta una obra! ¿Cuál será? El futuro de su misión estaba aún abierto y, por tanto, incierto, y Jesús permanece a la espera de la última Obra del Padre. Y, aunque la conociera, no podría revelarla a Juan: lo habría llevado al desconcierto y a la oscuridad total.
Porque la última Obra será la Cruz, la derrota del Mesías esperado y el triunfo del Amor. Habría sido un escándalo demasiado grande incluso para el Profeta, «el mayor entre los nacidos de mujer». De hecho, también para Jesús, «el más pequeño en el Reino de los cielos», que vino a ocupar el último lugar, el del Siervo, no fue fácil aceptarla: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz» (Mt 26,39).
Nuestras dudas
¡La duda! Es el gusano que puede minar la solidez de nuestra fe. Sin embargo, hay que decir que existen dudas malsanas, que nos paralizan, y dudas saludables, que nos impulsan a la búsqueda y al crecimiento. Y todas ellas pueden convivir en nuestro corazón.
Hay quienes no tienen dudas porque se adaptan a la opinión común transmitida por los medios de comunicación. Otros no tienen dudas porque ven el mundo solo en dos colores: blanco y negro. Tienen ideas claras y distintas: de un lado la verdad, el bien, los buenos; del otro la mentira, el mal, los malos, a los que hay que combatir incluso en nombre de Dios.
Otros dudan de todo y de todos: una duda sistemática. Siempre tienen algo que criticar. Es la actitud de quien se considera juez y espectador de la realidad que le rodea. Es una forma de descompromiso. Otros más están bloqueados por una duda paralizante, incapaces de discernir debido a la complejidad de las situaciones o a la indecisión y al miedo al riesgo.
Sería oportuno preguntarnos si nos encontramos en alguna de estas categorías, porque en ellas la esperanza no puede germinar.
Pero ¿cuál es realmente la duda del Bautista? ¿De dónde procede? Es importante preguntárnoslo. Juan esperaba un mesías que llegara por el camino de la JUSTICIA, un juez que castigara a los impíos y premiara a los buenos. Jesús, en cambio, llega por otro camino: el de la MISERICORDIA. También Juan Bautista estaba llamado a cambiar de camino, a convertirse.
¿No será que también nosotros esperamos al mesías por el camino de la justicia? ¿Que ponga un poco de orden en nuestro mundo y en esta sociedad? ¿Que muestre claramente que «tenemos razón», que estamos del lado correcto? Si es así, el Adviento, de tiempo de esperanza, se convertirá en tiempo de decepción. Por eso Thomas Merton afirma: «Es importante recordar la profunda y, de algún modo, angustiosa seriedad del Adviento».
La bienaventuranza de nuestro tiempo
Jesús concluye su respuesta a Juan con una bienaventuranza:
«Dichoso el que no se escandalice de mí».
Es la décima que encontramos en el Evangelio de Mateo. Quizá sea la bienaventuranza de nuestro tiempo, en el que el cristiano navega contracorriente. Pienso en el debate cultural en curso sobre algunas opciones éticas o en el debate intraeclesial sobre temas controvertidos. Es difícil ver con claridad los contornos de los problemas y vislumbrar soluciones, sin hablar de los escándalos.
Es un tiempo en el que muchos se sienten tentados a abandonar la «Barca», confundidos, heridos, decepcionados, escandalizados… Entonces surge aquella pregunta desafiante que Jesús dirigió a los suyos cuando muchos lo abandonaron después de su discurso en Cafarnaún (Jn 6): «¿También vosotros queréis marcharos?»
Nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra