P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

Año C – 21º Domingo del Tiempo Ordinario
Lucas 13,22-30: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”

El Evangelio de este domingo nos recuerda que estamos en camino con Jesús hacia Jerusalén. Estar en camino es la condición, el modus vivendi del cristiano. «No tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura» (Hebreos 13,14). Somos «extranjeros y peregrinos» (1 Pedro 2,11). Peregrinamos hacia una meta que está delante de nosotros, siempre «más allá». Nunca podemos olvidar esta realidad esencial de la vida cristiana.

En el camino el Maestro tiene numerosos encuentros. Hoy uno le pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Ese alguien podría ser uno de nosotros. En efecto, le llama «Señor». También nosotros consideramos importante esta cuestión. Está en juego, en realidad, nuestra salvación. Veamos cómo responde Jesús a esta pregunta.

1. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha»

Esperábamos cifras o porcentajes, pero Jesús, como tantas otras veces, se niega a satisfacer nuestra curiosidad. Responder directamente podría alimentar falsas seguridades, por un lado, o infundir miedo y desánimo, por otro. Como profeta, Jesús más bien amonesta a sus oyentes: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán». En el pasaje paralelo de san Mateo leemos: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran!» (Mt 7,13-14). Por lo tanto, no solo la puerta es estrecha, sino también angosto el camino que conduce a ella.

¿Cuál es la puerta estrecha? La Puerta es Cristo (cf. Jn 10,7.9). Pero, ¿por qué estrecha? Porque pasa por la cruz. Y es estrecha no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Es una puerta que tarde o temprano se cerrará. Esta perspectiva hace decir al autor de la Carta a los Hebreos: «Exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice “hoy”» (Heb 3,13).

Este pasaje evangélico puede iluminarse más aún con lo que Jesús dice tras la frustrada vocación del llamado joven rico: «¡Qué difícil les resulta a los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios! Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» (Lc 18,24-25; cf. Mc 10,23-25; Mt 19,23-24). Aquí se habla de pasar por el «ojo de una aguja». Jesús utiliza una hipérbole semítica: una imagen intencionadamente exagerada y paradójica para expresar lo imposible.

Algunos autores han sugerido que Jesús se refería a una pequeña puerta secundaria en las murallas de Jerusalén, llamada «ojo de aguja», tan baja y estrecha que un camello solo podía pasar arrodillado y descargado de su carga. Aunque probablemente se trate de una elaboración simbólica tardía, la imagen es sugestiva. El camello, animal ritualmente impuro, era símbolo de riqueza, comercio y abundancia. Preguntémonos: ¿nuestro «camello» pasará por el «ojo de la aguja»? ¡Solo haciéndose pequeño, arrodillándose y despojándose lo logrará!

2. «No sé de dónde sois»

«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y vosotros, quedándoos fuera, empecéis a llamar a la puerta diciendo: “¡Señor, ábrenos!”, él os responderá: “No sé de dónde sois”».

Nos hallamos ante una de las palabras más duras del Evangelio. San Lucas es el evangelista de la misericordia y de la mansedumbre de Cristo, y, sin embargo, aquí Jesús nos sorprende con un lenguaje muy drástico. ¿Cómo conciliarlo con la parábola donde todos son invitados al banquete: «los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos» (Lc 14,15-24)? Buscábamos una respuesta tranquilizadora y, en cambio, el Señor desconcierta nuestras seguridades.

Jesús se dirige a sus contemporáneos, al pueblo de Israel, pero san Lucas piensa en los creyentes de su comunidad, donde se había introducido la dejadez, donde algunos se habían acomodado creyéndose ya «salvados», con pleno derecho a participar en el banquete celestial.

Prestemos atención: Jesús habla de nosotros, que hemos escuchado su palabra, comido y bebido con él en la mesa eucarística. Esto nos recuerda que no basta con participar en la misa o frecuentar los ritos para ser reconocidos por él. Es necesario también reconocerlo en los caminos de la vida: en el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo y el encarcelado (cf. Mt 25,31-46).

Esta palabra de Jesús suena como una amenaza, pero las «amenazas» de Dios están hechas para que nunca se cumplan. Su finalidad es despertarnos de nuestro sopor, recordarnos la seriedad de la vida y el sentido de la responsabilidad. Por tanto, confianza en la bondad y la misericordia de Dios, SÍ. ¡Siempre y en toda circunstancia! Superficialidad, NO. ¡Nunca! No existe un cristianismo barato. La ligereza, el descuido y la presunción de que «todo irá bien» sin más conducen a construir nuestra casa sobre la arena. La humildad y la prudencia, en cambio, la edifican sobre la roca (cf. Mt 7,24-27).

«¡Apartaos de mí, todos los que obráis la injusticia!». ¿Entonces todo ha terminado? ¿Es la última sentencia, irrevocable? Nos queda esta palabra de Jesús: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27).

3. «Y mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos»

¡Esperemos sorpresas! Dice san Agustín: «Aquel día muchos que se creían dentro se descubrirán fuera, mientras que muchos que pensaban estar fuera serán hallados dentro». Con estupor, veremos que algunos que considerábamos entre los últimos serán acogidos en el Paraíso con alfombra roja, mientras nosotros nos veremos obligados a hacernos pequeños para lograr pasar por la puertecilla del «ojo de la aguja».

Para la reflexión personal

Meditemos este texto de san Pablo: «Que cada uno mire cómo construye. Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo. Y si sobre este fundamento se edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno se hará visible; el Día la dará a conocer, porque será revelada con fuego, y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra que uno edificó, recibirá recompensa. Pero si la obra de alguno se quema, sufrirá pérdida; él, sin embargo, se salvará, aunque como a través del fuego» (1 Corintios 3,10-15).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj