21º Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Lucas 13,22-30


Javcho Savov, Guernica 2015

(Guernica 2015, obra del caricaturista búlgaro Javcho Savov)
Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?»

Él les dijo: «Hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.»


Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.
«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: `¡Señor, ábrenos!’ Y os responderá: `No sé de dónde sois.’ Entonces empezaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas ‘. Pero os volverá a decir: `No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!’ «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. «Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.»

Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.

Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.

Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz; los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.

Una pregunta absurda: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: “¿Serán muchos los que se condenen?” Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿Qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.

Una enseñanza: “entrar por la puerta estrecha”

Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.»

La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).

En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.

Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”.

La experiencia demuestra que vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.

Un final sorprendente y polémico: quiénes

La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.

El libro de Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.

Sin embargo, la parábola que cuenta Lucas afirma algo muy distinto. El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa.

La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21). Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente.

Moraleja y matización

Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados. El mismo Lucas, cuando escribe el libro de los Hechos de los Apóstoles, presenta a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque generalmente sin mucho éxito.

Primera lectura: Isaías 66, 18-21

El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).

Segunda lectura: cuando Dios nos mete por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)

Este breve fragmento de la Carta a los Hebreos no tiene nada que ver con el evangelio. Pero es una hermosa exhortación que lo complementa. En el evangelio se nos anima a «entrar por la puerta estrecha». Muchas veces es la vida la que se estrecha en torno a nosotros, como si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la carta enfoca esos momentos difíciles como una reprensión o corrección del Señor. Pero es la corrección de un Padre que deseo lo mejor para su hijo, idea que debe consolarnos y fortalecernos.

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CONFIANZA, SÍ. FRIVOLIDAD, NO
José A. Pagola

La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.

Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.

Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.

Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.

Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.

Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.

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Introducción

“Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, cava bien tus estacas porque te extenderás a derecha e izquierda” (Is 54,2-3). Esta es la invitación que el profeta dirige a Jerusalén encerrada en un apretado cerco de murallas. Se han terminado los tiempos de nacionalismos estrechos; se abren nuevos e ilimitados horizontes: la ciudad debe prepararse para recibir a todos los pueblos que vendrán a ella porque todos, no solo Israel, son herederos de las bendiciones prometidas a Abrahán.

La imagen empleada por el profeta es deliciosa; nos hace contemplar vívidamente a la humanidad entera de camino hacia el monte sobre el que se levanta Jerusalén. Allí el Señor ha preparado un “festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos” (Is 25,6).

Con otra imagen de la ciudad, el autor del Apocalipsis describe, en las últimas páginas de su libro, la gozosa conclusión de la turbulenta historia de la humanidad. Jerusalén, dice: “tiene una muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las puertas. Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y al occidente tres puertas” (Ap 21,12-13). La imagen es distinta pero el significado es el mismo: desde cualquier parte de donde procedan, todo hombre y mujer encontrarán las puertas de la ciudad abiertas de par en par para darles la bienvenida.

El camino hacia el banquete del reino de Dios, sin embargo, no es un cómodo paseo. La senda es estrecha y la puerta –dice Jesús– es angosta y difícil de encontrar. Esta afirmación no contradice el mensaje optimista y gozoso de los profetas que anuncian la Salvación universal sino que pone en guardia contra la ilusión de quienes creen caminar por el camino justo cuando, por el contrario, andan perdidos por senderos que los están alejando de la meta. Todos llegarán finalmente a la meta, sí, pero no conviene llegar al final del banquete.

Evangelio

En el evangelio de Mateo encontramos con frecuencia en boca de Jesús palabras muy duras contra los malvados: habla del fuego del infierno, los amenaza con separar a las ovejas de las cabras y, nada menos que siete veces, anuncia a los pecadores que les espera llanto y crujir de dientes.

Lucas presenta a un Jesús más comprensivo, indulgente y siempre pronto a ponerse de parte de los pobres, de los desesperados, de los que han tenido una vida difícil. Siempre los presenta así… excepto en el pasaje de hoy donde, extrañamente, recurre a las amenazas y condenas. Hay una puerta estrecha a través de la cual es casi imposible pasar; incluso está inesperadamente cerrada y el que está adentro está adentro y el que está afuera se queda afuera. Los que llegan con retraso son despedidos de malos modos. ¡Es demasiado tarde!, grita el dueño de la casa. ¡Fuera de aquí! ¡Aléjense de mi vista! ¡No los conozco! ¡Les espera llanto y crujir de dientes!

Quien se ha dejado envolver y fascinar por los temas favoritos de Lucas –la alegría, la fiesta, el optimismo, la clemencia de Dios– se queda estupefacto ante tales palabras. Nunca se hubiera esperado de Jesús semejante comportamiento. El que amaba a publicanos y pecadores y aceptaba con gusto sus invitaciones para comer con ellos, ahora les cierra la puerta a sus amigos en su cara, fríamente y sin dudarlo. El Jesús inflexible de esta parábola no parece el mismo que sugería invitar al banquete a lisiados, tullidos y ciegos (cf. Lc 14,13) de quienes lógicamente no se puede esperar ni puntualidad ni que acierten de inmediato con la puerta de entrada. No se asemeja al médico que ha venido a curar a los enfermos, ni al pastor que se enternece por la oveja perdida, ni al amigo que se levanta de noche para dar pan. Sus sentimientos son distintos de los del padre del hijo pródigo. Resulta extraño también su consejo: “Procuren entrar por la puerta estrecha”. Parece una invitación a preocuparse solamente por la salvación propia. Quien a fuerza de codazos logra hacerse con un puesto en la sala del banquete, parece desinteresarse por quien se ha quedado fuera.

No es difícil intuir la razón que ha llevado a Lucas a insertar en su evangelio palabras tan duras. En sus comunidades se han infiltrado la laxitud, el cansancio, la presunción de estar en excelentes relaciones con Dios, la arrogante convicción de que bastan los buenos propósitos para obtener la Salvación a buen precio. Lucas se da cuenta de que muchos cristianos corren el riesgo de quedar excluidos del reino y se siente en el deber de desenmascarar el falso optimismo que se ha extendido. Emplea lenguaje e imágenes ligadas a su cultura, ambiente y época. Hay que tener muy presente este hecho, pues de lo contrario podemos adulterar el sentido de las palabras de Jesús y considerarlas como información de lo que ocurrirá al final del mundo. Los detalles son dramáticos, el lenguaje es impresionante, pero es así como se expresaban los predicadores de aquel tiempo con la intención de sacudir las conciencias de sus oyentes.

Tratemos de captar el significado de semejantes expresiones. Un día, a alguien se le escapa la pregunta: “Señor ¿son pocos los que se salvan?” (v. 23). Algunos rabinos enseñaban que todo el pueblo de Israel participaría en el banquete del reino. Otros sostenían que no, que son más numerosos los que se pierden que los que se salvan, como un río es mayor que una gota de agua. La opinión más extendida, sin embargo, era: “Este siglo fue creado por el Altísimo para una multitud, pero el siglo futuro lo será para un pequeño número. Muchos han sido creados; pocos, sin embargo, se salvarán.”

Jesús no entra en el argumento porque la pregunta ha sido mal planteada y, por tanto, cualquier respuesta sería incorrecta y engañosa. Si responde no, crea falsas seguridades; si responde sí, provoca desaliento. Jesús rechaza convertirse en un visionario apocalíptico; no ha venido a develar números y fechas secretas, como hacen algunos locos soñadores de nuestros días. Jesús prefiere cambiar de argumento; no entra en especulaciones sobre el fin del mundo y la Salvación eterna; lo que interesa es dejar claro cómo se entra en el reino de Dios, es decir, cómo convertirse ‘hoy’ en discípulos suyos y mantenerse como tales.

La primera condición es “Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán (v. 24). Sorprende el hecho de que no logren entrar a pesar de intentarlo. Aparentemente no les falta la buena voluntad, pero se equivocan en el modo de hacerlo. Se refiere a los fariseos que exhiben una vida impecable y ejemplar, ayunan dos veces por semana, no son ladrones ni adúlteros y, sin embargo, no logran entrar.

Para poder pasar por una puerta estrecha, lo sabemos, solo hay una manera de hacerlo: contraerse, estrecharse, es decir: hacerse pequeño. Quien es grande y grueso no pasa; puede intentarlo de muchas maneras, de frente o de perfil, pero no logrará pasar. Esto es lo que a Jesús le interesa que quede claro: no se puede ser discípulo suyo sin renunciar a ser grande, sin hacerse pequeño y servidor de todos.

He aquí el error del fariseo: la presunción, la confianza puesta en la propia santidad, en sus buenas obras. No ahorra energías; hace de todo para agradar a Dios –lo reconoce también Pablo (cf. Rom 10,3) – pero está demasiado inflado de vanidad y arrogancia. Pequeño es quien reconoce que no merece nada, quien, mirándose a sí mismo, se siente frágil y perdido, quien no ve otra salida que no sea la de encomendarse a la misericordia de Dios; solo este logra pasar a través de la puerta estrecha.

Quien no asume la disposición interior del pequeño, no puede entrar en el reino de Dios, aunque sea muy rezador, buen catequista, gran predicador, incluso hacedor de milagros (cf. Mt 7,22). Jesús continúa desarrollando las implicaciones que lleva consigo su invitación a participar en el banquete mediante una parábola que introduce otra exigencia: es necesario darse prisa, pues no hay tiempo que perder (vv. 25-30). Un gran señor ofrece gratuitamente un banquete al que todos están invitados, con la sola condición, como hemos visto, de ser lo suficientemente pequeños para pasar por la puerta y de hacerlo sin pretensiones. Pero, ¡atención!, llega un momento en que la puerta es cerrada. El gran señor es claramente Dios quien, como ha prometido por boca de los profetas (cf. Is 25:6-8; 55:1-2; 65,13-14), organiza el banquete del reino.

La escena ahora se desdobla. Hay un primer grupo de personas que, dejadas afuera, pretender entrar alegando a gritos sus razones: “Hemos comido y bebido contigo, en nuestras calles enseñaste” (v. 26). Pero el gran señor no les abre la puerta sino que los expulsa llamándolos malhechores: “Les digo que no sé de dónde son ustedes. Apártense de mí, malhechores (v. 27).

¿Quiénes son estos? Tratemos de identificarlos: han conocido a Jesús, lo han escuchado, han comido el pan con Él. No son, por tanto, paganos sino miembros de la comunidad cristiana. Son los que tienen sus nombres inscritos en los registros de los bautismos, los que leyeron el Evangelio y participaron del banquete eucarístico. Creen tener los papeles en regla para poder entrar en la fiesta y, sin embargo, son alejados porque no basta el mero conocimiento de la propuesta evangélica sino que es necesario comprometerse, adherirse a ella. Quien no se compromete a tiempo con Evangelio es un hacedor de iniquidad.

Esta severa condena va dirigida a los cristianos flojos, ‘tibios’, superficiales, que se contentan con una pertenencia externa a la comunidad, celebrando liturgias huecas que se reducen para ellos a ritos exteriores incapaces de transformar sus vidas. No hay que entender este rechazo, sin embargo, como una condena definitiva, como exclusión eterna de la Salvación. Una interpretación en este sentido sería errónea y peligrosa por ir contra el mensaje evangélico.

Las palabras de Jesús se refieren al presente, a la pertenencia y adhesión al reino de Dios hoy, aquí y ahora. Son una apasionada invitación a que evaluemos con urgencia la propia vida espiritual porque muchos cultivan la ilusión de ser discípulos de Jesús cuando, en realidad, no lo son. Éstos tales, si no se dan cuenta pronto, terminarán en llanto (cuando descubran que han fallado miserablemente), y en rechinar de dientes (símbolo de la amargura y la rabia de quien comprende, demasiado tarde, haberse equivocado).

Vayamos al segundo grupo, compuesto por quienes están adentro. Sentados a la mesa están los patriarcas: Abrahán, Isaac, Jacob. Después todos los profetas y finalmente una inmensa multitud venida de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur. No se dice que todos éstos hayan conocido a Jesús y caminado a su lado; quizás muchos de ellos ni siquiera sabían de su existencia. Lo cierto es que, si han logrado entrar, significa que han pasado por la puerta estrecha, mientras que los del primer grupo se han quedado afuera (vv. 28-30).

Volvamos unas cuantas páginas atrás. En el capítulo 9 del evangelio de Lucas se dice que un día surgió una discusión entre los discípulos acerca de quien era el más grande. Jesús, entonces, tomando a un niño “lo colocó junto a sí y les dijo: «El más pequeño de todos ustedes, ese es el mayor»” (Lc 9, 46-47). No puede participar en el banquete quien no se esfuerza por ser pequeño.

Jesús no ha querido meter miedo a nadie con la amenaza del infierno. Su condena va dirigida contra la vida tibia (ni fría ni caliente), incoherente, hipócrita que llevan tantos hombres y mujeres que dicen ser sus discípulos. Y, sin embargo, incluso ante palabras tan inquietantes, todavía hay cristianos incoherentes, hipócritas y arrogantes a quienes ni siquiera les pasa por la imaginación el que un día el Señor pueda decirles: “No los conozco”.

Lucas, quizás con dolor del corazón porque no es su estilo, ha tenido que introducir este texto en su evangelio. A diferencia de Mateo, que concluye el pasaje de manera sombría y amenazadora –“Los ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas de afuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mt 8,12)– Lucas termina la parábola con la escena de la fiesta y del banquete con un dicho significativo: “Porque hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” (v. 30).

Al final, por tanto, todos serán recibidos, aunque –por desgracia para ellos– los últimos habrán perdido la oportunidad de haber gozado desde el principio de las alegrías del banquete del reino de Dios.

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