
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
¿Qué haré?
Año C – 18º Domingo del Tiempo Ordinario
Lucas 12,13-21: “Guardaos de toda avaricia”
Estamos caminando con Jesús, guiados por el Evangelio de Lucas. Vamos en dirección a Jerusalén. Hace un tiempo, Jesús, “cuando se cumplían los días en que iba a ser llevado al cielo, tomó la firme decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9,51). Por el camino, el Señor encuentra personas y enseña. El domingo pasado, Jesús nos habló de la oración. Hoy nos hablará del uso de los bienes, un tema muy querido por san Lucas.
1. “Uno de la multitud dijo a Jesús”
Todo comienza con la intervención de un hombre de la multitud que pide a Jesús que diga a su hermano mayor que reparta con él la herencia. Jesús responde, algo molesto: “Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?”.
¡He aquí un hombre cualquiera! Cuando en el Evangelio aparece alguien sin nombre, debemos prestar atención: probablemente se refiere a nosotros. De hecho, este hombre representa a muchos de nosotros (¡y al decir “nosotros”, pienso también en mí!). Jesús acababa de decir: “¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis: vosotros valéis más que muchos pajarillos” (Lc 12,6-7). Pero este hombre pensaba en otra cosa. Estaba preocupado porque su hermano se había apropiado de la herencia y no quería darle la parte de bienes que le correspondía.
Lo mismo nos sucede a menudo. Jesús, la Palabra, habla, pero nuestra mente está en otro lugar. Estamos absorbidos por nuestras preocupaciones y desearíamos que el Señor, más que hablarnos de otras cosas, resolviera nuestros problemas.
Señor, cuando me disponga a escucharte, que pueda vaciar mi corazón de todo problema y preocupación, de todo sentimiento y emoción, de todo pensamiento y deseo, para hacer espacio a tu Palabra.
¡Uno de la multitud! Jesús estaba rodeado de sus discípulos y de miles de personas (véase Lc 12,1). Aquel hombre estaba en medio de la multitud. La posición de este hombre es significativa. Forma parte de la multitud. Me hace pensar que la multitud es el “lugar” de muchos cristianos hoy en día. Sí, simpatizan con Jesús, pero mantienen cierta distancia con Él y con sus enseñanzas. Estar cerca compromete demasiado en una sociedad cada vez más indiferente, o incluso hostil, a la fe cristiana. Estar cerca de Cristo, incluso solo en nuestra forma de hablar, puede ponernos en aprietos, como a Pedro cuando Jesús era juzgado: “Verdaderamente, también éste estaba con él, pues también es galileo” (Lc 22,59).
Señor, tú me has llamado por mi nombre, sacándome de la multitud (Lc 6,13-16). Concédeme, Señor, el Espíritu de fortaleza, para que venza el miedo y la cobardía cada vez que se me llame a dar testimonio de tu nombre.
2. “Un hombre rico”
Como profeta, Jesús se coloca de inmediato en otro plano y advierte a sus oyentes sobre el peligro de las riquezas: “Tened cuidado y guardaos de toda avaricia, porque, aunque uno tenga abundancia, su vida no depende de sus bienes”.
La riqueza, el dinero, los bienes materiales son quizás los mayores ídolos de este mundo, porque nos dan la sensación de seguridad y de poder obtenerlo todo, incluso la felicidad. No es casualidad que san Pablo, en la segunda lectura (Colosenses 3,1-11), advierta a los cristianos contra “esa codicia, que es una idolatría”. A este ídolo se sacrifican cada día miles de vidas en el altar del beneficio.
Un hombre rico, afortunado. Para profundizar en su enseñanza, Jesús cuenta la parábola de un hombre rico que tuvo la suerte de cosechar en abundancia. ¿Quién es este hombre? A primera vista, no parecemos ser nosotros. Pero si lo miramos bien, tal vez lo encontremos acurrucado en el rincón de los deseos de nuestro corazón. Es difícil encontrar a alguien que no desee ser rico.
¿Qué haré? ¡Haré esto! Este hombre tiene un problema: sus graneros son demasiado pequeños para almacenar tanto bien, y se pregunta: “¿Qué haré, pues no tengo dónde guardar mis cosechas?”. Pero pronto encuentra la solución: “Esto haré –se dijo–: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes”. Es un hombre práctico y decidido, como el administrador injusto de otra parábola de Jesús (cf. Lc 16,1-8).
Esta pregunta, “¿Qué haré?”, es recurrente en los escritos de san Lucas (véase también 3,10.12.14; 16,3.4; Hch 2,37; 16,30). Es una pregunta que deberíamos hacernos más a menudo: nos ayuda a discernir lo que hay que hacer, en lugar de dejar que las situaciones se deterioren o que otros decidan por nosotros.
Lo que llama la atención en este hombre es su egocentrismo. Solo existe él: “derribaré… construiré… reuniré…”. Él y sus bienes: “mis cosechas… mis graneros… mis bienes…”.
Ninguno de nosotros razona así. Tal vez digas:
– “Si yo fuera rico, sabría qué hacer: ¡ayudaría a los míos, por supuesto, y a los pobres!”.
– ¡Pero tú eres rico! Piensa en cuántos talentos te ha dado el Señor: ¿qué uso estás haciendo de ellos?
3. “¡Necio!”
El hombre rico de la parábola no tiene interlocutor. “Pensaba dentro de sí mismo” y solo se hablaba a sí mismo: “Alma mía, tienes muchos bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete”. Pero en ese momento interviene un interlocutor inesperado: “Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?’”.
¿Es acaso Dios un aguafiestas? No, es simplemente la voz de la conciencia que nos recuerda la realidad de la vida, como decía el libro del Qohelet en la primera lectura: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!”.
Mantengamos despierta nuestra conciencia, dejemos que grite: “¡Necio!”, para que no tenga que hacerlo al final, cuando demos cuenta de nuestra vida: “¡Necio, ¿qué has hecho con tu vida?!”.
Propuesta de vida
Jesús concluye la parábola diciendo: “Así es el que acumula riquezas para sí y no se enriquece ante Dios”. En otro lugar, al final de la parábola del administrador injusto, concluye: “Pues bien, yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando falte, os reciban en las moradas eternas” (Lc 16,9). Y san Basilio dice al hombre rico —y a nosotros—: “Si quieres, tienes graneros: son las casas de los pobres”.
Señor, conscientes de nuestra frecuente necedad en la vida, te pedimos humildemente con el salmista: “Enséñanos a contar nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio” (Salmo 89).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj