16º Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Lucas 10,38-42

38 Mientras iban de camino entró también él en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. 39 Ésta tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. 40 Marta, en cambio, se dispersaba en múltiples tareas. Se le plantó delante y le dijo: – Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje sola con el servicio? Dile que me eche una mano. 41 Pero el Señor le contestó: – Marta, Marta, andas preocupada e inquieta con tantas cosas: 42 sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará.
¿AFANARSE O ESCUCHAR?
José Luis Sicre
El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?
Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.
Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10)
¿Cuántos son los invitados?
Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.
Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.
En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad.
Hospitalidad
La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.
El menú, dos cocineros y un maître.
Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.
La cuenta
Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática.
Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42)
El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan.
¿Cuántos invitados a comer?
En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.
El menú, y una cocinera sin ayudante
No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.
En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?
Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.
Dos actitudes
El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.
El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.
Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.
Marta-María y el buen samaritano
Como indiqué al comienzo, este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.
La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.
Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.
NADA HAY MAS NECESARIO
José A. Pagola
El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.
http://www.musicaliturgica.com
CRISTO, HUÉSPED, PERO NO PARA UN DÍA
Fernando Armellini
Cuando durante la celebración de la Eucaristía o en un encuentro bíblico me toca leer este pasaje, suelo escudriñar con atención las caras de los presentes, tratando de intuir sus reacciones. Veo, en general, caras de extrañeza, de contrariedad, de disentimiento y, entonces, paso al ataque: “Me parece que muchos de ustedes no están de acuerdo con cuanto Jesús ha dicho a Marta”. A este punto comienzan los susurros, las sonrisas, los comentarios en voz baja voz, casi todos hostiles a Marta. La reprobación es unánime aunque no tengan el coraje de manifestarla.
Siempre hay alguno, sin embargo, que expresa lo que siente: “¿Cómo es posible amonestar a una mujer que trabaja y elogiar a una que no hace nada? ¡Es fácil entregarse a los rezos mientras otros cargan con los quehaceres!”. Los hay quienes, echando mano a interpretaciones de misticismo barato, ven en las palabras de Jesús una afirmación de la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa. Serían en este caso los monjes y las monjas quienes han elegido la mejor parte viviendo una vida de recogimiento y oración en la soledad de sus claustros. Los curas diocesanos, empeñados en tantas actividades parroquiales, y también los laicos que se dedican a obras caritativas, serían espiritualmente menos perfectos a pesar de sus fatigas y renuncias.
Si entendemos el evangelio de hoy de esta manera, entonces estaría en flagrante contradicción con el del domingo pasado. El Jesús que elogiaba al samaritano por todo lo que hizo por el herido que encontró en el camino, estaría ahora proponiendo como modelo a una mujer que no mueve un dedo para ayudar a su hermana.
Usar este texto para contraponer la vida contemplativa a la vida activa se ha debido, entre otras causas, a una incorrecta traducción. En el texto original Jesús no dice: “María escogió la mejor parte”, sino simplemente: escogió la parte buena. Mientras que Marta se deja llevar por la agitación, María toma la decisión justa, se comporta como persona sabia. Tratemos de entender el por qué.
A Lucas le gusta presentar a Jesús sentado a la mesa comiendo en compañía de quien le invitara. Aceptaba las invitaciones de todos: de los ‘justos’, de los fariseos (cf. Lc 7,36; 11,37; 14,1) como también de publicanos y pecadores (cf. Lc 5,30; 15,2; 19,6). Hoy lo encontramos en casa de dos hermanas.
Marta, la de más edad, se pone inmediatamente manos a la obra. Su sensibilidad femenina le sugiere que un vaso de buen vino y un plato de carne apetitosa, servidos con elegancia y cortesía, muestran más que mil palabras el afecto que se siente hacia una persona. María, por el contrario, prefiere estar sentada a los pies de Jesús y escucharlo. Es a este punto que surge la discusión entre las dos hermanas, que termina por involucrar también al huésped.
Antes de entrar en el tema central, prestemos atención a un detalle del relato que pone de relieve la postura de María. Estaba: “sentada a los pies de Jesús” (v. 39). No es una información banal; de hecho, el texto le da una relevancia especial. Se trata de una expresión que tiene un valor técnico bien preciso que, en aquel tiempo, servía para indicar la prerrogativa de ser discípulos de un rabino. Solo se aplicaba a aquellos que participaban regular y oficialmente a sus lecciones. En los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, Pablo recuerda con orgullo: “Soy judío… educado e instruido a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3), es decir, he sido discípulo del más famoso de los maestros de mi tiempo.
¿Qué hay de extraño en que María sea presentada como discípula de Jesús? Nada para nosotros. Pero en aquel tiempo ningún maestro hubiera aceptado a una mujer entre sus discípulos. Decían los rabinos: “Es mejor quemar la Biblia que ponerla en manos de una mujer”. Y también: “Que no se atreva ninguna mujer a pronunciar la bendición antes de las comidas”. “Si una mujer frecuenta la sinagoga, que lo haga sin llamar la atención’. Esta mentalidad estaba tan generalizada que se infiltró también en las primeras comunidades cristianas. En Corinto, por ejemplo, se observó por cierto tiempo la siguiente norma: “Las mujeres deben callar en la asamblea… Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus maridos en casa. No está bien que una mujer hable en la asamblea” (cf. 1 Cor 14,34-35).
Siendo ésta la mentalidad del tiempo, es fácil comprender lo revolucionaria que fue la decisión de Jesús de aceptar también mujeres entre sus discípulos. Y ya metidos en el tema, la frase con que comienza el relato no es menos provocativa: “Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa” (v. 38). En aquel tiempo estaba muy mal visto el que un hombre aceptara la hospitalidad ofrecida por mujeres. Ésta quizás sea la razón por la que Lucas no menciona a Lázaro, que solamente es referido en el evangelio de Juan (cf. Jn 11; 12,1-8). Con Jesús comienza el mundo nuevo y todos los prejuicios y discriminaciones entre hombre y mujer, recuerdos de culturas y herencias paganas, son denunciados y superados por Él.
Una segunda observación importante a este versículo 39: No se dice que María esté sumida en oración o “contemplando” a Jesús, sino que escucha su Palabra. No escucha otras palabras, sino la Palabra, el Evangelio. No se puede, pues, invocar a María para justificar lo devocional y el intimismo religioso. María es el modelo de quien da prioridad a la escucha de la Palabra.
Tratemos ahora el punto más difícil del evangelio de hoy: la respuesta enigmática de Jesús a Marta (vv. 40-41). Si la cuestión se plantea en términos de reproche a quien trabaja y alabanza del ocioso, es difícil estar de acuerdo con Jesús. Pero ¿es esto lo que Él pretende? Hay que notar, en primer lugar, que Marta no es reprochada por trabajar sino por su agitación, ansiedad, porque está preocupada, se inquieta por muchas cosas y, sobre todo, porque se dedica al trabajo sin antes haber escuchado la Palabra.
María es elogiada, sí, pero no por ser floja, o porque trate de rehuir el trabajo en la cocina. Jesús no le dice a Marta que está equivocada cuando ésta le recuerda a su hermana el trabajo por hacer; no le sugiere a María hacerse la remolona y dejar que la hermana se las arregle como pueda. Dice solamente que lo más importante, a lo que hay que dar prioridad –si queremos que nuestro trabajo no se convierta en mera agitación– es a la escucha de la Palabra.
Tratemos de hacer una síntesis de lo dicho hasta ahora. A nosotros no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera; esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se desasocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones.
María ha escogido la parte buena porque ha escuchado la Palabra. Ha sido otra María, la Madre de Jesús, la primera en ser elogiada por el mismo motivo: por estar atenta a la escucha de la Palabra (cf. Lc 1,38. 45; 2,19; 8,21). Es curioso: los modelos de escucha de la Palabra que nos presentan los evangelios están todos representados por mujeres. ¿No será porque ellas son más sensibles y están mejor dispuestas que los hombres a escuchar al Maestro?
El pasaje concluye con las palabras de Jesús a Marta (vv. 41-41), pero no parece que todo termine aquí. El diálogo entre las dos seguramente continuó, aunque Lucas no lo refiera. El evangelista parece querer llamar la atención de sus lectores sobre otro detalle que podría pasar desapercibido: el silencio de María. A lo largo de todo el relato, María no dice una palabra, ni siquiera para defenderse, para aclarar su postura, para explicar su decisión. Simplemente calla, lo que nos podría llevar a suponer que su silencio, señal de meditación e interiorización de la Palabra, se hubiera prolongado aun después de la intervención de Marta. Es Marta la que tiene necesidad de sentarse a los pies de Jesús para escucharlo y recuperar así la calma, la serenidad interior y la paz.
Mientras Jesús y Marta conversan, yo me imagino a Marta, absorta en sus pensamientos, serena y contenta, ponerse el delantal y silenciosamente substituir a la hermana en la cocina. Marta es generosa, dispuesta, dinámica, pero ha cometido un error: cargarse de trabajo antes de confrontarse con la Palabra.
Estoy seguro de que María trabajó mucho aquella memorable tarde de la visita de Jesús y sus discípulos, mostrando así que el tiempo dedicado a la escucha de la Palabra no es tiempo robado a los hermanos. Quien escucha a Cristo no olvida el compromiso con los demás: se aprende a trabajar por ellos de la manera justa… sin agitación
.www.bibleclaret.org