Un apóstol popular, famoso por su proverbial incredulidad que, de algún modo, lo hace simpático y cercano a nosotros, una figura “actual” (Juan 20, 19-29).

UN APÓSTOL Y SU MISTERIOSO GEMELO
Poco o nada sabemos sobre sus orígenes. Tal vez era pescador en el lago de Galilea (Juan 21, 2). Lo que conocemos de él proviene sobre todo del Evangelio de San Juan. En los sinópticos aparece únicamente en la lista de los doce apóstoles (Mateo 10, 3; Marcos 3, 18; Lucas 6, 15).
Su nombre, Tomás, significa “doble” o “gemelo” (de la raíz hebrea Ta’am, en griego Dídimos). Tomás ocupa un lugar destacado entre los apóstoles, tal vez por eso se le atribuyeron los Hechos y el Evangelio de Tomás, textos apócrifos del siglo IV, “importantes para el estudio de los orígenes cristianos” (Benedicto XVI, 27.09.2006).
¿Tomás, un nuevo Jonás?
Según la tradición, Tomás habría sido el primero en llevar el Evangelio a la India. Los cristianos del estado de Kerala (costa de Malabar, en el sur de la India) se remontan a su predicación. Son los “Cristianos de Santo Tomás”, que los portugueses encontraron al llegar a la India.
El libro de los Hechos de Tomás describe su envío misionero de forma singular (nº 1-2). Cuando los apóstoles se repartieron las regiones del mundo por evangelizar, a Tomás le tocó la India. Pero él no quería ir. Jesús se le apareció en sueños para animarlo: “No temas, Tomás. Mi gracia te acompañará. Nada te faltará.” Pero no hubo manera: ni siquiera Jesús logró convencerlo. “¡Envíame a cualquier otro sitio, Señor! ¡Precisamente a la India no quiero ir!” Pues bien, al día siguiente, Jesús… se presentó en la playa y lo vendió como esclavo a un comerciante indio, navegante, que buscaba un constructor (Santo Tomás es patrono de los arquitectos); y así, contra su voluntad, se vio obligado a embarcar rumbo a la India…
Tomás en el Evangelio de Juan
Tomás aparece cuatro veces en el Evangelio de Juan. Su nombre es uno de los más mencionados entre los apóstoles.
Su primera intervención muestra la disposición de seguir a Jesús hasta la muerte, cuando el Maestro decide regresar a Judea tras la muerte de Lázaro, a pesar de que los judíos lo buscaban para matarlo. Ante la firmeza de Jesús, Tomás anima al grupo: “¡Vayamos también nosotros a morir con él!” (Juan 11, 16). Aquí aparece un Tomás generoso, decidido a compartir la suerte del Maestro.
La segunda intervención ocurre durante la Última Cena. Jesús dice que va a prepararles un lugar y añade que los apóstoles ya conocen el camino. Tomás, siempre dispuesto a seguir a Jesús, pero como hombre práctico, exclama: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Juan 14, 5). La respuesta de Jesús es una de las frases más conocidas del Evangelio: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6).
La tercera intervención es la que “estigmatiza” a Tomás como “incrédulo” y “terco”. No se conforma con un testimonio ajeno, sino que quiere “ver” y “tocar” las heridas del Crucificado. Jesús accede a hacer una segunda visita al grupo, en el Cenáculo, exclusivamente para Tomás, ya que en la primera aparición ya se había producido el envío misionero y la efusión del Espíritu (Juan 20, 19-23). Ante el Maestro, Tomás pronuncia “la mayor y más sublime profesión de fe de todo el Nuevo Testamento” (Benedicto XVI): “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28). Y Jesús proclama la última bienaventuranza: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan 20, 29).
En la cuarta aparición solo se menciona su nombre en la lista de los siete que salen a pescar con Pedro (Juan 21, 2). Que esté junto a Pedro es otra señal de la importancia que se le da a Tomás.
¿Tomás, gemelo de Jesús?
El nombre Tomás, que significa “doble” o “gemelo”, es especialmente significativo. El Evangelio de Juan lo destaca tres veces (11, 16; 20, 24; 21, 2). Ser gemelo no solo le da un “nombre”, sino que lo caracteriza en su vida de discípulo y apóstol. El libro apócrifo de los Hechos de Tomás (que narra de manera pintoresca el apostolado de “Judas Tomás”) cuenta que, en un momento, Jesús aparece como “su hermano” (nº 11). Más adelante, en boca de una yegua (¡pariente de la burra de Balaam! Números 22, 28), Tomás es llamado hermano gemelo de Cristo (nº 39).
Se trata de una forma de subrayar la relación de intimidad entre Jesús y este apóstol. De hecho, Jesús ya no llama a sus discípulos “siervos”, sino “amigos” (Juan 15, 15) y, tras la resurrección, “hermanos” (Juan 20, 17). La categoría de “gemelo” en sentido espiritual eleva aún más el grado de comunión entre el discípulo y Cristo.
Tomás, nuestro gemelo
Los gemelos siempre han sido un fenómeno humano que despierta curiosidad y estimula el imaginario colectivo. También a nosotros nos gustaría saber de quién era gemelo Tomás. A mi parecer, podría ser de Natanael (Bartolomé). De hecho, la última profesión de fe de Tomás se corresponde con la primera de Natanael, al comienzo del evangelio (Juan 1, 45-51). Además, su carácter y comportamiento son sorprendentemente similares. Finalmente, sus nombres aparecen bastante cerca en la lista de los Doce (Mateo 10, 3 y Hechos 1, 13).
Esta incógnita permite afirmar que Tomás es “el gemelo de cada uno de nosotros” (Don Tonino Bello). Tomás nos reconforta en nuestras dudas de creyentes. En él nos reflejamos y, a través de sus ojos y manos, también nosotros “vemos” y “tocamos” el cuerpo del Resucitado. ¡Una interpretación llena de encanto!…
¿Tomás, un “doble”?
En la Biblia, la pareja de gemelos más famosa es la de Esaú y Jacob (Génesis 25, 24-28), eternos antagonistas, expresión de la dicotomía y polaridad de la condición humana.
¿No será que Tomás (el “doble”) lleva dentro de sí el antagonismo de esa dualidad? Capaz, a veces, de gestos de gran generosidad y audaz valentía, mientras que otras veces se muestra incrédulo y obstinado. Pero, frente al Maestro, reaparece su identidad profunda de creyente, que proclama su fe con prontitud y convicción.
Tomás lleva dentro de sí a su “gemelo”. El Evangelio apócrifo de Tomás resalta esta dualidad: “Antes eran uno, pero se han hecho dos” (nº 11). “Jesús dijo: Cuando hagáis de dos uno solo, entonces seréis hijos de Adán” (nº 105).
Tomás es imagen de todos nosotros. También nosotros llevamos dentro ese “gemelo”, inflexible, tenaz defensor de sus ideas, testarudo y caprichoso en sus actitudes. Estamos divididos interiormente.
San Pablo reflexionó sobre esta realidad humana de “duplicidad”. También él, que parecía hecho de una sola pieza, la experimentó: “Pues no entiendo lo que hago: no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco” (Romanos 7, 15). Pablo definió la identidad de los dos “gemelos” que habitan en nosotros: uno es herencia del “viejo Adán”; el segundo es de la estirpe del “nuevo Adán”, Jesucristo, la nueva criatura que recibimos en el Bautismo. Estas dos realidades o “criaturas” coexisten mal, en tensión, a veces en abierta guerra dentro de nuestro corazón, comprometiendo nuestra identidad personal y nuestra paz interior. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el sufrimiento de esta desgarradora división?
Pues bien, Tomás tiene el valor de afrontar esta realidad. Permite que se manifieste su lado oscuro, adverso e “incrédulo”, y lo lleva al encuentro con Jesús. Acepta el desafío que lanza su interioridad “rebelde”, que exige ver y tocar… y lo lleva ante Jesús. Y, ante la evidencia, el “milagro” sucede: los dos Tomases se vuelven uno solo y proclaman una misma fe: “¡Señor mío y Dios mío!”
Lamentablemente, eso no es lo que ocurre con nosotros. Nuestras comunidades cristianas están frecuentadas casi exclusivamente por “gemelos buenos” y obedientes, pero también… pasivos y amorfos. ¡Les falta vitalidad! El hecho es que no están allí en su “totalidad”. La parte energética, instintiva, la que más necesita ser evangelizada, no acude al “encuentro”.
Jesús dijo que vino por los pecadores, pero nuestras iglesias están llenas de “justos” que… no sienten necesidad de conversión. Aquel que debería convertirse –el otro gemelo, el “pecador”– lo dejamos tranquilamente en casa. Es domingo, aprovecha para “descansar” y le encarga el día al “gemelo bueno”. El lunes, el gemelo de los instintos y las pasiones estará en plena forma para retomar el control.
Jesús en busca de Tomás
¡Ojalá Jesús tuviera muchos Tomases! En la celebración dominical, es sobre todo a ellos a quienes el Señor viene a buscar… ¡Quizá sean ellos sus “gemelos”!
Dios busca hombres y mujeres “reales”, que se presenten ante Él tal como son: pecadores que “sufren” en su propia carne la tiranía de los instintos. Creyentes que no se avergüenzan de mostrar su lado incrédulo y resistente a la gracia. Que no vienen para “quedar bien” en la “asamblea de los creyentes”, sino para encontrarse con el Médico Divino y ser sanados. ¡Es a ellos a quienes Jesús llama hermanos!
El mundo necesita el testimonio de creyentes honestos, capaces de reconocer sus errores, dudas y dificultades, que no esconden su “duplicidad” detrás de una fachada de “respetabilidad” farisaica.
La misión necesita también discípulos auténticos, no “de cuello torcido”… ¡Misioneros que miren de frente la realidad del sufrimiento y que toquen con sus propias manos las llagas de los crucificados de hoy!… Capaces de indignarse ante la injusticia, de afrontar el mal a la luz de la fe: pero también con la fuerza y la determinación propias de una persona “entera”, completa, que reacciona con la cabeza y el corazón, con el alma y el “instinto”.
Tomás nos invita a reconciliar nuestra doblez interior para renacer y entrar en el Reino.
Palabra de Jesús, según el… Evangelio de Tomás (nº 22, 27):
“Jesús vio a unos niños que estaban mamando. Dijo a sus discípulos:
– Estos niños que maman son semejantes a quienes entran en el Reino.
Ellos le preguntaron:
– ¿Si nos hacemos pequeños, entraremos en el Reino?
Jesús les respondió:
– Cuando hagáis que dos sean uno, y lo interior sea como lo exterior y lo exterior como lo interior, y lo de arriba como lo de abajo, y cuando hagáis del hombre y de la mujer una sola cosa, de manera que el hombre no sea hombre y la mujer no sea mujer, y cuando pongáis un ojo en lugar de un ojo, y una mano en lugar de una mano, y un pie en lugar de un pie, y una imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis en el Reino.”
P. Manuel João Pereira Correia, mccj