14º Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Lucas 10,1-12.17-20


en mision
  • Isaías 66,10-14
  • Salmo 65
  • Gálatas 6,14-18
  • Lucas 10,1-12.17-20

1En aquel tiempo designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir. 2Les decía: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para su cosecha. 3Vayan, que yo los envío como ovejas entre lobos. 4No lleven bolsa ni alforja ni sandalias. Por el camino no saluden a nadie. 5Cuando entren en una casa, digan primero: «Paz a esta casa». 6Si hay allí alguno digno de paz, la paz descansará sobre él. De lo contrario, la paz regresará a ustedes. 7Quédense en esa casa, comiendo y bebiendo lo que haya; porque el trabajador tiene derecho a su salario. No vayan de casa en casa. 8Si entran en una ciudad y los reciben, coman de lo que les sirvan. 9Sanen a los enfermos que haya y digan a la gente: «El reino de Dios ha llegado a ustedes». 10Si entran en una ciudad y no los reciben, salgan a las calles y digan: 11«Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y se lo devolvemos. Con todo, sepan que ha llegado el reino de Dios». 12Les digo que aquel día la suerte de Sodoma será menos rigurosa que la de aquella ciudad”. 17Volvieron los setenta y dos muy contentos y dijeron: “Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos sometían”. 18Les contestó: “Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo. 19Miren, les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada los dañará. 20Con todo, no se alegren de que los espíritus se les sometan sino de que sus nombres están escritos en el cielo”.

Condiciones para una misión sin fronteras
Romeo Ballan, mccj

Jesús está de camino: va decidido hacia Jerusalén (Evangelio del domingo pasado). Es un viaje misionero y comunitario, cargado de enseñanzas para los discípulos. Jesús había enviado a misión a los Doce (Lc 9,1-6). Al poco tiempo Lucas (Evangelio) narra la misión de los 72 discípulos: “Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (v. 1). Las ‘condiciones’ y las instrucciones para los dos grupos de misioneros – los 12 apóstoles y los 72 discípulos – son prácticamente las mismas. Sorprende, por tanto, esta cercanía y duplicidad que subrayan la urgencia y la vastedad de la misión.

¿Quiénes eran y a quiénes representan los 72? Este número tiene un significado simbólico, que nos lleva a la totalidad de la misión: 72 (o 70, según algunos códices) eran los pueblos de la tierra según la ‘tabla de las naciones’ (Gen 10,1-32); otros tantos eran los ancianos de Israel. Además, 72 es un número múltiplo de 12 e indica la totalidad del pueblo de Dios. La misión, por tanto, no es tarea solo de algunos (de los 12 apóstoles), sino también de los laicos. Estos números hablan de una misión extendida, en la que todos están involucrados: porque la misión es universal en su origen y destinatarios.

Las instrucciones son múltiples y significativas, según el estilo de misión que Jesús ha inaugurado. Son instrucciones que valen siempre, también para nosotros y para los evangelizadores futuros.

– “Los mandó” (v. 1): la iniciativa de la llamada y del envío es del Señor, el dueño de la mies; a los discípulos les corresponde la disponibilidad en la respuesta.

“De dos en dos”: en pequeños grupos; hay que estar en comunión por lo menos con otra persona, para que el testimonio sea creíble. Así partieron Pedro y Juan (Hch 3-4; 8,14); Bernabé y Saulo, enviados por la comunidad de Antioquía (Hch 13,1-4). El anuncio del Evangelio no se deja a la iniciativa de una sola persona, porque es obra de una comunidad de creyentes. No importa si esta es pequeña, como en el caso de los padres de familia, primeros educadores de la fe de los hijos. El compromiso de anunciar el Evangelio junto con otros no es tan solo un problema de mayor eficacia, sino porque el hecho de hacerlo juntos expresa la comunión y es garantía de la presencia del Señor: “Donde dos o tres se reúnen… yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Juntos se cree y se da testimonio de la fe: tu fe ayuda mi fe, y viceversa.

Los mandó “por delante”: ellos son portadores del mensaje de otra persona; no son propietarios o protagonistas, son precursores de Alguien que es más importante, que vendrá después, para cuya venida ellos deben preparar mentes y corazones de los destinatarios, que se encuentran en todas partes.

– “La mies es abundante, pero son pocos los obreros”. (v. 2) ¡Hacen falta más obreros! Hoy la situación es la misma que ayer. Los desafíos de la misión varían según los tiempos y los lugares, pero son siempre exigentes. Y, por tanto, valen hoy las mismas soluciones que Jesús proponía entonces.

“Rueguen, pues… y vayan…” (v. 2-3): la solución que Jesús ofrece es doble: “Rogar e ir”. Rogar para vivir la misión en sintonía con el Dueño de la mies, ya que la misión es gracia que se ha de implorar para sí y para los otros. E ir, porque en cada vocación, común o especial, el Señor ama, llama y envía. “Rogare ir”: dos momentos esenciales e irrenunciables de la misión.

– El mensaje a llevar es doble: el don de la paz (Shalom) en el sentido bíblico más completo, para las personas y las familias (v. 5); y el mensaje que “está cerca de ustedes el reino de Dios (v. 9.11). El reino de Dios se construye y se mezcla en la historia; el Reino es, en primer lugar, una persona: Jesús, plenitud del reino. El que lo acoge encuentra la vida, el gozo, la misión: Lo anuncia a todos.

– El estilo de la misión de Jesús y de los discípulos es lo contrario al estilo de los poderosos de turno, de los agentes de comercio o de las multinacionales. La eficacia de la misión no depende del dinero o de la organización, no se basa sobre la voluntad de dominio y la codicia (cosas de lobos: v. 3), sino sobre una propuesta humilde, respetuosa, desarmada, no violenta, libre de seguridades humanas (alforja, sandalias, v. 4). La misión cuida de los más débiles (enfermos, v. 9), se ofrece con gratuidad, sin buscar compensaciones (v. 20) o adhesiones forzadas.

El Evangelio de Jesús es un mensaje de vida auténtica, porque invita a poner la confianza solo en Dios, que es Padre y Madre (I lectura); y a fiarse de Cristo crucificado y resucitado (II lectura).

– Los obreros son pocos, pobres, débiles frente a un mundo inmenso; San Pablo halla fuerza solo en la cruz de Cristo (v. 14). Son signos y garantía de que el Reino pertenece a Dios, que la misión es suya.

Vengo a ofrecerte la paz
Fernando Armellini

“Designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante de dos en dos a todas las ciudades y lugares donde pensaba ir” (v. 1). Así comienza el evangelio de hoy y esta información es bastante sorprendente porque, poco antes, Jesús envía a los doce apóstoles a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos recomendándoles no llevar nada consigo: “ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero ni dos túnicas…”(Lc 9,1-6). ¿Quiénes son ahora estos setenta y dos que aparecen de improviso y que no serán recordados más? Una misión extraña la de ellos porque es difícil imaginar a Jesús yendo detrás de 36 pares de discípulos (¡nada menos!) encargados de prepararles el terreno.

Se trata del relato de una iniciativa apostólica emprendida por Jesús y releída por el evangelista en función de la catequesis que quiere impartir a su comunidad. Estamos en Asia Menor en la segunda mitad del siglo I. A pesar de las dificultades y persecuciones, los cristianos continúan empeñándose en anunciar el Evangelio; sin embargo, son muchas las preguntas que se plantean: ¿Revela Dios su Evangelio mediante visiones, sueños, apariciones o es necesario que alguien lo proclame? ¿El mensaje de Salvación está destinado a todos o reservado a algunos privilegiados? ¿Qué método debemos usar para convencer a las personas de que lo acepten? ¿Cómo presentarnos ante la gente y qué tenemos que decirles? ¿Bastarán las palabras o son necesarias las señales? ¿Qué hacer si somos rechazados? ¿Se verá nuestra tarea coronada por el éxito?

A estas preguntas Lucas responde narrando un envío misionero de discípulos. No se trata de un reportaje, de una crónica, sino de un texto teológico en el que también son empleados artificios literarios. El número 72 es ciertamente simbólico. Refiriéndonos al elenco que se encuentra en Génesis 10, los antiguos habían establecido que los pueblos del mundo eran 70 o 72. En el día de la Fiesta de las Tiendas, se inmolaban en el templo de Jerusalén 70 toros para implorar del Señor la conversión de cada una de las naciones paganas.

En las comunidades de Lucas los cristianos de origen pagano tienen la necesidad de superar los complejos de inferioridad que algunos experimentan frente a los hijos de Abrahán tanto como de poner fin a toda discriminación introducida por estos según el origen étnico, las tradiciones culturales, la posición social, el temperamento, el carácter, las costumbres, el estilo de vida de cada uno. Diciendo que Jesús ha enviado a 72 discípulos (v. 1), el evangelista quiere afirmar que la Salvación no es un privilegio reservado a algunos solamente, sino que está destinada a todos sin excluir a nadie.

Los mensajeros son enviados de dos en dos. Esto indica que el anuncio del Evangelio no es dejado a la inventiva y criterio individuales, sino que es tarea de la comunidad. Quien habla en nombre de Cristo no actúa de modo independiente; está en comunión con sus hermanos de fe. Los primeros misioneros –Pedro y Juan (cf. Hch 8,14), Bernabé y Pablo (cf. Hch 13,1)– no solo iban de dos en dos, sino que eran “enviados” y se sentían representantes de sus comunidades.

El objetivo del envío: preparar las ciudades y los pueblos para la venida del Señor. Jesús llega después de sus mensajeros, no antes. La tarea confiada a todo apóstol no es la de presentarse a sí mismo sino la de disponer las mentes y los corazones de las personas para recibir a Cristo en sus vidas.

Los misioneros deben prepararse para cumplir esta misión. Jesús sugiere el modo de hacerlo: “Rueguen al dueño de los campos” (v. 2). La oración no tiene como objetivo convencer a Dios de enviar “trabajadores para su cosecha” (esto no tendría ningún sentido), sino que tiene el fin de transformar al discípulo en apóstol. Le da equilibrio, buena disposición, paz interior; lo libra del orgullo, de la presunción; lo hace capaz de superar oposiciones, desilusiones y fracasos; le revela, paso a paso, la voluntad y el deseo del “dueño de la cosecha”.

El lobo es símbolo de la violencia, de la arrogancia. El cordero significa la mansedumbre, la debilidad, la fragilidad; puede escaparse de la agresión del lobo solamente si el pastor interviene en su defensa.

Los rabinos decían que el pueblo de Israel era un cordero rodeado de setenta lobos (los pueblos paganos) dispuestos a devorarlo. Jesús aplica esta semejanza a sus discípulos: dice que deben comportarse como corderos (v. 3). Es, pues necesario que vigilen para que no broten en sus corazones los sentimientos de los lobos: la ira, la codicia, el resentimiento, la voluntad de prevalecer y de prevaricar. Estos sentimientos llevan, de hecho, a cometer actos de lobos: el abuso de poder, las agresiones, la violencia, las ofensas, las mentiras. La historia de la Iglesia está ahí para probar que, cuando los cristianos se transforman en lobos, han fracasado siempre en su misión.

“Comportarse como lobos” puede dar resultado en algunos momentos, pero se trata de un éxito efímero y, de todas formas…; Jesús ha salvado el mundo comportándose como cordero, no como lobo.

La elección de los medios para la misión está en sintonía con la imagen del cordero débil e indefenso (v. 4). Jesús los enumera de manera negativa: ni dinero, ni alforja, ni sandalias. Un movimiento político o una ideología necesitan de instrumentos eficaces para imponerse: el dinero, las armas, el apoyo de personas influyentes. El apóstol debe resistir a la tentación de recurrir a estos medios para difundir el Evangelio y para construir el reino de Dios. La Iglesia pierde credibilidad cuando quiere competir con los poderes políticos y económicos. Quien no sabe renunciar a estas seguridades humanas, quien no tiene el coraje de poner toda su confianza únicamente en la fuerza de la Palabra que anuncia y en la protección del Pastor, no será reconocido como testigo de reino, compuesto solamente por corderos.

Los discípulos “no deben saludar a nadie por el camino” (v. 4). No se trata, evidentemente, de una disposición para ser tomada al pie de la letra sino de una indicación que pone de relieve la importancia de la misión. Cuando llegue el momento justo de hablar de Cristo, ¿por dónde hay que comenzar? Los mensajes que los no creyentes han recibido mayoritariamente de los cristianos han sido los relativos a ciertas exigencias morales: la inadmisibilidad del divorcio, la obligación de participar de la celebración eucarística los días de precepto, el respeto y sumisión a la jerarquía eclesiástica, los castigos de Dios para quien no observa los Mandamientos… ¿Serán estos argumentos los que deben constituir el contenido del Anuncio? Absolutamente no.

El Evangelio es una bella noticia. Éstas son las palabras con que el discípulo debe presentarse: “He venido para anunciar la paz; te traigo la paz, a ti, a tu familia, a tu casa” (v. 5). Éste es un anuncio que conforta, suscita asombro, esperanza, alegría. Si entre quienes lo escuchan se encuentra un “hijo de la paz”, si hay alguien dispuesto a abrir el propio corazón a Cristo, sobre él descenderá la paz, la plenitud de vida y de bondad (v. 6).

Para mostrar su gratitud, quien ha escuchado el Anuncio podría invitar al misionero a su casa y ofrecerle su pan (v. 7). Que el apóstol, recomienda Jesús, reciba la invitación sin pretensiones, se contente con la comida frugal que le ofrecen y se adapte a los usos y costumbres de quien lo hospeda sin mirar con sospecha sus hábitos y tradiciones. Que no tenga miedo de contaminarse a causa de los alimentos, porque ningún alimento y ninguna criatura son impuros (v.8). Esta instrucción era de gran utilidad en tiempos de Lucas cuando muchos evitaban compartir la comida con los paganos (cf. Gál 2,11-14; Hch 11, 2-3; 1 Cor 10,27).

¿En qué consiste la obra de la evangelización? ¿Basta el Anuncio o debe ser confirmado por señales? Las palabras de Jesús deben ir acompañadas por gestos concretos de caridad: sanación de los enfermos, asistencia a los pobres (v.9). Donde no se note ningún cambio, ninguna transformación del hombre y de la sociedad, el reino de Dios no ha llegado todavía.

El Evangelio puede ser recibido, pero también rechazado. ¿Cómo comportarse cuando nos debamos enfrentar con la oposición? Lo aclara Jesús: vayan los misioneros a la plaza pública y, ante toda la gente, sacudan el polvo de sus pies. Sodoma y Gomorra serán tratadas con menor severidad que aquella ciudad (vv. 10-12). Son palabras duras de comprender y más aún de aceptar. Tomadas literalmente, contradicen el resto del Evangelio. Baste pensar en la reacción de Jesús contra Santiago y Juan cuando querían hacer descender fuego del cielo sobre los samaritanos (cf. Lc 9,55).

Dios no se enoja, no se venga, no castiga a quien no recibe su Palabra. Él es solo bondad y misericordia y ama siempre y sin condiciones. Jesús emplea aquí el lenguaje y las imágenes de su pueblo. Habla de los castigos de Dios para indicar las consecuencias desastrosas que lleva consigo el rechazo del Evangelio. Quien no acepta su Palabra se hace responsable de la propia infelicidad, se priva de la paz. Es significativo que la escena amenazadora del juicio pronunciado por los evangelizadores sobre la ciudad concluya, de todas formas, con una palabra de Salvación: “Con todo, sepan que ha llegado el reino de Dios”.

Cumplida su misión, los 72 regresan llenos de alegría y refieren a Jesús los resultados obtenidos. Éste responde: “Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo” (v.18). Cuando la Biblia habla de Satanás no se refiere a ese ser despreciable y deforme que es todavía representado en algunas pinturas. Se refiere a las fuerzas del mal: el odio, la violencia, la injusticia, el orgullo, el apego al dinero, las pasiones desenfrenadas…

Diciendo que Satanás ha caído del cielo, Jesús anuncia la victoria imparable ya. Con la proclamación del Evangelio, el reino del mal ha comenzado a desintegrarse. Después continúa: “Les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada los dañará” (v. 19). He aquí otra imagen bíblica. Como Satanás, las serpientes y los escorpiones son símbolos del mal (cf. Gén 3,15; Sal 91,13). Jesús no promete que sus enviados estarán libres de oposiciones y dificultades. Habrá animales peligrosos, pero serán “pisoteados” por el discípulo.

Las palabras del Maestro parecen sugerir la idea de una victoria fácil, fulgurante (como un rayo); parecen reducir a un cómodo paseo la larga marcha que conduce a la humanidad hacia el reino de Dios. La realidad, lo constatamos cada día, no es tan simple ni tan alegre.

El mal reacciona de manera dura y violenta. Basta pensar cuánto cuesta, por ejemplo, vencer un vicio, superar un mal hábito o cómo continúan triunfando en el mundo los astutos, los poderosos, los corrompidos. Pero Jesús, que mira al resultado final, constata que el mal ha perdido ya su vigor. Estas palabras suenan a condena del pesimismo; desmienten a quien no sabe otra cosa que lamentarse y repetir desconsolado que el mundo va de mal en peor.

Quien se fía de Cristo y de su Palabra tiene su nombre escrito en el cielo, es decir, ha entrado a formar parte del reino de Dios (20). Es ésta la razón de la alegría que siente y que anuncia a todos. Aun cuando admita que los éxitos son limitados y fatigosos y que el camino es todavía largo, se alegra porque ya vislumbra la meta.

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PORTADORES DEL EVANGELIO
José A. Pagola

Poneos en camino.
Lucas recoge en su evangelio un importante discurso de Jesús, dirigido no a los Doce sino a otro grupo numeroso de discípulos a los que envía para que colaboren con él en su proyecto del reino de Dios. Las palabras de Jesús constituyen una especie de carta fundacional donde sus seguidores han de alimentar su tarea evangelizadora. Subrayo algunas líneas maestras.

«Poneos en camino»
Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. «La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad» (Benedicto XVI).
Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio?
«Cuando entréis en un pueblo… curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios»
Esta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio?, ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno?
Seguramente, nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren… solo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos.

«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa»
La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús?

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El Reino de Dios es vida, que surge de la vida
Fray Marcos

Solo Lucas narra este episodio. En el c. 9, había narrado el envío de los 12. Quiere acentuar el carácter universal de la predicación, pero Mateo dice que no entren en tierra de paganos ni vayan a ciudades de Samaría. 70 era el número de las naciones gentiles, según Génesis. Para los demás evangelistas, el límite de la gentilidad estaba en la frontera al norte de Galilea, para Lucas se encuentra ya en Samaria.

El domingo pasado se hablaba del fracaso de los discípulos en su intento de preparar el camino a Jesús en su subida a Jerusalén. Probablemente, Lucas quiere poner este envío de 72 para dejar un buen sabor de boca. Estos tienen mejor acogida que los discípulos y vuelven “muy contentos” de sus correrías. “De dos en dos”, porque para los judíos la opinión de uno solo no tenía ningún valor en un juicio, y los misioneros son, sobre todo, testigos. También, porque el mensaje debe ser proclamado siempre por la comunidad.

No se trata de enviar a unos de especialistas en comunicación ni de destacar a unos cuantos escogidos. Ni siquiera dice que fueran discípulos. Presupone que todo cristiano, por el hecho de serlo, tiene la misión de proclamar la buena noticia de que él vive. El modo de esa predicación puede ser diferente, pero la base, el fundamento de toda predicación, es la vida misma del cada cristiano. Vivir como cristianos es la mejor predicación y la que mejor convence. En cada instante estamos predicando, para bien o para mal.

No es fácil delimitar lo estrictamente histórico de este relato. Además de que solo Lucas lo narra, exigiría un grado de organización que no se percibe en el grupo de los que han seguido a Jesús. El simbolismo del número 12 y 72 nos invita a pensar que son relatos elaborados más tarde por la comunidad. Por otra parte, para predicar El Reino, se necesita haberlo comprendido y experimentado. Los evangelios se encargan de manifestar que antes de la experiencia pascual ni los doce se habían enterado de nada.

Las recomendaciones de Jesús son la clave de todo anuncio del mensaje. Están puestas en boca de Jesús, pero son las condiciones mínimas que debía tener todo cristiano para llevar la Buena Noticia a los demás. En ningún caso se habla de doctrina que tienen que enseñar o de normas morales que deben exigir. Se trata de comunicar lo que Dios es para todos sin excepciones. Esa tarea la cumplió la primera comunidad en todas partes. Es la tarea que tiene que llevar a cabo todo cristiano en cualquier tiempo y lugar.

“Poneos en camino”. La itinerancia es la clase de vida que eligió Jesús cuando se decidió a proclamar la buena noticia. El domingo pasado nos decía que no tenía donde reclinar la cabeza. Este desapego de toda seguridad es la actitud básica y fundamental que debe adoptar todo enviado. El anuncio no se puede hacer sentado. Seguir a Jesús exige una dinámica continuada. Nada se puede comunicar desde una cómoda instalación personal. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas del mensaje de Jesús.

“Os mando como ovejas en medio de lobos”. Cuando se escribieron los evangelios, las primeras comunidades cristianas estaban viviendo la oposición, tanto del mundo judío como del pagano. Denunciar la opresión o poder despótico no puede agradar a los que viven desde esa perspectiva, y sacan provecho de ella a costa de los demás. Por desgracia, cuando el cristianismo adquirió poder, se comportó como lobo en medio de corderos. El provecho personal, o el de la institución, no es buena noticia para nadie.

“Ni talega ni alforja ni sandalias”. La pobreza material es solo signo del abandono de toda seguridad. Significa no confiar en los medios externos para llevar a cabo la misión. No debemos hacer de la predicación un logro humano. Se trata de confiar solo en Dios y el mensaje. No buscar seguridades de ningún tipo, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el prestigio, ni en los medios. Tenemos la obligación de utilizar al máximo los medios que la técnica nos proporciona, pero no debemos poner nuestra confianza en ellos.

“No os detengáis a saludar a nadie por el camino”. No se trata de negar el saludo a los que se encuentren en el camino. “Saludar” tenía, para ellos, un significado muy distinto al que tiene para nosotros. El saludo llevaba consigo un largo ceremonial que podía durar horas o días. Esta recomendación quiere destacar la urgencia de la tarea a realizar. Seguramente está haciendo referencia a la inmediata llegada del fin de los tiempos, en que las primeras comunidades cristianas creyeron a pies juntillas.

“Decid primero: ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la “paz” para los judíos de aquel tiempo. “Shalóm” no significaba solo ausencia de problemas y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos.

“Comed y bebed de lo que tengan”. Esto es lo más difícil. Ponerse al nivel del otro. Aceptar sus costumbres, su cultura, su idiosincrasia… Se trata de estar disponible para todos, sin esperar nada a cambio, pero aceptando con humildad lo que den; siempre que sea indispensable. ¡Qué difícil es no imponer lo nuestro! Muchos intentos de evangelizar han fracasado por no tener esto en cuenta. Más difícil es aceptar la dependencia de los demás en las necesidades básicas, no poder elegir ni lo que comes ni con quien comes.

Curad. No se refiere solo a las enfermedades físicas. De hecho los 72 solo hacen alusión a que los demonios se les sometían. Seguimos dando demasiada importancia a la salud corporal, sin enterarnos de que incluso con una grave enfermedad puede un ser humano alcanzar su plenitud. Curar significa alejar de un ser humano todo aquello que le impide ser él. Hoy, las enfermedades físicas están cubiertas por la medicina. Pero ¿qué pasa con las enfermedades psíquicas y mentales que arruinan la existencia de tantas personas?

“El Reino está cerca”. Ni teología, ni apologética, ni ideología. Lo único que un ser humano debe saber es que Dios le ama. Predicar el reino, que es Dios, es hacer ver a todos que Dios es algo cercano, que es lo más hondo de su propio ser, que no tiene que ir a buscarlo a ningún sitio raro, ni al templo ni a las religiones ni a las doctrinas ni a los ritos ni al cumplimien­to de la norma. Dios es (está) en ti. Descúbrelo y lo tendrás todo…

Sin estas condiciones, la predicación se hace inútil. No es fácil superar la propaganda y el proselitismo, buscando más el potenciar la institución que servir a las personas. El que proclama el Reino de Dios, tiene que manifestar que pertenece a ese Reino. Tiene que responder a las necesidades del otro. Tiene que estar dispuesto al servicio. No debe exigir nada, ni siquiera la adhesión. Tiene que limitarse a hacer una oferta.

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