P. Carmelo Casile
EL MISTERIO DEL CORAZÓN DE JESÚS
EN LA VIDA DEL MISIONERO COMBONIANO
RV 3-5; 21; 21.1-2; 81-82

El misionero comboniano acoge el don de la consagración misionera y vive el encuentro con el Señor Jesús, contemplando el misterio de su Corazón Traspasado con la mirada de los ojos del Fundador.

1. El Misterio del Corazón de Jesús y los Misterios de su vida

El corazón, considerado desde la vertiente bíblica, no es sólo la sede de los sentimientos, sino que de modo particular designa la conciencia, el lugar de la libertad, con la que un hombre dispone de su propia vida. Por lo tanto, el “corazón” es la “conciencia”, el Yo del ser humano.

En relación a Jesús, el corazón es su Yo, su conciencia; es el empleo que él hace de su libertad, su modo de estar al mundo, su modo de haber venido al mundo, de haber crecido en el mundo, de haber mirado al mundo. El Corazón de Jesús es el lugar de la condición filial del Hijo de Dios. Si hay algo en que él se ha especializado, éste es el ser hijo de Dios en y por el mundo; el leer y contemplar el mundo que sale de las manos de Dios, para poner continuamente en relación la creación con el Padre. Cuando lo acusan ir con los pecadores dice: “En cielo se hace fiesta…, yo hago fiesta sobre la tierra” (cf Lc 15, 1-10).

Al centro del Misterio del Corazón de Jesús hay su muerte que se abre a la resurrección. La revelación más decisiva del Corazón de Jesús es que el amor no es total si no pasa por la muerte; no se vuelve portador de vida si no acepta atravesar la muerte. Al centro, por lo tanto, del misterio de su muerte hay su amor “hasta el extremo”, su Corazón Traspasado. Por esto podemos decir que el Misterio del Corazón de Jesús conduce a la esencia del cristianismo: la persona de Jesús, Hijo de Dios y Salvador del mundo, desvelado hasta en el misterio más íntimo de su ser, hasta las profundidades de que manan todas sus palabras y sus acciones: su amor filial y fraterno hasta la muerte (cfr. RV 3.2). En el Misterio del Corazón de Jesús es expresado el núcleo esencial del cristianismo, allí nos ha sido revelada y donada toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el amor que nos salva y nos hace ya vivir en la eternidad de Dios (cfr. Ef 2,4-6).

En la contemplación del dinamismo de este Amor salvífico san Daniel Comboni ha sido alcanzado y envuelto en el misterio de la identificación de Jesús con los más pobres y abandonados (cfr. RV 5). 2

El Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia nos ofrece una válida síntesis doctrinal sobre el Misterio del Corazón de Jesús: «Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión “Corazón de Cristo” designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en su núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada; caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El “Corazón de Cristo” es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos… Se puede decir, en cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que, según la palabra profética y evangélica, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), es decir al costado de Cristo, atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del “sacramento admirable de toda la Iglesia”» (1)

El Misterio del Corazón de Jesús se manifiesta a través del conjunto de los Misterios de su vida. Con la expresión misterios de la vida de Jesucristo se indican todos los acontecimientos de la vida de Jesús, desde su Infancia a su glorificación (Resurrección y Ascensión), testimoniados en el Nuevo Testamento, en cuanto en ellos se manifiesta el Misterio de su persona, es decir de su conciencia y de su Corazón.

Los misterios, en efecto, no indican verdades doctrinales superiores al conocimiento humano, sino que son “acontecimientos” del hecho histórico de Jesús, en el cual está presente y del cual se revela la acción salvadora de Dios. Sabemos que los Misterios en este sentido no son otra cosa que las ilustraciones particulares del Misterio real que es la Persona misma de Jesús Cristo, y por lo tanto expresan su conciencia y su Corazón.

Por tanto, el creyente puede ponerse en contacto íntimo y vital con el Corazón de Jesús a través de la meditación y contemplación de los misterios de la vida del Verbo viviente de Dios hecho hombre.

2. El misionero comboniano interpelado por el misterio del Corazón de Jesús.

Hay una clase de cristianos que se limitan a las exigencias fundamentales de la fe, y que por tanto necesitan de lo que el autor de la Carta a los Hebreos llama “primeras enseñas sobre Cristo” (Heb 6, 1). Sin embargo para el discípulo de Jesús tiene valor la exhortación del mismo autor: “Pasemos a cosas más avanzadas” (Heb 6, 1).

La “cosas más avanzadas” para el misionero comboniano significan una experiencia de Jesucristo suficientemente madura (RV 10; 21.1; 92; 92.1.2.4), que consiste en dejarse modelar por la acción constante del Señor Jesús, único Maestro interior (cf RV 20), en el tener la voluntad sincera de poner toda su vida y su acción presente y futura al servicio de Jesucristo, ” el iniciador y consumador de nuestra fe”” (Eb 12, 2; RV 21; 10.1; 13.1), en el esforzarse para entrar y asumir las actitudes del Corazón de Jesús hacia el Padre y hacia el prójimo, procurando un encuentro de amistad con el Jesús vivo de la Resurrección (RV 4.1; 21.1).

La aventura de tornarse discípulo de Jesús no se repite dos veces de manera idéntica. Cada persona, cada grupo de personas y cada época, tienen su manera de experimentar y vivir el influjo personal de Jesús. Y también Jesús, en el que habita “la plenitud de la divinidad”, presenta infinitos varios aspectos de su atrayente belleza e infinitos caminos en los cuales hace entrar sus discípulos, a fin de progresar en la amistad con Él y asumir la misión que les quiere confiar. Las diferentes espiritualidades se distinguen precisamente según la imagen de Jesús, que en ellas actúa predominantemente. Ese predominio no es excluyente sino incluyente, en el sentido que el discípulo vive su vida cristiana en todas sus dimensiones bajo el influjo predominante de un rasgo particular de la personalidad de Jesús, que es don del Espíritu Santo y que corresponde a sus tendencias personales.

La imagen de Jesús que domina en la Congregación Comboniana es la del Cristo glorioso, que continua a obrar la salvación del mundo, sirviéndose de la cooperación humana (RV 4.1; 21; 21.1- 2). En efecto, Jesús, para realizar la misión que le ha sido confiada por el Padre, quiere resumir todo el universo bajo su primogenitura salvadora. Esta voluntad es la razón de la llamada dirigida al misionero para una secuela cada vez más radical y total (RV 21.2).

Este proyecto de vida postula “cortes” cada vez más completos, que el misionero se siente impulsado a aceptar e integrar en su vida en la medida en que es movido no por razonamientos, sino por un amor generoso hacia el Señor Jesús (RV 21.1; 22.2). El Señor Jesús atrae a sí al misionero en la Congregación Comboniana, haciéndolo participar de modo particular al dinamismo del Misterio de su Corazón bajo el influjo de tres Misterios que invaden este mismo Corazón y que se vuelven en otras tantas provocaciones para la generosidad del misionero. Tales Misterios son: su Amor, la Cruz, su identificación con los más pobres y abandonados: RV 3-5.

En este camino le ofrece como guía san Daniel Comboni, que recorrió este itinerario de generosidad y totalidad de modo ejemplar. Esto significa que el misionero comboniano contempla el Cristo bíblico, en primer lugar, el Misterio de su Corazón, con la mirada contemplativa del Comboni.

La exhortación Apostólica “Vida Consagrada” nos confirma y nos anima en este proyecto de vida, cuando nos recuerda que Jesús “llama continuamente a nuevos discípulos, para comunicarles su modo de amar” (VC 75c); y nos hace notar que el consagrado es llamado a “amar con el corazón de Cristo, hasta al final” (VC 75, título), a cumplir su misión con los sentimientos del Verbo encarnado, que se ha hecho hombre precisamente para servir a Dios Padre y los hombres (VC 75b). Así, Jesús en el lavatorio de los pies (VC 75) y como divino Samaritano (VC 83b), es un sublime ejemplo y una maravillosa enseñanza sobre el amor que se hace servicio y es el modelo supremo de la Vida Consagrada, llamada a ser “vida de amor ablativo, de concreto y generoso servicio” (VC 75b).

1.1. El misterio del Amor del Corazón de Jesús: el Buen Pastor: RV 3; 3.1-3

Este misterio introduce al misionero y lo lleva a participar en la lógica de la gratuidad-don. La primera provocación del Corazón de Jesús al misionero es su vivir y morir según la lógica del don. La vocación tiene su centro luminoso en la gracia, es decir en la comunicación de sí hecha por el mismo Dios al misionero, que significa recibirlo todo para darlo todo (RV 20; 46; 56).

Jesús es don del Padre. “Tanto Dios amó al mundo que le dio su Hijo único…” (Jn 3, 16), que hace de su vida un don continuo, – “No busco mi voluntad sino la de aquel que me envió” (Jn 5, 30) -, y ensena y ayuda a los otros a donarse recíprocamente, -“Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 39).

El ser, el vivir íntimo de Jesús y su obrar corresponden siempre a esta lógica del don. Su misión es totalizante. Él se define “ungido” o consagrado para una misión (Lc 4, 18). En su Corazón hay solamente amor, que se expresa en una dupla dirección: el Padre y los hermanos. Jesús vive en tensión para con el designio salvífico del Padre. Por ello da su vida según el mandato recibido, esto es según el designio salvífico nacido del amor misericordioso del Padre (Jn 10, 8-12).

El misionero comboniano encuentra su estilo de “vida apostólica” en este misterio del Amor del Corazón de Jesús, que se expresa en la imagen del Buen Pastor. Mira para el Padre como Jesús, en Él y con Él, para conocer y realizar sus planes de salvación, y mira también para los hombres para asumir sus problemas; y mira también para sí mismo para inmolarse totalmente a este duplo amor (RV 2.2; 3; 3.1-2).

Daniel Comboni ha vivido en profundidad esta lógica del don de Jesús, Buen Pastor. En efecto, Comboni entró en sintonía con el Corazón de Jesús Buen Pastor, que da la vida para regenerar a los Africanos; ha hecho suyos los latidos del Corazón de Jesús para la infeliz Nigricia y ha sido empujado a “hacer causa común” con estos hermanos desdichados y olvidados también por la misma Iglesia, volviéndose por ellos sacramento del amor de Jesús Buen Pastor (E 2741; 2742).

Puede ser útil todavía detenernos sobre cómo la exhortación Apostólica sobre la Vida Consagrada habla de este modo de amar, cuando en el Cap. III define la vida de las personas consagradas como “epifanía del amor de Dios al mundo”, que se concreta en el servicio de la caridad. Este modo de amar mana de la participación al amor de Jesús hasta el extremo. Por eso la perfección de la caridad a la cual tiende la vida de las personas consagradas, consiste en vivir aprendiendo a amar con el Corazón de Jesús: “Él llama continuamente a nuevos discípulos, hombres y mujeres, para comunicarles, mediante la efusión del Espíritu (cf. Rm 5, 5), el ágape divino, su modo de amar, apremiándolos a servir a los demás en la entrega humilde de sí mismos, lejos de cualquier cálculo interesado ” (VC 75c).

1.2. El misterio de la Cruz:
el Buen Pastor ofrece su vida sobre la Cruz:
RV 3; 4; 4.1-2 => VC 23-24

El dinamismo del amor del Corazón de Jesús introduce al misionero en la lógica evangélica del misterio de la Cruz. El Evangelio, en efecto, es la Buena Nueva que anuncia la paz y la reconciliación de los hombre con Dios y del los hombre entre sí y con la creación. Jesús enseña a los hombres el camino del compartir, – “Anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres”: Mc 10,21), del perdón sin límites – “Setenta veces siete”: Mt 18,22-, de la reconciliación con el hermano aún antes del culto a dar a Dios (Mt 5,23).

Sin embargo, no se pasa de la división a la reconciliación, si no se acepta el despojamiento de sí mismo, si no “se pierde la propia vida” (Mt 16,25), si no se acepta la suerte del grano de trigo, el cual “debe morir para dar fruto” (Jn 12,24), si no se acepta “el misterio de la vida que nace de la muerte” (RV 35.3).

El Crucificado, cuya Cruz el creyente debe cargar “cada día” (Lc 9, 23), permanece el gran evento y la única regla de la reconciliación (Ef 2, 11-18). Es una reconciliación pagada a caro precio por el mismo Jesús, che “se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres…. se rebajo a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y la muerte de cruz” (Fil 2, 7-8).

Desde este punto de vista el cristiano no puede no parecer delante de la sabiduría humana que “locura” y “escándalo”. Y sin embargo este escándalo es la condición esencial para una acción apostólica fecunda. Seguir el llamado a la misión implica sufrimiento y cruz. No existe actividad apostólica sin la sombra del Crucifijo. El apóstol vive crucificado con Cristo (Gal 2, 20; 6, 17; RV 4; 4.1-2). La vida de Jesús fue llena de sufrimientos y de alegrías hasta la cruz y a la resurrección. Es el Misterio Pascual que se pone transparente en la vida del apóstol: él vive sostenido por la confianza en Dios, porque después de la cruz hay la resurrección: E 4338.

Cada cristiano es insertado en la muerte de Cristo y en su resurrección (Rom 6, 3-11). El destino privilegiado del apóstol es participar en la muerte de Cristo y al nacimiento de la nueva humanidad: ser grano de trigo que muere para dar fruto. De esta inmolación depende la realización de la unidad de todos los hombres en Cristo (Jn 17).

La cruz del apóstol es una prolongación del dolor y del amor de Jesús, hecho víctima y holocausto (1Pt 2, 21-25; 2Cor 5, 21; Is 53, 5), para el bien de la Iglesia que es “el Cuerpo de Cristo” (Col 1, 24). No se trata, por lo tanto, de tener un sentido trágico de la vida, ni de procurar el sufrimiento por él mismo, tomando un aire de victimismo. El sufrimiento del apóstol es una lógica consecuencia del amor que lo empuja a la donación; amor y donación que en el apóstol tienden a ser totales. Jesús amó y se entregó así (Jn 3, 16). Su vida es un don de amor que se convirtió en holocausto (Lc 22, 12-20), que arrastra el corazón del apóstol, haciéndolo exclamar: “Me amó y se entregó por mí” 5 (Gal 2, 20). Por consiguiente: yo lo amo y me consagro a los hermanos. Es su amor que me empuja, para hacer de mi vida un sacrificio (cf Fil 2, 17; 2Tim 4, 6).

Entrar en el misterio de la Cruz es sintonizarse con la lógica del amor y el consecuente dolor de Jesús crucificado, que se prolonga en la Iglesia. Es saber transformar cada dificultad en una nueva posibilidad de amar y de evangelizar.

Daniel Comboni, en su encuentro personal con Jesús, lo encuentra Buen Pastor que ama hasta el extremo, es decir levantado sobre la Cruz, con el Corazón Traspasado y las llagas abiertas. Para Comboni esta es una experiencia vital, una consecuencia inevitable de su fidelidad a la vocación recibida. Para Comboni la Cruz no nace de un ascetismo masoquista ni puede ser fruto de la estupidez humana (“de la propia falta de juicio”: E 1710; 3136); nace en cambio y tiene valor como resultado de su empeño en seguir a Jesús en su amor hasta el extremo por los olvidados africanos; por tanto, es el sello de su participación al amor redentor de Jesús y la garantía de su fidelidad a esta vocación.

En la exhortación Apostólica “Vida Consagrada”, el Cristo del monte Tabor (VC 14) es el Cristo que habla de su identidad de Cristo del monte Calvario, es decir de Cristo de la Cruz, dónde “su amor virginal por el Padre y por todos los hombres alcanzará su máxima expresión; su pobreza llegará al despojo de todo; su obediencia hasta la entrega de la vida” (VC 23a). Por consiguiente, la persona consagrada “experimenta la verdad de Dios-Amor de un modo tanto más inmediato y profundo cuanto más se coloca bajo la Cruz de Cristo. Aquel que en su muerte aparece ante los ojos humanos desfigurado y sin belleza hasta el punto de mover a los presentes a cubrirse el rostro (cf. Is 53, 2-3), precisamente en la Cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de Dios. […] La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo” (VC 24ab). De la participación al Misterio Pascual nace en la persona consagrada el empeño misionero (VC 25a) que consiste en el ofrecer ” un signo verdadero de Cristo en el mundo ” (VC 25c), anunciando “la paz que desciende del Padre, la entrega que el Hijo testimonia y la alegría que es fruto del Espíritu Santo” (VC 25b).

1.3. El misterio de la identificación de Jesús con los más pobres y abandonados RV 5; => VC 75d

Jesús interpela el misionero comboniano también a través del misterio de su identificación con los más pobres y abandonados, introduciéndolo en la lógica evangélica del amor preferencial de los pobres.

Hay una página del Evangelio, en la cual Jesús se identifica con los pobres y marginado de la sociedad (Mt 25, 31-36). Es una afirmación extremamente clara, aunque desconcertante: el pobre es Jesús. Es Él mismo que lo afirma, con la misma palabra eficaz, con la que afirma: “Quien les escucha a ustedes, me escucha a mí ” (Lc 10, 16); y “Esto es mi cuerpo” (Lc 22, 19).

Esta identificación pone al discípulo de Jesús frente a la Teofanía y Cristofanía en la opresión, en cuánto ocurre en un Templo de piedras vivas, necesitadas de regeneración.

Atraído por la visión de este Templo, Daniel Comboni descubre en los africanos de su época el rostro desfigurado de Jesús, necesitado de liberación, para vivir en lleno la dignidad de hijos de Dios (2); emprende así su itinerario misionero hacia África Central como un auténtico peregrinaje hacia este Santuario existencial, en el cual su amor a Cristo Redentor y a sus prójimos se funden “en una cristofanía en el negro oprimido” (3), de la cual le llega clara la llamada a ser instrumento de liberación de la Nigricia.

En concreto, de esa cristofanía Comboni se siente llamado no sólo a evangelizar los pueblos de África central, sino a trabajar por su progreso y, sobretodo, por la supresión de la esclavitud. Él morirá crucificado con Cristo en este Santuario derruido, pero arraigado en la certeza de ser “una piedra escondida bajo tierra que quizás nunca saldrá a la luz, y que entra a formar parte de los cimientos de un nuevo y colosal edificio, que sólo los que vengan después verán despuntar del suelo…” (E 2701).

Muchas personas sufrieron y sufren a causa de la crueldad, de la prepotencia y de las injusticias humanas, porque el hombre es todavía incapaz de realizar el amor. La Historia de la Salvación es precisamente una acción libertadora del hombre todo y de todos los hombres de parte del Verbo Encarnado, a través de una lucha en la que Él sufre y se cae en cada persona que sufre y que muere, a fin de hacer triunfar en el oprimido y en el opresor la ley universal del amor.

Ser misionero comboniano es entrar en el dinamismo de esta lucha pascual y liberar al mismo Jesús oprimido, dolorido y pobre; es unirse a la participación de Jesús al dolor y en la pobreza de los hombres bajo la guía de san Daniel Comboni (RV 3.2).

3. PARA LA REVISION DE VIDA

  • 3.1. ¿De qué manera y en qué medida el Corazón de Jesús ilumina tu consagración misionera comboniana?: RV 3-5;21;21.1-2
  • 3.2. ¿Sientes como parte de tu carisma el culto al Corazón de Jesús?: RV 3
  • 3.3. ¿Qué expresiones asume en tu vida esta dimensión del carisma comboniano?: RV 3.1-3
  • 3.4. ¿Cómo vives las situaciones de dificultad, sufrimiento, fracaso (= dimensión de la cruz)?: RV 4
  • 3.5. ¿De qué manera los pobres están presentes en tu vida cotidiana?: RV 5-6

Note