
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
¡En todo lo que existe está impreso el Nombre de la Trinidad!
Año C – Solemnidad de la Santísima Trinidad
Juan 16,12-15: “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa”
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Durante el tiempo de Cuaresma y Pascua, hemos experimentado la acción salvadora del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este domingo, después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a contemplar esta acción amorosa de las tres Personas divinas en su unidad y sinergia.
La solemnidad de la Santísima Trinidad es una fiesta relativamente reciente. Fue introducida en el calendario litúrgico en el siglo XIV y asignada al domingo siguiente a Pentecostés, considerado el momento más adecuado, ya que la Trinidad fue plenamente revelada con la venida del Espíritu Santo.
No celebramos una verdad del catecismo encerrada en una fórmula dogmática, ni un misterio enigmático. Se trata de una realidad viva, hermosa, sorprendente, que está en el corazón de la Buena Noticia del Evangelio, y que san Juan resume en esta afirmación: “Dios es amor” (1 Juan 4,8).
El camino hacia la fe en la Trinidad
Todos los cristianos profesan la fe en la Trinidad: “Dios es uno en tres Personas”. No encontramos esta definición en la Biblia, y las primeras generaciones cristianas aún no usaban la palabra “Trinidad”. El primero en utilizarla (Trinitas) fue Tertuliano, Padre de la Iglesia (+240). No fue una invención, por supuesto, sino fruto de su meditación sobre la Sagrada Escritura.
En el Nuevo Testamento no faltan las alusiones a esta verdad de fe. La conclusión del Evangelio según san Mateo nos ofrece la fórmula trinitaria más explícita: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19).
En el contexto de la fe profundamente monoteísta de Israel, podemos imaginar lo escandaloso que resultaba que Jesús se proclamara Hijo de Dios y hablara de la persona del Espíritu Santo. Los primeros cristianos fueron realmente valientes al iniciar la fe en la Trinidad, que no se formularía claramente hasta el siglo IV, en los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381). Solo una convicción profunda, recibida a través de la enseñanza y el testimonio de Jesús, pudo hacerlos tan audaces: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, él lo ha revelado” (Juan 1,18).
La Trinidad, exigencia del amor
Si por un lado el misterio de la Trinidad es difícil de comprender porque va contra nuestra lógica, por otro lado, podríamos decir que es simple, porque es una exigencia del mismo amor. Un Dios en una sola Persona sería solipsista: ¿cómo podría ser amor? Un amor entre dos podría volverse un amor de reciprocidad, un amor reflejado, donde los dos amantes se miran el uno al otro: aún sería un amor imperfecto. Se necesita un Tercero, que encarne la diversidad y saque al amor de la lógica de la reciprocidad para integrar al diferente.
Dios creó a la humanidad “a su imagen y semejanza” (Génesis 1,26-27), pero el icono de la Trinidad no es la pareja, sino la familia: la pareja fecunda que acoge al “otro” y sale de la lógica especular. Dios es Familia. La humanidad lleva en sí la huella trinitaria. En la Trinidad está contenida la revelación de nuestra identidad profunda y de nuestra vocación.
No solo la familia humana, sino toda la realidad lleva esta huella trinitaria, como lo dijo Benedicto XVI: “En todo lo que existe está, de alguna manera, impreso el nombre de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta las últimas partículas, es ser en relación; y así se manifiesta el Dios-relación, se manifiesta, en definitiva, el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con distintos grados de conciencia y libertad.” (Ángelus, 7 de junio de 2009)
Dos acentos sobre el Evangelio de hoy
1. Jesús habla de la estrecha relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Santísima Trinidad solo puede comprenderse en este entrelazamiento de relaciones. Dios es pura Relación. Esto lo expresa bien el famoso icono de Andréi Rublev, que, inspirado en el relato del Génesis sobre la visita de Dios a Abrahán, pinta a tres ángeles sentados alrededor de una mesa, cuyas miradas se cruzan con infinita ternura.
También nosotros estamos invitados a entrar en esa intimidad. Podríamos decir que vive en el seno de la Trinidad quien se compromete a crear vínculos, a tejer comunión, a fomentar relaciones de fraternidad. “Si ves el amor, ves la Trinidad”, dice san Agustín.
2. Al hablar del papel específico del Espíritu Santo, Jesús afirma que aún tiene muchas cosas que decir, pero que los discípulos, por el momento, no podrían soportarlas. Pensemos, por ejemplo, en el peso de la Palabra de la cruz, tan absurda y escandalosa (cf. 1 Cor 1,18-30). Será el Espíritu quien los guíe hacia la verdad plena.
Un poco antes, Jesús le había dicho a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo comprenderás más tarde” (Juan 13,7). También nosotros estamos aún entre ese “ahora” y el “después”. La verdad es un camino por recorrer. Siempre está más allá, “más allá” de cada etapa. Solo la alcanzaremos “después”, al final. Y cada uno debe recorrer ese camino personalmente. Por eso, la verdad debe proponerse con paciencia y respeto, nunca imponerse. Solo el Espíritu puede iluminar la mente, calentar el corazón y fortalecer la voluntad para “guiarnos hacia toda la verdad”.
“El Espíritu es la vigía en la proa de mi barco. Anuncia tierras que aún no veo. Le escucho y apunto el timón hacia ellas, y puedo actuar con la certeza de que lo que tarda llegará, comportarme como si la rosa ya hubiera florecido, como si el Reino ya hubiese venido.” (Ermes Ronchi)
Ejercicio de oración:
- Hacer la señal de la cruz al comienzo del día con una conciencia especial de vivirlo en el nombre de la Trinidad.
- Repetir frecuentemente, durante el día, como un aliento del corazón, la doxología:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. - Recemos con Santa Catalina de Siena:
“Trinidad eterna, eres como un mar profundo, donde más busco y más encuentro; y cuanto más encuentro, más crece la sed de buscarte. Tú eres insaciable; y el alma, saciándose en tu abismo, no se sacia, porque permanece con hambre de ti, deseándote siempre más, oh Trinidad eterna, deseando verte con la luz de tu luz.”
P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ