P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

Año C – Tiempo de Pascua – 5º Domingo
Lecturas: Hechos 14,21-27; Salmo 144; Apocalipsis 21,1-5;
Juan 13,31-35: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros”

Con los dos últimos domingos del tiempo pascual entramos en la preparación inmediata para las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Son los domingos de la despedida. El Evangelio de este domingo y el del próximo nos ofrecen algunos fragmentos del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Se trata de su testamento antes de la pasión y muerte.
¿Por qué retomamos estos textos precisamente en el tiempo pascual? La Iglesia sigue la antigua tradición de leer, durante este período, los cinco capítulos del Evangelio de Juan relativos a la Última Cena (del capítulo 13 al 17), en los que Jesús presenta el sentido de su muerte y de su “Pascua”.
Además, podríamos decir que, tratándose de una herencia, el testamento se abre después de su muerte. Jesús deja su legado, sus bienes, a nosotros, sus herederos. Su legado por excelencia es el mandamiento del amor, tema del pasaje evangélico de hoy.

1. Una palabra une las tres lecturas de hoy: NUEVO o NOVEDAD

  • En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos la novedad contada por Pablo y Bernabé a la Iglesia de Antioquía, que los había enviado en misión: “cómo Dios había abierto a los gentiles la puerta de la fe”;
  • En la segunda lectura, del Apocalipsis, Juan ve “un cielo nuevo y una tierra nueva” y “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios”, y oye una Voz que dice: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”;
  • En el Evangelio, Jesús nos da “un mandamiento nuevo”.

Vivimos en una sociedad en la que predomina el aburrimiento, especialmente entre los jóvenes. Necesitamos estímulos constantes, novedades, para hacer nuestros días más atractivos. Lamentablemente, muchas veces confundimos novedad con diversidad. Las novedades que se nos proponen suelen ser un reciclaje de lo viejo, por lo que envejecen pronto y nos dejan decepcionados e insatisfechos.

Por otro lado, las verdaderas novedades nos asustan porque trastocan nuestros principios y estilo de vida. Requieren “nacer de nuevo”, como decía Jesús a Nicodemo (Jn 3,3).

Esto es cierto para cada cristiano, pero también para cada comunidad cristiana y para toda la Iglesia. La fidelidad a la Tradición no debe disfrazar la tentación de encerrarse en el pasado, en tradiciones antiguas y superadas. La acusación que se hace a la Iglesia de estar anclada en el pasado debe hacernos reflexionar sobre nuestra apertura al soplo renovador del Espíritu.

Escuchar y acoger la Palabra, que nos propone la novedad, requiere de nosotros una gran apertura de mente y de corazón. El peligro es cerrarse a lo nuevo, que siempre trae un poco de desorden a nuestra vida. ¡Peor aún sería si esta Palabra nos sonara a “vieja” solo porque la hemos escuchado muchas veces! Recemos, entonces, al Señor para que nos haga “odres nuevos” capaces de acoger su “vino nuevo”.

2. Una GLORIA nueva

Cuando Judas salió [del cenáculo], Jesús dijo: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él’.”

Al escuchar el Evangelio de hoy, nuestra atención se dirige de inmediato al “mandamiento nuevo”, pero esta novedad es introducida por otra, incomprensible, desconcertante y escandalosa, porque parece voltear nuestra visión de la realidad.
Cuando Judas sale para entregarlo, en lugar de mostrar tristeza y dolor, Jesús habla de “glorificación” —y lo hace hasta cinco veces. ¡Jesús vincula su gloria, y la de Dios, con la traición de Judas! ¿De qué gloria se trata, entonces? De la gloria de ser elevado en la cruz, porque la cruz es la máxima manifestación del amor de Dios.
Judas encarna la mentalidad del Mesías “triunfante”; Jesús se manifiesta, en cambio, como un Mesías “perdedor”. El verdadero Mesías adopta la lógica del amor. “Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para después recuperarla” (Jn 10,17), decía el Buen Pastor el domingo pasado.

Esta visión invertida de la realidad es un golpe al estómago frente a nuestra continua búsqueda de la “vana gloria”. Preguntémonos, entonces: ¿qué tipo de gloria busco yo, en mis pensamientos, en mis deseos, en mis fantasías y en mis intenciones? El tipo de gloria que perseguimos revela si tenemos fe o no. Jesús nos dice: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Jn 5,44).

3. Un MANDAMIENTO nuevo

Hijos míos, estaré con vosotros solo un poco más. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.” (Ver también Jn 15,12 y 15,17).

¿En qué consiste esta novedad?
– Es nuevo porque no es espontáneo ni natural, no nace del instinto.
– Es nuevo porque se caracteriza por la gratuidad, no por la reciprocidad.
– Es nuevo porque anula la antigua ley del “ojo por ojo, diente por diente”.
– Es nuevo porque va más allá de la sabiduría del antiguo precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18).
– Es nuevo porque ahora el parámetro del amor es Jesús: “Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros.”
– Es nuevo, sobre todo, porque nunca envejecerá. Lo que vive en el tiempo envejece, tarde o temprano. Pero lo que pertenece a los “cielos nuevos y tierra nueva” ya no envejece, porque participa de la eternidad de Dios.
– Es nuevo porque es el último y definitivo, escatológico, es decir, del final. La fe y la esperanza pasarán, pero solo el amor permanecerá (1Cor 13,13). Porque el amor es la misma esencia de Dios: “Dios es amor” (1Jn 4,8). Y ya no tiene sentido distinguir entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, entre amor “vertical” y amor “horizontal”, porque el amor es uno solo.

Este tipo de amor será el criterio supremo para reconocer al discípulo de Jesús:
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros.”

4. ¿Cómo obtener este AMOR nuevo?

Se dice que al corazón no se le manda. ¿Cómo adquirir, entonces, este amor? Contemplándolo en la Eucaristía, donde este amor es celebrado. “Fijando la mirada en Jesús” (Hebreos 12,2). Contemplando con amor y ternura al Crucificado, donde este amor se consumó. O, dicho con palabras de san Daniel Comboni, hablando a sus misioneros:
“Tened siempre los ojos fijos en Jesucristo, amadle con ternura y procurad entender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas. Si con fe viva contemplan y saborean un misterio de tanto amor, serán dichosos de ofrecerse a perderlo todo y a morir por Él y con Él.” (Escritos, 2721-2722)

P. Manuel João Pereira Correia, mccj