
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
¡Llamados a sorprender a Dios!
Año C – Tiempo Ordinario – 5º Domingo
Lucas 5,1-11: “Por tu palabra, echaré las redes”
Después de presentar su programa y anunciar el año jubilar—rechazado por sus conciudadanos de Nazaret—Jesús continúa su misión predicando por toda Galilea. Hoy lo encontramos junto al lago y, como “la multitud se agolpaba sobre él para escuchar la palabra de Dios”, subió a la barca de Simón, le pidió que se alejara un poco de la orilla, se sentó en esa “cátedra” improvisada y enseñaba a las multitudes desde la barca.
Cuando terminó de hablar, Jesús invitó a Simón a remar mar adentro y echar las redes para pescar. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Lo hicieron y recogieron tal cantidad de peces que las redes estaban a punto de romperse y las barcas casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: “Señor, apártate de mí, porque soy un pecador”. Pedro y sus compañeros quedaron sobrecogidos por el asombro. Entonces Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Y, llevando las barcas a tierra, Pedro y sus compañeros lo dejaron todo y lo siguieron.
Así es como san Lucas relata la vocación de los primeros apóstoles: Simón Pedro, Santiago y Juan. Las tres lecturas de este domingo nos hablan de la vocación. En la primera lectura, el profeta Isaías declara: “Escuché la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?’. Y respondí: ‘Aquí estoy, envíame'”. En la segunda lectura, san Pablo habla de su vocación apostólica: “Soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol”.
Tres características unen estas vocaciones: un contexto de fuerte experiencia de Dios; la conciencia del propio pecado y la propia indignidad; y la prontitud para responder al llamado de Dios. Podemos añadir una cuarta, que se destaca en los casos de Isaías y los apóstoles: el temor. ¡Por eso el Señor le dice a Simón y a todo llamado: “No temas”!
Pistas para la reflexión
La vocación de Isaías, Pablo, Pedro y sus compañeros fue especial y excepcional, ya que estas figuras marcaron profundamente la historia de la salvación. Sin embargo, a través del relato de su llamado, la Palabra de Dios también nos habla de nuestra vocación personal. Entonces, ¿qué nos dice esta Palabra?
1. Dios tiene un plan para el mundo y para cada uno de nosotros.
Nuestra visión del universo, de la vida y de la existencia humana ha cambiado profundamente. No estamos exentos de la influencia de una sociedad que ha excluido a Dios de sus horizontes. Hemos pasado de una visión en la que la presencia y la acción de Dios se percibían en todas partes—”No se mueve una hoja sin la voluntad de Dios”—a su exclusión de nuestro mundo y de la historia. Incluso en el ámbito de la fe y la teología, parece que a algunos les incomoda hablar de “milagros” o “apariciones”, como si fueran una intromisión indebida de Dios.
Y, sin embargo, toda la Escritura nos habla de un Dios cercano, que vive y camina con nosotros, que nos llama por nuestro nombre. Un Dios que tiene un proyecto para su creación y para la humanidad (cf. Efesios 1,4-5) y que lo lleva adelante con paciencia, constancia y amor por sus criaturas. Es este plan de Dios el que da sentido a la vida, a la historia y al universo. Sin embargo, Dios es un “Nosotros” y quiere que su obra también sea nuestra, la de cada uno de nosotros.
2. Una vocación única y personalísima.
Hablar de vocación significa aceptar la invitación de Dios a colaborar en su plan de amor. Pero, ¿qué sentido tiene hablar de un llamado personal dirigido a cada persona? ¿Acaso cada uno está predestinado a una misión específica? ¿Tiene Dios un plan particular para cada uno de nosotros? Dios no es un Gran Relojero que coloca cada pieza en su sitio, ni un súper ordenador que controla el destino de cada una de las ocho mil millones de personas en el mundo. ¡La vocación no es un decreto de la voluntad de Dios que predetermina mi vida! Es más bien su sueño, su deseo, su anhelo para mi existencia, para que la realice de la manera más fecunda y gozosa, teniendo en cuenta quién soy, mi historia y mis circunstancias. ¡Esa será la alegría de Dios!
Ante nosotros están las necesidades del mundo y de la Iglesia. En general, el Señor no nos dirá: “Haz esto” o “Haz aquello”. Nos corresponde a nosotros “inventar” la respuesta. Cuando se nos presentan como ejemplo figuras como Isaías, Pablo o Pedro, no es para que los imitemos. Dios no quiere fotocopias, sino originales. Estamos llamados a hacer de la arcilla de nuestra vida una obra de arte única. Dios está abierto a las sorpresas. De hecho, ¡espera de nosotros un “golpe de genialidad” capaz de sorprenderlo!
“Un discípulo preguntó al Rabino de Zloczow: ‘¿Cuándo alcanzará mi obra la de los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob?’. Y él respondió: ‘Cada persona en Israel tiene el deber de reconocer que es única en el mundo: si ya hubiera existido alguien idéntico a él, no tendría razón de ser en el mundo. Cada persona es una novedad en el mundo y debe realizar su naturaleza en este mundo. Hasta que esto no ocurra, la venida del Mesías se retrasará'” (relato jasídico).
3. ¡Sígueme!
Llegados a este punto, algunos pueden preguntarse si tiene sentido hablar de vocación cuando ya hemos tomado las grandes decisiones de la vida, especialmente si ya tenemos cierta edad. Ante nuevas propuestas, nos surge decir espontáneamente, como Nicodemo, a veces con un tono de tristeza y desilusión: “¿Cómo puede un hombre nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?” (Juan 3,4).
Sin embargo, el llamado de Dios es permanente. Cada día, el Sembrador sale a sembrar su Palabra, semilla de vida nueva. A cada hora, el dueño de la viña sale a llamar nuevos colaboradores (cf. Mateo 20,1-16). Cada etapa de la vida tiene su fecundidad.
Pero, ¿qué decir cuando, al mirar atrás, sentimos que hemos trabajado en vano, que nos encontramos con las redes vacías, quizá por nuestra debilidad y pecado? Recordemos entonces la pesca pascual después de la traición de Pedro (Juan 21). El Señor solo nos preguntará: “¿Me amas?”. Y cuando le respondamos con un corazón triste y dolido: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”, él nos llamará nuevamente: “¡Sígueme!”
“¡Dios es lo suficientemente grande como para hacer una vocación incluso de nuestros errores!” (Emmanuel Mounier).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj