P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

Año C – Fiesta de la Presentación del Señor
Lucas 2,22-40: “Luz para iluminar a las naciones”

El 2 de febrero, exactamente 40 días después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el Templo. Este año, al caer en domingo, tiene prioridad sobre las lecturas dominicales. Esta fiesta es popularmente conocida como la Candelaria, ya que en este día se bendicen las velas, símbolo de Cristo, luz del mundo.

Esta fiesta es muy antigua: se originó en Oriente y se difundió en Occidente después del siglo VI. En el pasado, estaba dedicada a la Purificación de la Virgen María, como lo recuerda el Evangelio de hoy. Según la costumbre judía, una mujer era considerada impura debido a la sangre menstrual durante un período de 40 días después del nacimiento de un varón (¡y 80 días en el caso de una niña!). Como toda mujer judía observante, María, después de cuarenta días, va al Templo para purificarse y ofrecer un sacrificio en obediencia a la Torá (Levítico 12,1-8): un cordero y una paloma o, si era pobre, dos tórtolas o dos pichones. Esto explica por qué María y José fueron al Templo con Jesús y ofrecieron dos tórtolas o dos pichones (Lucas 2,22-24).
Con la reforma litúrgica de Pablo VI (1969), la celebración de hoy recuperó su título original de Presentación del Señor.

Según las Sagradas Escrituras, todo primogénito, ya fuera humano o animal, pertenecía a Dios (Éxodo 13,2). El hijo primogénito era rescatado mediante el pago de cinco siclos de plata, dentro de los 30 días posteriores a su nacimiento (Números 18,15-16). Este rescate era un signo de la consagración de los primogénitos a Dios, en memoria de la liberación de Egipto, cuando Dios hirió a los primogénitos egipcios pero perdonó a los de los israelitas (Éxodo 13,1-2.11-16).

Sin embargo, notamos que en las Sagradas Escrituras no existe una ley específica que imponga la presentación del hijo primogénito en el Templo. San Lucas no menciona el pago del rescate, sino que habla de su presentación en el Templo.

Las lecturas nos ayudan a comprender teológicamente el sentido profundo de esta fiesta.
En la primera lectura, el profeta Malaquías (3,1-4) anuncia la entrada mesiánica del Señor en su Templo para purificar tanto el sacerdocio como al pueblo de sus infidelidades. Así, la presentación del Niño anuncia proféticamente su entrada en el Templo para purificar tanto el culto como el mismo Templo. De hecho, su cuerpo se convierte en el nuevo Templo.
En la segunda lectura, el autor de la Carta a los Hebreos (2,14-18) presenta a Jesús, quien, haciéndose semejante a sus hermanos en todo, se convirtió en el sumo sacerdote misericordioso, que vino a purificar al pueblo de sus pecados.

El pasaje del Evangelio está lleno de referencias a las Sagradas Escrituras. San Lucas es un narrador refinado y, en sus escritos, logra fusionar textos bíblicos y diversas tradiciones judías. Su intención no es tanto histórica como catequética y teológica.
Detrás de este relato, aparentemente sencillo y lineal, se pueden entrever alusiones a varios textos: la profecía de Malaquías sobre la entrada de Dios en su Templo (Malaquías 3); el episodio del pequeño Samuel, llevado al Templo de Silo por su madre Ana (1 Samuel 1-2); la narración de la subida del Arca de la Alianza a Jerusalén (1 Reyes 8); la visión de Ezequiel sobre el regreso de la “Gloria del Señor” (Shekiná); y, finalmente, alusiones a la visión del profeta Daniel sobre Jerusalén y el Templo (Daniel 9).

Podemos decir, entonces, que “Jesús entra en el Templo no para consagrarse, sino para consagrarlo y tomar posesión de él. La referencia, de hecho, a Malaquías, Samuel y Daniel revela la intención profunda de Lucas, quien no se limita a narrar simples ‘hechos’, sino ‘acontecimientos’, ‘kairòi’, que abarcan y determinan toda la historia: la de Israel y la nueva que comienza con el nacimiento de Jesús” (Paolo Farinella).

Pistas para la reflexión

1. Fiesta del “Aquí estoy”
La Presentación de Jesús en el Templo puede releerse a la luz del Salmo 40,7-9, reinterpretado por el autor de la Carta a los Hebreos en estos términos: “Al entrar en el mundo, Cristo dijo: […] ‘Aquí estoy, vengo para hacer tu voluntad’” (Hebreos 10,5-10). Este “Aquí estoy” de Cristo al Padre es, al mismo tiempo, un “Aquí estoy” dirigido a cada ser humano. La relación de fe es un diálogo de amor continuo entre el “Aquí estoy” de Dios y el nuestro. Sin embargo, la verdad de nuestro “Aquí estoy” se manifiesta concretamente en nuestra respuesta a las necesidades del prójimo.

El drama de Dios y del ser humano se expresa bien en estas palabras: “Me dejé buscar por los que no preguntaban por mí, me dejé encontrar por los que no me buscaban; dije: ‘Aquí estoy, aquí estoy’ a una nación que no invocaba mi nombre” (Isaías 65,1).

2. Fiesta del Encuentro
Esta fiesta nació en Oriente con el nombre de “Hypapanté”, que significa “Encuentro”. Dios viene al encuentro de su pueblo y nosotros vamos a su encuentro. La procesión, como acto comunitario, expresa esta profunda realidad de la fe cristiana: caminar juntos hacia el Señor. El movimiento físico recuerda el movimiento espiritual del alma.

Esta dimensión del encuentro es multifacética. Simeón y Ana representan al Israel creyente y al Antiguo Testamento que acoge al Nuevo. Además, esta pareja simboliza a toda la humanidad que camina hacia la luz de Cristo. Finalmente, el encuentro entre la pareja anciana y la joven pareja, José y María, expresa la comunión entre generaciones. La fiesta de hoy es, por tanto, una hermosa y elocuente imagen de la vocación cristiana y del ideal de una humanidad en camino hacia el encuentro con Dios y entre nosotros.

3. Fiesta de la Luz
La dimensión de la luz es una característica fundamental y distintiva de esta fiesta. Jesús es la Luz que viene a iluminar a todo ser humano, pero las tinieblas no la recibieron (Juan 1,4-9). Por eso, Jesús y cada uno de sus discípulos se convierten en un “signo de contradicción”. Para vivir en la Luz y ser testigos de la Luz, hay que aceptar ser un signo de contradicción, dispuestos a enfrentar la oposición de las “tinieblas” que intentarán apagar la Luz.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj