
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
Vivir el Hoy de la Palabra de Dios
Año C – Tiempo Ordinario – 3er Domingo
Lucas 1,1-4; 4,14-21: “Hoy se ha cumplido esta Escritura”
Hoy comenzamos la lectura continua del Evangelio de San Lucas, que nos acompañará durante este año litúrgico en nuestro camino como discípulos del Señor. Además, este tercer domingo del Tiempo Ordinario es el “Domingo de la Palabra de Dios”, instituido por el Papa Francisco en 2019 para promover el conocimiento y el amor por las Sagradas Escrituras.
El pasaje del Evangelio de hoy comienza con la introducción de San Lucas a su Evangelio (Lucas 1,1-4), dedicado a un cierto Teófilo. Teófilo, cuyo nombre significa “Amante de Dios” o “Amado por Dios”, puede interpretarse como un símbolo de cada uno de nosotros. Acojamos, por tanto, estas palabras como una dedicación personal: “Para ti, excelentísimo Teófilo, para que puedas estar seguro de la solidez de las enseñanzas que has recibido”.
La segunda parte del pasaje presenta el inicio del ministerio público de Jesús: “En aquel tiempo, Jesús regresó a Galilea con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan” (4,14-15). En este contexto, se narra su regreso a la aldea natal y su homilía en la sinagoga de Nazaret (4,16-21). Este episodio nos presenta la “primera palabra” pública de Cristo adulto en el Evangelio de San Lucas.
La homilía programática en la sinagoga de Nazaret
Detengámonos un momento en el discurso de Jesús en Nazaret. Regresa a su aldea después de meses de ausencia. La fama de su predicación, que se había extendido por toda la región de Galilea, también había llegado a Nazaret. Como era su costumbre, en sábado, día de culto, entró en la sinagoga. Todos estaban presentes, curiosos por volver a verle y escuchar sus palabras. ¡Nosotros también, hoy, estamos allí para escucharle!
La celebración de la Palabra comenzaba con la recitación del Shemá Israel (“Escucha, Israel”) y algunas oraciones de bendición, seguida por la proclamación de dos lecturas. La primera se tomaba de la Torá, es decir, el Pentateuco, los cinco primeros libros de Moisés y la parte más sagrada de las Escrituras, equivalente, en importancia, a los Evangelios para los cristianos. La Torá estaba dividida en secciones semanales, para ser leída íntegramente en el transcurso de tres años. Esta lectura constituía el corazón de la liturgia y era realizada por el sacerdote o el jefe de la sinagoga. El texto se proclamaba en hebreo y a menudo se acompañaba de una traducción al arameo para hacerlo comprensible al pueblo.
La segunda lectura se tomaba de los Profetas, y Jesús fue invitado a realizarla. Cualquier persona mayor de treinta años estaba autorizada a leerla. Jesús se levantó y “le entregaron el rollo del profeta Isaías”. Quizá se trataba del único rollo de los Profetas que una sinagoga pequeña y pobre como la de Nazaret podía permitirse, ya que los pergaminos eran muy costosos. Jesús “desenrolló el rollo y encontró el pasaje donde estaba escrito:
‘El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres. Me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos; para liberar a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’.
Enrolló el rollo, lo devolvió al ayudante y se sentó”.
Después de la lectura, solía seguir una homilía o exhortación, pronunciada por un miembro respetado de la comunidad. En esta ocasión, Jesús fue invitado a hacerla. Se sentó en la cátedra, como un nuevo Moisés, y “en la sinagoga, todos tenían los ojos fijos en él”. Nosotros también, como sugiere la Carta a los Hebreos, “fijemos la mirada en Jesús” (Hebreos 12,2).
El evangelista resume su homilía en pocas pero extraordinarias palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
Puntos de reflexión
El Hoy de la Palabra de Dios
El texto leído por Jesús (Isaías 61,1-2) habla de un profeta anónimo enviado por Dios para liberar a su pueblo. Con las palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura”, Jesús declara que Él es ese profeta anónimo, que ha sido “ungido” por el Espíritu (Mesías) y enviado por el Padre, en particular, a cuatro categorías de personas: los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Aquí parece anticiparse la visión de las bienaventuranzas. Su misión es “proclamar un año de gracia del Señor”, es decir, ¡un Jubileo!
En este año de gracia, cada uno está llamado a recuperar la posesión de su propia “tierra”, es decir, de sí mismo; a ser liberado de las cadenas causadas por decisiones erróneas; a pasar de las tinieblas de la ceguera del egoísmo a la luz de una fraternidad redescubierta; a ser aliviado de la opresión de tantos pesos innecesarios para caminar en libertad.
Todo esto sucede HOY, no mañana, no en un futuro lejano ni en un “más allá” etéreo. El Evangelio de San Lucas está lleno de numerosos “hoy”, comenzando por el primero en Belén, dirigido a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador” (Lc 2,11); hasta el último, pronunciado en Jerusalén en la cruz, dirigido a uno de los malhechores crucificados con Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). La vida del cristiano se sitúa entre estos dos “hoy”.
La Palabra de Dios, por lo tanto, debe ser acogida hoy, como pan fresco dado por el Padre: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Al acoger la Palabra en el hoy, entramos en el presente eterno de Dios, capaz de sanar nuestro pasado y abrirnos al futuro. El autor de la Carta a los Hebreos dedica dos capítulos enteros (3 y 4) a exhortarnos a vivir en el hoy de la Palabra de Dios: “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones […] Exhortaos mutuamente cada día, mientras dure este hoy”.
Un nuevo Hoy
En la lectura del texto de Isaías, Jesús omite una frase particularmente importante y significativa: “[El Señor me ha enviado a proclamar] el día de la venganza de nuestro Dios”. ¿Por qué?
“En el Antiguo Testamento, ‘el día del Señor’ siempre tiene una doble consecuencia: representa salvación para los pobres y condena para quienes se colocan fuera del proyecto de Dios. Sin embargo, Jesús ejerce su autoridad suspendiendo el juicio y posponiéndolo, como si quisiera conceder un tiempo adicional de gracia, un kairós, para ofrecer a todos la oportunidad de elegir el sentido de sus vidas” (Paolo Farinella). Este tiempo adicional recuerda la parábola de la higuera estéril (Lucas 13,6-9), en la que se concede una nueva oportunidad antes del corte definitivo.
La Carta a los Hebreos describe este tiempo de forma emblemática: “Dios vuelve a fijar un día, hoy” (Hebreos 4,7). Depende de cada uno decidir si quiere o no entrar en este nuevo hoy.
P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ