P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

Año C – Ciclo de Navidad – Fiesta del Bautismo del Señor
Lucas 3,15-16.21-22: «Tú eres mi Hijo amado»

La Fiesta del Bautismo del Señor actúa como un puente entre las celebraciones navideñas y el Tiempo Ordinario del año litúrgico. Por un lado, concluye el tiempo de Navidad; por otro, inaugura el Tiempo Ordinario, del cual esta fiesta representa el primer domingo.

Todos los Evangelios narran el bautismo de Jesús: los tres primeros, llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), de manera explícita, mientras que Juan lo menciona indirectamente. Este evento se describe como una verdadera “epifanía trinitaria”. Tras siglos sin profetas, en los que los cielos parecían cerrados, Dios responde finalmente a la súplica de su pueblo: «¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!» (Isaías 63,19). En el bautismo de Jesús, el cielo se abre, el Espíritu Santo desciende sobre Él, y el Padre hace oír su voz.

Este año litúrgico, ciclo C, la liturgia propone el relato del bautismo según San Lucas, que se distingue por dos particularidades. En primer lugar, la escena del bautismo de Jesús no se describe directamente, sino que ocurre de forma anónima, con Jesús mezclado entre la multitud que se bautiza. En segundo lugar, San Lucas destaca que la apertura del cielo, el descenso del Espíritu y la voz divina tienen lugar mientras Jesús ora, después del bautismo.

El sentido profundo del bautismo del Señor

Hoy, acostumbrados como estamos a escucharlo, no nos damos cuenta de cuánto escándalo supuso para los primeros cristianos el hecho de que Jesús, quien era sin pecado, comenzara su misión siendo bautizado por Juan el Bautista en las aguas del Jordán.
¿Por qué Jesús fue bautizado? Podemos identificar tres razones principales:

  • Jesús está “allí” donde percibe que Dios está actuando. Al escuchar los ecos de la voz del Bautista, deja Nazaret y se dirige a «Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando» (Juan 1,28).
  • Jesús llega no como un privilegiado, sino solidario con sus hermanos. El pecado no es solo un asunto individual, sino que también tiene una dimensión colectiva. Jesús, en su solidaridad, carga con este peso nuestro.
  • Jesús manifiesta desde el principio de su misión la elección de estar entre los pecadores. Se deja contar entre ellos, hasta el punto de morir entre dos malhechores.

Hoy, en la Fiesta del Bautismo del Señor, celebramos también nuestro bautismo. En este día, los cielos se rasgan para nosotros, el Espíritu viene a habitar en nuestros corazones, y el Padre hace oír su voz, diciendo a cada uno/a de nosotros: «¡Tú eres mi Hijo amado!»; «¡Tú eres mi Hija amada!».

1. La expectativa del pueblo

El pueblo de Dios esperaba la llegada del Mesías, pero esta expectativa se había debilitado tras tres siglos sin profetas. Juan el Bautista reavivó esta esperanza, orientándola, sin embargo, hacia «Aquel que bautizará en Espíritu Santo y fuego».
Hoy vivimos en un mundo que parece ya no esperar, decepcionado por tantas esperanzas frustradas, promesas incumplidas y sueños rotos. Como cristianos, estamos llamados a reavivar la esperanza, la nuestra y la de la sociedad, abriéndonos a la acción del Espíritu de Dios. El cristiano sabe que las aspiraciones más profundas de la humanidad –la paz, la justicia y un sentido auténtico de la vida– encuentran su respuesta última en Dios. Pero esta conciencia nos interpela: ¿somos realmente hombres y mujeres de esperanza? ¿En qué ponemos, concretamente, nuestra confianza?

2. La humildad de Dios

San Lucas presenta a Jesús en fila con los pecadores que descienden a las aguas del Jordán. «Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado en nuestro favor, para que en él lleguemos a ser justicia de Dios» (2 Corintios 5,21). Dios no nos salva desde lejos: se hace cercano, es el Emmanuel. Jesús se revela profundamente solidario con sus hermanos, hasta el punto de escandalizar a los bienpensantes. Será llamado «amigo de los pecadores».
El Mesías lleva un título nuevo, que nos honra particularmente: es el amigo de los pecadores. ¡Es nuestro amigo! Jamás un Dios se ha revelado así. Un Dios humilde es el mayor escándalo para el “hombre religioso”. Es inconcebible pensar que aquel que está en los cielos pueda descender para habitar entre nosotros. Nuestra conversión comienza con el cambio de nuestra idea de Dios. ¿En qué Dios creo yo? Esta es la pregunta que deberíamos plantearnos a menudo.

3. La oración de Jesús

En San Lucas, la manifestación trinitaria ocurre mientras Jesús ora, como ocurrirá en la Transfiguración. Para el evangelista, la oración es un tema central y recurrente en la vida y el ministerio de Jesús. Su vida pública no comienza con un prodigio o un discurso, sino con el bautismo y la oración. Jesús no ora para “dar ejemplo”, sino por una necesidad intrínseca tanto como Hijo como hombre.
El bautismo constituye nuestra identidad más profunda: ser hijos de Dios. No es un mero acto jurídico de pertenencia, como podría sugerir el registro bautismal, sino una realidad viva y transformadora. Esta realidad es hermosa, pero también frágil, y necesita el humus de la oración para crecer y desarrollarse. Es en la oración donde se revive y fructifica la gracia del Bautismo.

Un nuevo comienzo

Hoy, Jesús comienza su ministerio, sostenido por la fuerza de la revelación del Padre y por la dulce presencia del Espíritu, semejante a una paloma que encuentra nido en su corazón. También nosotros estamos llamados a recomenzar, volviendo a la cotidianeidad tras las festividades navideñas, con una nueva conciencia y una confianza renovada en la gracia de nuestro bautismo.
Para recordar esta gracia, comienza cada día sumergiéndote simbólicamente en las aguas regeneradoras del bautismo con la señal de la cruz.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj