
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
Año C – Adviento – 1er domingo
Lucas 21,25-28.34-36: “Vigilad en todo momento orando”
El milagro de la esperanza
Con el primer domingo de Adviento comienza el año litúrgico “C”, durante el cual tendremos como guía al evangelista Lucas. A lo largo de unos doce meses, reviviremos los misterios de la vida del Señor. Mientras el año civil está marcado por ritmos y eventos específicos, el del cristiano está señalado por los misterios de la vida de Cristo, que dan profundidad y sentido a su historia. Mientras que el año civil tiene una dirección predominantemente circular, caracterizada por la repetición, el del cristiano adopta una forma espiral: no se repite, sino que invita a un progreso continuo. Un nuevo año nos trae la gracia de los comienzos y la posibilidad de retomar la vida con un renovado entusiasmo.
Cada ciclo litúrgico comienza con el tiempo de Adviento. Adviento, del latín Adventus, significa “venida”, la venida de Cristo. Pero, ¿de qué venida se trata? Espontáneamente pensamos en la de la Navidad, pues nos preparamos para celebrar la memoria del nacimiento de Jesús. Sin embargo, el nuevo año litúrgico se conecta con el punto final del anterior: el anuncio del regreso del Señor como Rey del universo, Juez de la humanidad y Omega de la historia. Por eso, en el evangelio de hoy, escuchamos la conclusión del discurso escatológico de Jesús según el Evangelio de Lucas: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria”. Este mismo pasaje se proclamó en el Evangelio de Marcos hace dos domingos, y hoy se presenta en la versión lucana.
El Adviento evoca, ante todo, la actitud del cristiano orientado hacia el futuro. ¡Dios viene del futuro! Un futuro que no debemos temer, sino desear, porque no representa el final, sino el fin último, el cumplimiento de nuestra vida y la realización de las promesas divinas: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantaos y alzad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca”. En este primer domingo de Adviento sigue resonando la última invocación de la Iglesia, que espera a su Esposo: “Marana tha! Ven, Señor” (Apocalipsis 22,20).
El Adviento se estructura en cuatro domingos que nos conducen a la Navidad. Es el segundo de los llamados “tiempos fuertes”, en paralelo con la Cuaresma, que prepara la Pascua. Los cuatro domingos del Adviento evocan simbólicamente los 40 días de la Cuaresma. Sin embargo, entre Adviento y Cuaresma existe una gran diferencia: mientras en el tiempo cuaresmal predomina una dimensión penitencial, en el Adviento domina la alegre espera.
El cristiano vive en el “mientras tanto”, entre dos venidas: la de Cristo en la carne y su regreso en la gloria. Sin embargo, en este “mientras tanto” hay también una tercera venida, que se manifiesta en el presente. Como afirma San Bernardo en un célebre sermón sobre el Adviento: “Conocemos una triple venida del Señor. Una venida oculta se sitúa entre las otras dos que son manifiestas. (…) Oculta es, sin embargo, la venida intermedia, en la que solo los elegidos lo ven dentro de sí mismos y sus almas son salvadas por ella. En la primera venida, pues, vino en la debilidad de la carne; en esta intermedia viene en el poder del Espíritu; en la última, vendrá en la majestad de la gloria. Por lo tanto, esta venida intermedia es, por así decirlo, un camino que une la primera con la última”.
Puntos de reflexión
“¡Estad alerta!”: la trompeta del Adviento
“Cuidaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no se carguen con glotonerías, embriagueces y preocupaciones de la vida, y aquel día no os sorprenda de repente”. ¡Cuán fuerte y actual es esta advertencia de Jesús! Es como una trompeta que busca despertar nuestras conciencias, a menudo dormidas, si no anestesiadas. ¿Cuántos de nosotros somos realmente conscientes de que esta es la situación en la que vivimos, perseguida deliberadamente por poderes –no tan ocultos– que manipulan el destino del mundo? Quieren mantenernos dormidos, incapaces de mirar hacia la dirección que llevamos e indiferentes a la injusticia rampante. Hoy, quien está despierto y libre a menudo es considerado una “amenaza”. Pues bien, la Palabra de Dios, en este tiempo de Adviento, es la trompeta que quiere despertarnos antes de que sea demasiado tarde.
“¡Vigilad en todo momento orando!”: la alarma del Adviento
Mantenerse despierto no es fácil. Es fácil dejarse atrapar por el sueño o deslizarse en la somnolencia. Para permanecer vigilantes, Jesús nos recomienda orar en todo momento. La oración nos despierta y afina nuestros sentidos, haciéndonos listos para captar la venida del Señor, que nos visita de maneras siempre nuevas y a menudo inesperadas. El Adviento nos invita a reprogramar la “alarma” de la oración. Esto no significa necesariamente aumentar el tiempo dedicado a orar, sino aprender a “vivir en oración”. ¿Cómo hacerlo? Un modo muy simple es repetir con frecuencia la invocación “Marana tha” – ¡Ven, Señor! – hasta que estas palabras resuenen constantemente dentro de nuestro corazón.
El Adviento y el milagro de la esperanza
La oración del Adviento alimenta especialmente la esperanza. Esperar, en la situación en la que hoy estamos inmersos, es un verdadero milagro. Solo la oración puede obtener esta gracia. De hecho, ¿cómo es posible esperar ante un mundo que a menudo parece como el valle lleno de huesos secos descrito por Ezequiel? (Ez 37). Aquella que era la imagen del pueblo de Dios de entonces, podría ser hoy nuestra realidad. “He aquí que ellos dicen: ‘Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos.’” Dios pregunta al profeta: “¿Pueden revivir estos huesos?” Sí, es posible. “Profetiza sobre estos huesos y diles: ‘Huesos secos, escuchad la palabra del Señor.’”
El profeta es Cristo que viene, pero también lo es cada cristiano por vocación. Esta es la gracia a pedir en Adviento: despertar y difundir la esperanza.
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
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