
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
33º Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Marcos 13,24-32: “Aprended de la higuera”
El horóscopo del cristiano
Hemos llegado al penúltimo domingo del año litúrgico, que concluirá el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey del Universo. Cada año, en este penúltimo domingo, la Palabra de Dios nos invita a elevar la mirada hacia los horizontes de la historia, para renovar nuestra esperanza en el regreso del Señor. Al mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de los Pobres en este mismo domingo, nos impulsa a reconocer la presencia de Cristo en los más pobres y necesitados.
El pasaje evangélico de hoy es parte del capítulo 13 de San Marcos, dedicado por completo al llamado discurso sobre el fin del mundo. Al inicio del capítulo se describen las circunstancias de este discurso. Al salir del Templo, uno de los discípulos llamó la atención de Jesús sobre la grandeza de su construcción. El Templo, reconstruido por Herodes el Grande, era realmente magnífico, una de las maravillas de la época. Jesús respondió: “¿Ves estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada”. Podemos imaginar el asombro y la perplejidad de todos. Esto se cumplirá con la destrucción de la ciudad en el año 70, a manos de los Romanos.
Mientras estaban en el Monte de los Olivos, sentados frente al Templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés, los primeros cuatro discípulos llamados por Jesús, le interrogaron en privado sobre cuándo y cuál sería la señal de que esta profecía estaba a punto de cumplirse. Jesús pronunció entonces el llamado “discurso apocalíptico”, la enseñanza más extensa de Jesús en el Evangelio de Marcos. En relación con la destrucción del Templo y la ciudad santa, Jesús habla del fin del mundo y de su retorno en gloria. Esta asociación entre el fin de la nación judía y el regreso del Señor llevó a los primeros cristianos a pensar que el fin estaba cerca.
Para entender el mensaje del texto, hay que tener en cuenta dos cosas. Primero, el texto está escrito en el género apocalíptico, difícil de entender para nosotros debido a su lenguaje simbólico complejo, a menudo esotérico, y a los escenarios cósmicos. “Apocalipsis” significa “revelación”. Sin embargo, no se trata de una profecía sobre el futuro, como se suele creer, sino de la revelación del sentido de los eventos históricos. Además, este género literario, que floreció entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C., no pretendía asustar, sino ofrecer consuelo y esperanza al pueblo de Dios en tiempos de tribulación y persecución, anunciando la intervención de Dios para liberar a su pueblo. Podríamos decir que la literatura apocalíptica no habla del “fin” del mundo, sino del “sentido” del mundo, es decir, hacia dónde se dirige la historia.
Puntos de reflexión
1. ¡El fin de este mundo ya ha comenzado!
“En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.” La alteración del sol, la luna y las estrellas parece aludir a la creación en Génesis 1, como si una de-creación estuviera a punto de suceder. Una referencia al escenario cósmico también aparece en el relato de la muerte de Jesús en los Evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas). De hecho, con la crucifixión del Hijo de Dios, caen el “firmamento” del cielo, es decir, las seguridades y referencias del hombre, y todas las imágenes que el hombre tenía de Dios. Con la resurrección de Cristo comienza el proceso de la nueva creación, de cielos nuevos y tierra nueva (2 Pedro 3,13).
2. El fin de este mundo es el objeto de nuestra esperanza
“Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.” Esperamos esta venida del Señor. Lo profesamos en el corazón de la Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!” Esto no significa desear el “fin del mundo” o una “catástrofe apocalíptica”, y mucho menos tratar de adivinar la hora de su llegada mediante los “signos” de guerras, terremotos, hambrunas, persecuciones, tribulaciones, abominaciones… Estas realidades siempre han existido. Nos basta saber que todo está en manos del Padre.
“Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.” La higuera anuncia la llegada del verano, la estación de los fructos. Así es para el cristiano, que espera con alegría la maduración de los tiempos y el encuentro con Jesús. El libro del Apocalipsis concluye con esta respuesta del Señor a la oración de la Iglesia: “Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.”
3. Operadores del fin de este mundo
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Reflexionando sobre este Evangelio, el cristiano crece en la conciencia de la transitoriedad de la vida y la historia. El “fin del mundo” es, en definitiva, una realidad cotidiana: cada día un mundo muere y otro nace. “Vamos de comienzo en comienzo, a través de nuevos comienzos”, dice San Gregorio de Nisa. Todo pasa. Solo dos cosas permanecen: la Palabra del Señor y el amor.
Sin embargo, nuestra espera no es pasiva, sino activa y laboriosa. Estamos involucrados en la preparación de la venida del Reino. ¿Cómo? Sacudiendo el “firmamento” de los astros que rigen el mundo actual. Sol, luna, estrellas, astros eran divinidades en el mundo pagano antiguo, que gobernaban la vida de los hombres. Basta pensar que cada día de la semana estaba dedicado a un astro. Los nombres de las estrellas y astros han cambiado, pero el firmamento de nuestro mundo sigue poblado de dioses que deciden la suerte de los hombres: negocios, bolsa de valores, poder, prestigio, belleza, placer… El “horóscopo” del cristiano tiene otro firmamento de astros: amor, fraternidad, solidaridad, servicio, justicia, compasión… Para sacudir los cimientos del “viejo mundo”, hay que sacudir el “firmamento” que lo gobierna. La tarea no es fácil. ¿Por dónde comenzar? Por nosotros mismos: “No os conforméis a este mundo, sino dejaos transformar, renovando vuestro modo de pensar.” (Romani 12,2).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
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