P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

El pasaje del evangelio de hoy es la continuación del de la semana pasada. Todavía estamos “en casa” (Marcos 9,33), la casa de Pedro y de Jesús. El hecho de que esto suceda en casa tiene un valor simbólico. Significa que Jesús se dirige en particular a la comunidad cristiana, dando a los suyos normas de vida.

Después de la cuestión de quién sería el más grande y la catequesis de Jesús sobre la pequeñez, surge otro tema, planteado por el apóstol San Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y queríamos impedírselo, porque no nos seguía”. Los “exorcistas”, para darle fuerza a su exorcismo, solían invocar nombres de ángeles y de personajes que se suponía tenían poder para sanar. Los Doce estaban celosos (como Josué en la primera lectura) de que otros, fuera del grupo, utilizaran el nombre de su Maestro. La respuesta de Jesús es contundente: “No se lo impidáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá enseguida hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.

Siguen tres dichos de Jesús insertados aquí, aparentemente desconectados entre sí. En realidad, cada sentencia está conectada con la anterior a través de una palabra o un tema. Tres temas emergen del conjunto del texto del evangelio: el nombre de Jesús, la pequeñez y el escándalo (hacia los pequeños y hacia nosotros mismos).

Puntos de reflexión

1. “En tu nombre”. Según lo que dice el apóstol San Juan, parece que los Doce querían “apropiarse” del nombre de Jesús. Solo ellos podían expulsar demonios en su nombre. Pretendían tener la exclusividad. Aquel otro lo hacía de forma indebida porque no era “uno de ellos”. La tentación de monopolizar el nombre de Cristo, de encapsularlo en nuestra iglesia, en nuestro grupo, asociación o movimiento, sigue siendo actual. Hemos dividido el mundo en dos: nosotros, que estamos “dentro”, y los otros, que están “fuera”. Pero, ¿quién está realmente “dentro” y quién está “fuera”?

El Espíritu es libre y no se deja confinar. El Reino de Dios no conoce fronteras de pensamiento, credo o religión. Él está presente y actúa en todas partes, tanto en el corazón del creyente como en el del agnóstico o ateo. ¡Solo Dios es realmente “católico”, es decir, universal, Dios y Padre de todos! Lamentablemente, a veces somos como San Juan y Josué: queremos apropiarnos del Espíritu y sufrimos de celos al ver que tantos son mejores, más generosos y solidarios que nosotros, sin hacer referencia al nombre de Cristo. Un día, ellos escucharán con asombro esta palabra de Jesús: “lo hicisteis a mí” y “lo hicisteis gracias a mí”. ¡Se puede actuar en nombre de Cristo sin siquiera saberlo! El cristiano “católico” es aquel que es capaz de reconocer la presencia de Dios dondequiera que se haga el bien, de maravillarse y alabar al Señor, santificando así su Nombre.

La expresión “en mi nombre” (en boca de Jesús) o “en tu nombre” (en boca de los apóstoles) o en el nombre de Jesús/Cristo/Señor aparece frecuentemente en el Nuevo Testamento, pero particularmente en los evangelios (casi cuarenta veces) y en los Hechos de los Apóstoles (unas treinta veces). El cristiano es aquel que actúa en el nombre de Jesús: nace, vive, ama, obra, ora, anuncia, hace el bien, combate el mal, sufre, es perseguido, muere… siempre por causa de Su Nombre. Su Nombre se convierte progresivamente en nuestra identidad, en nuestro nombre, hasta poder decir como Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20).

Podemos preguntarnos, sin embargo, si es este nombre el que regula nuestra vida. Porque puede suceder que sean otros nombres (de los numerosos ídolos) los que dominen nuestra vida, olvidándonos de que “en ningún otro hay salvación; no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual estemos llamados a salvarnos” (Hechos 4,12).

2. Los pequeños gestos hechos en Su Nombre. “Cualquiera que os dé a beber un vaso de agua (Mateo añade: “fresca”) en mi nombre porque sois de Cristo, en verdad os digo, no perderá su recompensa”. Este dicho de Jesús, sobre el valor de los pequeños gestos, se conecta con el anterior por la alusión al nombre de Jesús. Hacer las cosas en el nombre de Cristo trae un excedente de gracia, incluso si se trata de pequeños gestos, porque “son los gestos mínimos los que revelan la verdad profunda del hombre” (S. Fausti).

3. La atención a los pequeños: “El que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar”. Ser arrojado al mar era la peor de las muertes, ya que solo el cuerpo sepultado podría resucitar. Jesús se refiere aquí a los débiles en la fe, pero lo que él dice se puede aplicar a todo tipo de pequeños: los marginados, los pobres, los sufrientes, los necesitados…

4. La poda continua. “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtala… Si tu pie…, córtalo… Si tu ojo…, arrójalo”. Jesús usa expresiones muy duras para expresar la determinación en la lucha contra lo que en nuestra vida nos hace tropezar y caer. Quizás tengamos manos, pies y ojos que cortar o arrancar. Muchas veces somos como ciertas figuras de la mitología griega, con cien manos que agarran todo, cien pies que continuamente nos desvían del camino correcto, cien ojos que nos impiden centrar nuestra mirada en Cristo. La vida del cristiano requiere una poda continua. Tal vez hoy esta palabra nos invite a un examen de conciencia para discernir qué debo cortar para no correr el riesgo de perder la vida.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj