P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

21º Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Juan 6,60-69: “Señor, ¿a quién iremos?”
¡EL DÍA DEL GRAN ESCÁNDALO!

Hemos llegado al final del capítulo 6 del evangelio de Juan, que hemos escuchado durante cinco domingos, interrumpiendo la lectura del evangelio de Marcos, prevista por el calendario litúrgico de este año. El pasaje de hoy nos presenta la reacción de los discípulos de Jesús al discurso que él acababa de concluir en la sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces. Ya no se habla de la multitud o de los judíos, sino del grupo de discípulos que toman posición frente a la afirmación de Jesús de ser el Pan/Palabra y el Pan/comida y bebida descendido del cielo.

El pasaje se divide en dos partes. En la primera, encontramos al grupo de sus seguidores que murmura: “¡Este lenguaje es duro! ¿Quién puede escucharlo?”. Estos discípulos se escandalizan y deciden marcharse. En la segunda parte del texto, Jesús interpela al grupo de los Doce, preguntándoles: “¿También vosotros queréis iros?”. San Pedro se convierte en el portavoz del grupo y responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios”.

El ambiente está cargado de tensión, casi palpable. A medida que Jesús revela el sentido profundo del signo que había realizado, el desasosiego, la murmuración y la crítica se apoderan de todo su auditorio: la multitud, luego los “judíos”, es decir, los líderes religiosos sus adversarios, y ahora incluso el numeroso grupo de discípulos que lo seguían, atraídos más por sus milagros que por la novedad de su mensaje. Y entonces sucede algo inesperado: el más grande signo realizado por Jesús, reconocido como el signo mesiánico que todos esperaban (“¡Este es verdaderamente el profeta que viene al mundo!”, v.14) se convierte en su primer gran fracaso. La situación se ha invertido. No es que Jesús haya sido tomado por sorpresa. De hecho, desde el día anterior, cuando la gente quiso “tomarlo” (v.15) para hacerlo rey, Jesús había percibido toda la ambigüedad de las expectativas de la multitud. ¡Satanás había regresado para tentarlo!

¿Cómo explica Jesús esta situación? Hay dos tipos de mentalidad que se disputan el corazón del hombre: la carne que “no aprovecha para nada” y el Espíritu que “da la vida”. El espíritu de la carne actúa por instinto, mientras que el Espíritu de Dios actúa por fe. Sin embargo, la fe no es una conquista del hombre sino un don de Dios: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es concedido por el Padre”.

Este es un momento dramático de crisis en el ministerio de Jesús, que corresponde al de su fracaso en Nazaret, reportado por los tres evangelios sinópticos. Allí Jesús había reaccionado con asombro, aquí con amargura. ¡No creamos que Jesús fuera indiferente o insensible a las reacciones de sus oyentes! Él también experimentó todos nuestros sentimientos. En este caso, podemos pensar que sintió tristeza, frustración y amargura por la cerrazón de corazón de los oyentes.

¿Qué decir de los Doce? Es la primera vez que aparece el grupo en el evangelio de Juan. Quizás ni siquiera ellos entendieron mucho y una mezcla de pensamientos y sentimientos llenó de confusión sus mentes y sus corazones. Pedro habla aquí por primera vez y con su profesión de fe ayuda al grupo a recuperar la cohesión. Pero nada será como antes. Además de la incredulidad y el abandono de muchos, ahora flota sobre el grupo la negra nube del anuncio de una traición.

Puntos de reflexión

1. “¡Elegid hoy a quién servir!” Hay momentos en que estamos obligados a tomar una decisión y a jugar nuestra vida. “¡Elegid hoy a quién servir!”, dice Josué a las doce tribus reunidas en Siquem (Josué 24, primera lectura). “¿También vosotros queréis iros?”, pregunta Jesús a los Doce. Nosotros, lamentablemente, a veces tendemos a posponer nuestras decisiones y a avanzar con un pie en dos zapatos, tratando de mantener abiertas todas las posibilidades. ¡Pero quien quiera salvar su vida, la perderá!

2. “¡Aunque todos te abandonen, yo nunca te abandonaré!” Llama la atención el hecho de que Jesús esté dispuesto a dejar ir incluso al grupo de los Doce y a retomar la misión solo. Solo, pero sólido. En el momento supremo dirá: “Me dejaréis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16,32).
En este momento histórico en que la fe cristiana ya no goza del consenso social, cuando se cumple, una vez más, la palabra del evangelio: “Muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”, necesitamos cristianos sinceros y generosos como Pedro. Dios quiera que, a pesar de la aguda conciencia de nuestra fragilidad, podamos decir como él, en un arranque de confianza simple como la de un niño: “¡Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré!” (Mateo 26,33).

3. Evangelizar nuestros fracasos. Todos acumulamos experiencias y recuerdos de fracasos y derrotas que pueden convertirse en una carga en nuestro camino. No siempre el tiempo los cura. Necesitan ser evangelizados. Con el paso de los años, nos damos cuenta de que nuestra vida no es una marcha victoriosa de recolección de triunfos y medallas, como habíamos soñado. Aceptar con serenidad nuestra fragilidad y nuestros límites, reconciliarnos con nuestra realidad, encajar las derrotas sin desanimarnos, es el único camino para reencontrar la paz y la libertad interior.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj