P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra

Año B – Tiempo Ordinario – 11º domingo
Marcos 4,26-34: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?

Estamos en el cuarto capítulo del evangelio de San Marcos, el capítulo de las parábolas. El evangelista relata tres en este capítulo: la parábola del sembrador, la más desarrollada, y las dos pequeñas parábolas que encontramos en el pasaje del evangelio de hoy. Las tres parábolas tienen como protagonista la semilla y todas tratan tanto de “la Palabra” (9 veces en este capítulo) como del “Reino de Dios” (3 veces).

Las plantas tienen un papel particular en las lecturas de hoy: el cedro y los árboles del bosque (primera lectura, Ezequiel 17,22-24); la palma y el cedro (Salmo 91); el trigo, la mostaza y las plantas del huerto (evangelio). Para hablar del Reino de Dios, el Señor no nos hace grandes y complicados razonamientos, sino que nos invita a observar las realidades simples de la naturaleza y a aprender de ellas. ¡Aprender también del mundo vegetal, porque todo lleva la huella del Creador!

Nosotros, en cambio, estamos demasiado ocupados con cosas “mucho más importantes” y a menudo no tenemos ni ojos ni oídos para ver y oír estas realidades que nos hablan sin cesar. Necesitamos momentos de contemplación para cultivar el espíritu de San Francisco y captar la voz de las criaturas, hasta el punto de tener que decir como él: “¡Cállate, cállate, sé bien lo que quieres decirme!”.

El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.

¿De qué habla esta semilla? Esta semilla nos habla de HUMILDAD. La humildad de la pequeñez y debilidad; la humildad de ser arrojado a tierra, de desaparecer y morir en el terreno. Un terreno que la semilla no ha elegido, que quizás no es el ideal para germinar. Esta humildad nos asusta. Nosotros, por instinto, deseamos ser el “cedro plantado en lo alto de un monte, imponente, que se convierte en un cedro magnífico”, del que hablaba Ezequiel. ¡Ay, Jesús no quiso ser el cedro imponente, sino un grano de trigo: “Si el grano de trigo, caído en tierra, no muere, queda solo; si en cambio muere, produce mucho fruto.” (Juan 12,24).

¿De qué habla esta semilla? Esta semilla nos habla de PACIENCIA. La paciencia de saber esperar para germinar y crecer, primero el tallo, luego la espiga, luego el grano lleno en la espiga. Esta no es nuestra lógica. A nosotros siempre nos falta tiempo, por lo que queremos tener todo enseguida. ¡Ya no somos capaces de tener paciencia!

¿De qué habla esta semilla? Esta semilla nos habla de CONFIANZA. La confianza en el extraordinario poder que la semilla lleva dentro. La confianza en que ningún obstáculo es insuperable y que incluso es posible romper la roca. Esa semilla, en su pequeñez y debilidad, no se rinde ni se desanima. Y así, de la confianza nace una novedad de vida que nada hacía prever. ¡Desafortunadamente, nosotros calculamos todo y la confianza no entra en nuestros cálculos!

¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.

Nos dice que no nos desanimemos por nuestra pequeñez: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.” (Lucas 12,32).

Nos dice que cultivemos la paciencia: “Miren al agricultor: espera con constancia el precioso fruto de la tierra hasta que reciba las primeras y las últimas lluvias.” (Santiago 5,7).

Nos dice que crezcamos en confianza: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, podrían decir a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar’, y les obedecería.” (Lucas 17,6).

Nos hablan del Reino, de la presencia humilde de Dios en el mundo, en la historia, en nuestra propia vida.
Nos hablan de la Palabra, que no vuelve a Dios sin haber cumplido su misión (Isaías 55,11).
Nos hablan de la siembra, para decirnos que este nuestro tiempo eclesial ya no es de cosecha. Quizás nos habíamos ilusionado de poder vivir en una época perpetua de frutos, sin cuidar la siembra. La temporada de la cosecha ha terminado y ha llegado “el invierno eclesial”. Hay que volver a sembrar. Hemos vivido de rentas demasiado tiempo y el granero se ha vaciado. Se corre el riesgo de pasar hambre. Hay que remangarse y sembrar.

Nos dicen que sembremos una palabra nueva, que sembremos las semillas del granero del cielo, de las palabras “que salen de la boca de Dios”. Nos dicen que solo la Palabra de Dios “es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de doble filo”, la única capaz de alcanzar las profundidades del corazón humano. (Hebreos 4,12-13). ¿Estaremos dispuestos a escuchar estas voces?

Hoy todos hablamos de crisis en nuestras iglesias. Casi todos ven la necesidad de volver a empezar de nuevo, partir del evangelio y adoptar el estilo de vida de las primeras comunidades. Pero, ¿quién está dispuesto a entregar su vida? Todos esperamos un golpe de ingenio, una propuesta pastoral que renueve el rostro de la iglesia. San Daniel Comboni decía a sus misioneros que estaban llamados a “ser una piedra escondida bajo tierra, que quizás nunca salga a la luz, y que forme parte del cimiento de un nuevo edificio que solo los descendientes verán surgir del suelo”. Si esto era cierto para los misioneros de África del siglo XIX, lo es igualmente para los cristianos del siglo XXI: convertirse en piedras vivas de los cimientos de una nueva “cristiandad”.

Para la reflexión personal durante la semana

¡El cristiano del futuro está llamado a recorrer el camino de la humildad, la paciencia y la confianza!

1. Abundan las piedras ornamentales de fachada. ¿Estoy dispuesto a recorrer el camino de la humildad, para convertirme también en una piedra fundamental de la iglesia del mañana?

2. Todos deseamos un rostro nuevo y más atractivo de la iglesia, pero tal vez esperamos una operación cosmética o un cambio de estructuras. ¿Estoy dispuesto a recorrer el camino de la paciencia, para emprender una verdadera y ardua conversión personal?

3. Todos estamos un poco tentados por el pesimismo catastrófico (“¡No hay nada más que hacer, todo va mal!”) o por el optimismo ingenuo (“¡Bah, todo irá bien!”). Ambos corren el riesgo de paralizarnos. ¿Estoy dispuesto a salir de esta lógica, para emprender el camino evangélico de la confianza, gemela de la esperanza?

Simón Pedro nos dice: “¡Voy a pescar!”, es decir, ¡a sembrar! Que toda la iglesia pueda responder: “¡Vamos también nosotros contigo!” (Juan 21).