
P. Manuel João, Comboniano
Reflexión dominical
de la boca de mi ballena, ela
Nuestra cruz es el púlpito de la Palabra
La “necesidad” del amor
Año B – Cuaresma – 4º domingo
Juan 3,14-21: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”.
La celebración del cuarto domingo de Cuaresma se abre con una insistente invitación a la alegría, que la antífona de entrada toma del profeta Isaías: “Alégrate [Laetare], Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos” (cf. Isaías 66, 10-11). Este es el llamado “Domingo Laetare” (como el tercer domingo de Adviento, llamado “Gaudete”). Al tono penitencial de la Cuaresma se añade un toque de alegría por la proximidad de la Pascua, y “en esta misa se puede usar color morado o rosa, se admite el uso de instrumentos musicales y se puede adornar con flores el altar” (nota litúrgica). Pequeños signos que anuncian la alegría pascual e invitan a los cristianos a “apresurarse, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales”, como pedimos en la oración colecta.
¡Todo depende de una “necesidad”!
El amor y la misericordia son el hilo conductor de las tres lecturas. En torno a ellos encontramos todo un corolario de conceptos que están en el corazón del mensaje cristiano: creer/fe, gracia/don, luz/tiniebla, obras buenas/obras malas, salvar/juzgar, vida/muerte… Pero todo depende de una “NECESIDAD”: “¡Tiene que ser elevado el Hijo del hombre!”
El pasaje evangélico es la conclusión del diálogo de Jesús con Nicodemo, “uno de los jefes de los judíos” que acude a él por la noche, impresionado quizá por su gesto profético de la purificación del Templo. El texto comienza de forma un tanto enigmática: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre” (v. 14). Jesús se refiere al episodio narrado en el libro de los Números, cap. 21, cuando el pueblo de Israel en el desierto, mordido por serpientes, clama a Dios, y entonces “El Señor dijo a Moisés: ‘Hazte una serpiente y ponla en un asta; quien sea mordido y la mire quedará vivo’”.
En este v.14 aparece la forma verbal: tiene que/debe/es necesario (δεῖ, en griego). Encontramos el mismo verbo en los otros tres evangelios, en el primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22). La pasión y muerte de Jesús son presentadas por él como una “necesidad”. Por supuesto, su muerte no es una “fatalidad”, pero podríamos preguntarnos: ¿de dónde procede esta necesidad, deber u obligación? Se podría responder: de una disposición divina o para cumplir las Escrituras, pero estas motivaciones nos dejan insatisfechos. El contexto del versículo sugiere que la verdadera motivación de esta “necesidad” es el amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. San Pablo lo subraya también en la segunda lectura: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo” (Efésios 2,4-10). ¡Es una buena síntesis de todo el Evangelio!
Es el amor que dice: ¡hay que hacerlo! No por imposición de la voluntad o del deber moral, sino por un impulso, un transporte del corazón. El egoísmo, en cambio, dice: “¿Qué necesidad hay? ¿Quién me obliga a hacerlo?”. La “necesidad” que Dios siente de amarnos sin límites, una vez acogida en nuestra vida, suscita en nosotros también la “necesidad” (¡que no es sentida como un deber u una imposición!) de amar. ¡Cómo cambiarían totalmente nuestras vidas si fuera la necesidad de amar la que las guiara!
La primera lectura (2 Crónicas 36) atribuye la destrucción de Jerusalén (antes del exilio) a la ira de Dios: “Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio”. Se trata de una interpretación resultante de una visión todavia muy antropomórfica de Dios. En realidad, “el camino del mal cometido al mal sufrido no pasa por la ira divina” (Cardenal Tolentino de Mendonça). Hay que reconocer que el mal es, en efecto, un asunto grave que no perdona a nadie. Sus consecuencias pueden prolongarse durante generaciones. Desgraciadamente, ¡no hay escapatorias ni descuentos! ¿Cómo podemos luchar contra el mal “agazapado a nuestra puerta”? (Génesis 4:7). He aquí dos propuestas sugeridas por el Evangelio.
Contemplación del Crucificado
La Palabra de este domingo es toda ella una invitación a detenernos ante la cruz, a fijar nuestra mirada en Jesús, Amor expuesto y elevado, y a dejarnos atraer por Él: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32). Sólo “manteniendo fija la mirada en Jesús” (Hebreos 12.2) podremos vencer el mal. San Daniel Comboni recomendaba a sus misioneros: “mantener siempre la mirada fija en Jesucristo, amándolo tiernamente y esforzándose por comprender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en cruz por la salvación de las almas. Si con fe viva contemplan y saborean un misterio de tal amor, serán dichosos de ofrecerse a perderlo todo y a morir por Él y con Él” (Escritos, 2720-2722).
Mirando a Cristo “elevado” (expresión joánica que equivale a “glorificado”) podemos curarnos del “veneno” de la Serpiente. Por desgracia, vivimos una vida envenenada por el odio y la violencia, por el egoísmo que nos deshumaniza y por la búsqueda de lo efímero, deslumbrados por las mil ilusiones de una sociedad consumista… Sólo la contemplación del Crucificado es el antídoto contra estos venenos. Numerosas pequeñas serpientes acechan en nuestros corazones que, en cuanto son tocadas, se despiertan, listas para atacar. Sólo la contemplación del Crucificado puede hacerlas salir y vencerlas.
Exposición a la luz
Volvamos al texto evangélico. “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz”. La gran tentación del hombre desde el principio es “esconderse”. Es un mecanismo que todos llevamos dentro. Uno de nuestros riesgos en la vida de fe es habitar, más o menos inconscientemente, en la penumbra, ni demasiado lejos de la luz para no ser tragados por las tinieblas, ni demasiado cerca de la luz para no tener que afrontar la “vergüenza” de nuestra “desnudez” (Génesis 3, 8-10). La Cuaresma es un tiempo propicio para responder a la voz de Dios que “sale” en nuestra búsqueda: “Adán/Eva, ¿dónde estás?”. ¡Es un tiempo oportuno para salir de nuestros escondrijos, de nuestras “guaridas” e ir hacia la Luz!
Como ejercicio espiritual para la semana propongo:
1) Buscar momentos y espacios para contemplar el Crucificado;
2) Buscar una ocasión para la celebración personal del Sacramento de la Penitencia.
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Verona, 6 de marzo de 2024
NB. Para una reflexión completa, véase: https://comboni2000.org/2024/03/07/la-mia-riflessione-domenicale-la-necessita-dellamore/