
10. En nosotros un espacio ilimitado para acoger al ser amado
En su humanidad, Jesucristo es totalmente don y su humanidad, diáfana a la Presencia divina, la revela de manera única a través de su propia pobreza; por medio de la pobreza de esa humanidad radicalmente despojada de sí misma, brilla la desapropiación infinita que es el Dios vivo.
Dios no está más en Jesucristo que en nosotros. Está en nosotros tanto como en Jesucristo, pero nosotros no estamos en Dios. En Jesucristo, justamente, la divinidad no es sino la eterna pobreza de un amor infinitamente dado, en Jesucristo, así desapropiada, la divinidad puede brillar, actualizarse en nuestra historia, como quiere hacerlo en nuestra vida. Cada uno de nosotros está llamado a ser encarnación, cada uno está llamado a dejar brillar la divinidad, cada uno de nosotros está llamado a ser transparencia y en eso consiste toda la grandeza humana. Pero en nosotros, repito, el testimonio es intermitente, esporádico, sin cesar fluctuante y rehusado.
En Jesucristo, brilla en la desapropiación infinita, que hace de la divinidad de Jesucristo la simbiosis de la pobreza, absoluta, a la vez de Dios y del hombre, pobreza de espíritu, pobreza que es el reverso del amor o mejor, su esencia. Solo podemos amar en la desapropiación, haciendo de nosotros un espacio ilimitado para acoger al ser amado.