Sudán del Sur, el obispo Taban:
«Mi llanto por la paz»
El testimonio del pastor emérito de Torit. La guerra continúa en el Estado más joven del mundo, y la Iglesia se empeña en la intermediación entre las partes en conflicto (Davide Demichelis, vaticaninsider, 07/16/2015)
«Debemos pedir perdón a todos los que nos ayudaron a obtener la independencia. Todos somos culpables. Debemos admitir que nos equivocamos y volver a empezar desde el principio». Monseñor Paride Taban, obispo emérito de Torit, tiene casi 80 años. Son muchos, sobre todo en un país en el que la edad promedio de sus 11 millones y medio de habitantes es de 16,8 años. En África, viejo es sinónimo de sabio, y Paride Taban tiene una gran experiencia: «Pero nunca había visto chicos comer en la inmundicia en Juba. Nuestro país nunca había tenido 500 mil niños de la calle».
El Estado más joven del mundo acaba de festejar el cuarto año de su independencia, el pasado 9 de julio. Pero desde diciembre de 2013 ha vuelto la guerra a Sudán del Sur, debido a las divisiones entre el presidente Salva Kiir y su vicepresidente, Riek Machar. Ambos líderes políticos exasperaron el conflicto entre los dos principales grupos étnicos del país: los dinka y los núer. Una división que se ha ido heredando de generación en generación.
Según las Naciones Unidas, 4,6 millones de personas corren el riesgo de ser víctima del hambre, es decir casi la mitad de la población. Un informe de la fundación Ayuda a la iglesia Necesitada denuncia que mucha gente se ve obligada a comer hierba y frutos silvestres para no desfallecer. Los números de la crisis son dramáticos: 1,2 millones de niños están desnutridos, 500 mil personas huyeron al extranjero y hay 2 millones de desplazados internos. Los enfrentamientos han provocado más de 500 mil víctimas.
Las regiones en las que estos enfrentamientos son más violentos se encuentran en el norte, sobre todo en el Upper Nile y en el Unity State, es decir las zonas ricas en petróleo. Son tan jugosas estas regiones que, para conquistarlas, las tropas gubernamentales y los grupos rebeldes han quemado aldeas, han reducido al hambre a poblaciones enteras y han sometido violentamente a mujeres y niños. Los últimos misioneros fueron evacuados hace algunos días: tres combonianos y una religiosa. Ya habían tenido que huir, pero habían vuelto; ahora, desgraciadamente, la situación vuelve a ser muy peligrosa. Los habitantes de las aldeas han debido abandonar sus casas y muchos han buscado refugio en los pantanos.
«He visto gente vivir en casas abandonadas, veían los vehículos llenos de soldados y de armas pasar frente a ellos. ¿De dónde vienen, quién les ha dado armas tan pesadas y caras?». El decano de los obispos de Sud Sudán, Paride Taban, recuerda: «Hace algunos días celebré un funeral de grupo en mi ciudad, Torit, y comencé a llorar, desesperado. La gente me decía: “¡Obispo, no llores! Si tú lloras, ¿dónde vamos a acabar?”. Entonces pedí a unos noruegos, que estaban en la celebración: “¡Ayúdennos a que Sudán del Sur sea como Noruega, un país en el que la gente muere de vejez!”». El arzobispo de Juba, monseñor Paolino Lukudu Loro, anunció que la Iglesia católica se compromete en una nueva iniciativa de intermediación para promover la paz en el país.
Mientras tanto, en Juba prosiguen las obras para la construcción del primer centro de “Peace building”, un sitio en el que diferentes grupos étnicos podrán reunirse, dialogar y comprometerse en la reconciliación: «Ya construimos los primeros tres edificios», explicó el padre Daniele Moschetti, superior de los misioneros combonianos. Dentro de un año todo debería estar listo. «Estamos sorprendidos por la generosidad de los donadores –subrayó Moschetti–, pues en pocos meses hemos reunido 2 millones de dólares para este proyecto».
