2º Domingo de Pascua (ciclo A)
Juan 20,19-31


Tommaso 1

Hch 2,42-47 / Sal 117 / 1Ptr 1,3-9 / Jn 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

La comunidad cristiana nasce de la Pascua

Jesús resucitado, centro de la comunidad

Durante estas semanas que constituyen el tiempo pascual, vamos a centrar nuestras reflexiones en esta síntesis entre Cristo y la nueva humanidad redimida: la comunidad cristiana. Serena y concienzudamente vamos a mirarnos a nosotros mismos en este espejo que es el Evangelio, un espejo que nos obligará a corregir aquellos aspectos que no coinciden con el espíritu de hombres liberados por Cristo.

Hoy se habla mucho de «comunidad», esa palabra que en otras épocas casi solamente se usaba para las comunidades religiosas. Ahora, en cambio, solemos referirnos a la comunidad parroquial, a la comunidad diocesana, a las comunidades de base, etc. También la palabra ha sido completamente desacralizada y engrosó el diccionario político: nos referimos a la comunidad nacional, la comunidad europea, etc.

Es común en nuestra cultura occidental el esnobismo por las palabras nuevas. Lo lamentable sería creer que por cambiar de palabras cambia también la realidad. Precisamente los textos bíblicos de hoy nos obligan a penetrar en el sentido íntimo de la comunidad que aparece como el fruto más inmediato de la Pascua. Algo nuevo surge en el mundo después de la resurrección y por obra del Espíritu de Cristo: los que estaban dispersos, se unen…

El relato del Evangelio de Juan es como una síntesis teológica de la comunidad cristiana. Con su mesurada precisión y con su característico lenguaje simbólico, el texto subraya los elementos básicos de la comunidad cristiana.

La primera línea es toda una historia. Era el primer día de la semana, o sea el mismo domingo de pascua, y los apóstoles se habían reunido a puertas cerradas, presos del miedo. Dos elementos nos llaman la atención:

–Primero: Ha comenzado una nueva semana en la historia de la humanidad y estamos en su primer día: el día del Señor. Tal es el sentido del Domingo: un día distinto a los demás porque significa el comienzo de algo nuevo. Sin embargo, hay muchos que parecen no haberlo advertido. Más aún, han hecho de ese día un día de muerte…

–Segundo: La tónica de esa gente es el miedo. Del miedo hemos hablado el último domingo de Cuaresma, considerándolo como una forma de muerte. El texto de hoy lo confirma: los apóstoles están aterrorizados por el espectro de la muerte. Y el miedo los tiene paralizados.

Son un grupo de gente que se ha reunido para encerrarse y aislarse de los hombres. Una comunidad cerrada: comunidad de muerte. En efecto: están unidos pero por la muerte. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. Ahora miran su futuro: estar entre los hombres como si no estuvieran, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. La comunidad es la tumba que ellos mismos se han fabricado. Lo triste del caso es que muchas comunidades cristianas y religiosas parecen seguir en esa misma postura.

Viven sin alegría y sin esperanza; temen a la gente y se apartan de ella como un peligro, como si no fuese el contacto con la gente la única manera de vivir la santidad de la Pascua. ¿Y qué puede hacer una comunidad encerrada sino vegetar? Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las expectativas, el deseo de cambiar y de progresar. Están juntos pero no viven en comunidad. En efecto, ¿qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia adelante? Sólo los unen las cuatro paredes dentro de las cuales se han encerrado. Cuatro paredes -las paredes pueden ser reales o simbólicas- que les permiten llamarse comunidad cristiana. Sin embargo, no han descubierto que dentro reina un gran vacío: el vacío de Cristo resucitado. Entonces hace su entrada Jesús. Viene a llenar el vacío de la muerte. Entra como un ladrón, a puertas cerradas. Pero no hay que temer: viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que se dice suya.

Su saludo es todo un proyecto de vida: “Paz a vosotros”. El antiquísimo saludo semita que aún se conserva en Palestina, «Shalom», ahora tiene un nuevo sentido: la paz de la vida debe suplantar a la paz de la muerte. La paz de la muerte es quietud, desconsuelo, miedo, ansiedad. «Descansa en paz», es el saludo final a nuestro difunto querido.

La paz de la vida es la alegría de reconstruir nuestra vida. Es la paz del que se mueve, se inquieta y sale de sí mismo. Es la paz de la esperanza y de las puertas abiertas. Por eso dice el texto evangélico, «se Ilenaron de alegría al ver al Señor».

De esta paz habla la Carta de Pedro: «Bendito sea Dios que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesús, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva…» Así la Pascua hace nacer a la comunidad cristiana.

Sin Pascua no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta el mismo techo. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: los une la vida de la Pascua. Los une la esperanza de nacer siempre de nuevo.

De ahí el sentido del domingo y de la eucaristía dominical: la comunidad afirma su esperanza como si todo el largo pasado fuese un ayer muerto, como si el futuro fuese su única vida. “Quien mira atrás no es apto para el Reino de Dios”, ha dicho Jesús. Ahora lo comprendemos mejor: quien no muere cada domingo a su pasado para renacer al futuro que se debe construir, ése no puede llamarse cristiano.

En síntesis: todos los cristianos decimos que creemos en Cristo Resucitado, aunque podríamos dudar si todos realmente lo creen. De cualquier forma, poca importancia tiene esto. El problema es otro: ¿Qué implica creer que Cristo está presente en la comunidad? Según el Evangelio, hay dos signos que delatan la real presencia de Cristo: la paz y la alegría. La Pascua es primavera y vivir en la Pascua es vivir una eterna primavera. Que la comunidad no permita que los brotes endurezcan y pierdan su flexibilidad: nuestras comunidades necesitan estructuras flexibles, ágiles, livianas. Tampoco perdamos las flores: la alegría es la flor de la Pascua. Alegría serena, simple. Si decimos que nos une el amor de Cristo, ¿por qué expresamos ese amor con el duro rostro de la ley, de las obligaciones, de la rutina y del hastío?

En este instante entra en escena Tomás. Quizá sea él el mejor prototipo de nuestro cristianismo anquilosado. Tomás ha estado ausente aquel domingo. Se trata de una significativa ausencia. Tal miedo le provocó la prisión de Jesús, que había huido muy lejos de sus hermanos; se había aislado y desentendido totalmente. Siete días después volvió creyendo que “el asunto Jesús” estaba terminado. Pero su sorpresa fue grande: ahora le dicen que está vivo y que ha visitado a los suyos. Su respuesta fue harto significativa: si no lo veo bien visto y si no palpo sus llagas, no creeré.

Dos ideas se entremezclan en su respuesta: Por un lado, que aún no comprende que ahora debe ver con ojos distintos. Jesús está en la comunidad, pero como si no estuviera. No está para hacer las cosas, sino para empujar hacia la acción a los suyos. Está como un espíritu, es decir, como soplo, aliento o viento. Está como germen de vida y como fuerza para vencer a la muerte.

Por otro lado, la cruz no aceptada le impide reconocer a Jesús. Tal parece ser el sentido del texto: al obligarlo Jesús a que palpe sus llagas y meta su dedo en los agujeros de los clavos, lo invita a no huir de la cruz sino a tomarla y abrazarla; a meterse dentro de ella, pues quien no sigue a Jesús con la cruz, tampoco lo puede seguir en su Pascua. Una vez más, la vieja idea: quien quiera llegar a la vida, debe cruzar las fronteras de la muerte…

Fue justamente entonces cuando Tomás reconoció a Jesús: Señor y Dios. La comunidad cristiana confiesa a Jesús como a su verdadero conductor y guía. Pero, ¡atención!, ahora confiesa al Cristo total: el de la muerte y el de la resurrección.

La conclusión es clara: la vida en comunidad no es un idilio romántico, no es un juego de enamorados. Es como un matrimonio en el que, a lo largo de los años, el dolor y el amor se entremezclan como se entremezclan los cuerpos. Vivir en comunidad exige renuncias conscientes, pues la alegría pascual es alegría del compromiso asumido. No es el fatuo gozo de quien vive a solas, gozando en su cobardía.

Precisamente el Libro de los Hechos es el testigo de este proceso por el cual la comunidad cristiana primitiva fue madurando lentamente en el amor por el dolor compartido. Surgirán conflictos, desentendimientos, rupturas y hasta odios. La frontera de la muerte está dentro de cada uno y dentro de la comunidad; por eso es tan difícil abatirla totalmente. Mas quien permanece en la comunidad, es porque cree en la supremacía del amor sobre las demás fuerzas. Eso es todo. (…)

Concluyendo…

Vivir en la Pascua es bastante más que una bonita expresión. Creer en Cristo resucitado es algo más que una confesión del Credo. Jesús fue claro cuando dijo que la letra mata y que sólo el espíritu da vida.

Si hemos recibido el espíritu del Señor resucitado si creemos aún sin ver…, ¿cuáles serán los frutos nuevos de esta fe? Si hemos renacido para vivir en una esperanza viva, ¿qué futuro queremos construir?

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 197 ss.
http://www.mercaba.org

Señor mío y Dios mío.

++ Eran constantes en la escucha de la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan, y ponían en común sus bienes (Hch 2 ).

Venimos recorriendo el libro de los Hechos de los Apóstoles como un maravilloso archipiélago, contemplado en una visión de conjunto, visitando isla por isla, acompañados de San Pedro y San Pablo, para terminar buceando en nuestra exploración algunos de sus temas fundamentales. Entre ellos destacamos la primacía de la fe sobre la ley, el Espíritu Santo como alma de la Iglesia, a María como Reina de los Apóstoles, la proyección universalista del mensaje cristiano, la misión como esencia del mismo, las exigencias y contenido del kerigma pascual, presentado en 14 discursos en miniatura – que Cristo ha muerto y ha resucitado – y hoy pone especial atención en la vida comunitaria de los los primeros cristianos como espacio para crecer en la fe, basada en el trípode de enseñanza apostólica, participación en la eucaristía y servicio a los hermanos.
Asistimos, pues, al nacimiento del nuevo pueblo de Dios en un contexto judío, Jerusalén, y pagano, Antioquia y Roma, siguiendo muy de cerca a Pedro y a Pablo en sus aventuras misioneras. Se van organizando las iglesias-domésticas bajo la guía de un apóstol con tal fuerza que el estilo ejemplar de los primeros cristianos atraía la mirada de todos y poco a poco se iban convirtiendo.

++ A través de los diversos sumarios, que los textos litúrgicos nos ofrecen en estos días, descubrimos un modelo de Iglesia válido para todos los tiempos.

En sus días fue muy alabada la serie televisiva de Rosellini sobre los Hechos de los Apóstoles. Durante las horas de su proyección las calles de Roma estaban vacías, porque los televidentes la seguían con interés. Rosellini en su guión, como ya hemos dicho en otra ocasión, ofrece al mundo escéptico una nueva forma de dar sentido a la vida, partiendo de la novedad histórica de este hecho, la persona omnipresente de Jesús que nos lanza a testimoniarle con nuestras palabras y obras. Desarrolla el tema: la Iglesia como comunidad orante, convocada por la palabra de Dios bajo la acción del Espíritu para ser instrumento de salvación al servicio del hombre.

++ ¡Señor mío y Dios mío! ( Jn.20)

La primera lectura, como retrato-robot, nos sirve de termómetro para analizar nuestra comunidad, como comunidad creyente, misionera y sacramental, que celebra el domingo como día del Señor, y bajo la acción del Espíritu continua la misión de Cristo en el mundo como mensajera de la paz y del perdón.

Entra ahora en escena Santo Tomas, el que el día antes de la pasión quiere conocer el camino que lleva al Padre y el que esta dispuesto a dar la vida por Jesús. Pero ante la confesión de sus compañeros¬-…hemos visto al Señor-se define como escéptico, terco, desconfiado, positivista e incrédulo como nuestros ateos y agnósticos modernos. Basta una semana para que Dios opere un cambio radical en su vida, expresado con ese credo tan corto: ¡Señor mío y Dios mío!

Con Santo Tomas de Aquino ponemos en nuestros labios la estrofa del Adoro te devote: no veo las llagas como las vio Tómas /pero confieso que eres mi Dios:/Haz que yo crea más y más en ti, /que en ti espere que ame.
Ayer fue Santo Tómas, defraudado y deprimido por el ambiente adverso, por la huida y el miedo, quien al tocar las llagas del Resucitado exclamó: ¡ Señor mío y Dios mío¡ y se convierte en el otro de Jesús. Hoy somos nosotros que, al romperse la unidad de nuestro ser, se abre una zanja profunda de indiferencia, con sus placas de represión y agresión; pero Cristo sale a nuestro encuentro para alimentar nuestra fe operativa, nuestra esperanza constante y nuestra caridad comprometida.

El creyente no es el hombre que dice-creo porque sí, sino creo ¡sí¡-,porque en el fondo describe que siendo razonable la fe, no se desarrolla en vía cartesiana, pienso luego existo, -sino en vía de Pascal- Amo, luego existo, como María Magdalena, Pedro y Juan en el Tiberiades. Ahí están lo grandes conversos de nuestros días como Edith Stein y García Morente.

Si has leído el Principito habrás descubierto que lo esencial de nuestra vida se ve con el corazón. La misma experiencia nos hace comprender que cuando intentamos llegar a Dios por solo el raciocinio frio de nuestra mente nuestra ideas prefabricadas chocan con lo trascendente y salta ese chispazo, nada positivo, como al rozar dos piedras con fuerza, mientras si entran por nuestro corazón (el corazón tiene sus razones que el mismo corazón desconoce), caldeadas por el amor entran de lleno en nuestra cabeza.

A la luz de estas lecturas valoramos la importancia del domingo; por algo el Resucitado solía aparecerse en domingo y desde un principio los cristianos santificamos el día del Señor. ¿No significa nada para ti que miles de cristianos hayan dado su vida por defender el día del Señor.? ¿No es aún indicativo que todos los domingos nos reunamos en España mas de 8 millones de cristianos para participar en la eucaristía, y que a su vez se reiteran las mismas palabras y gestos en mas de 300 idiomas. Verdad que si la Eucaristía sigue en pie después de 20 siglos es que es obra de Dios y no de los hombres.

Por razón de tiempo nos contentamos en grabar en nuestros corazones y mentes que hemos visto al Seño en muchas Eucaristías y obras de caridad…., que la paz, saludo del resucitado, es tarea prioritaria, haciendo que las lanzas se conviertan en arados y que si tenemos algo contra el hermano dejemos la ofrenda y vayamos a reconciliarnos con el…., y que en este tiempo Pascual en el sacramento de la Penitencia nos espera el mejor de los cirujanos para extinguir nuestro tumor canceroso, y el mejor de los fisioterapeutas para poner en movimiento todo nuestro ser. ¿No te sugiere que, el que en cada aparición el resucitado compartiera su comida con sus amigos, nos lleva a nuestra Eucaristía, en cuya primera parte nos sentamos en la mesa de la palabra y en la segunda nos ofrecemos con Cristo y comulgamos con Él.

++ Dad gracias al Señor, por que es bueno, por que es eterna su misericordia ( Slm.117)

Peregrinemos con nuestra imaginación a muchos de los Santuarios dedicados al misterio de la misericordia de Dios por tierras de Argentina, Estados Unidos, México, y sobre todo Polonia, en el distrito de Cracovia, donde está ubicado el Templo de la Divina Misericordia junto al Templo que custodia las reliquias de Santa Faustina Kowsalska, apóstol de este tributo. Juan Pablo II, que tantas veces recorrió este camino para ir al trabajo de la mina durante la dominación nazi, en el 2002 consagra esta nueva Basílica a la Divina Misericordia, encomendando al mundo al amor misericordioso infinito de Dios, que es donde el mundo encontrará la paz y la felicidad.

Recuerda que toda la Biblia es un canto a la misericordia divina: en la misma alborada de la creación hay un rayo de luz después de la caída de nuestros padres…,purificada la tierra con el diluvio, el arco iris es la firma con la que Dios sella su pacto de amor con el hombre…, Moisés, al ver a su pueblo de rodillas ante el becerro de oro, apela a la misericordia divina para que lo perdone…., David llora su pecado, entonando el Miserere…,para los profetas la misericordia prevalece sobre la infidelidad; y lo salmos son un canto perenne a la misericordia. El mismo Jesús es la gran parábola de la misericordia de Dios. La Misericordia es el tema principal de su predicación: Hijo prodigo, buen samaritano, buen pastor, bienaventuranzas, perdón y misterio pascual como culmen de su amor misericordioso, clavando en la cruz nuestros pecados y devolviéndonos la luz y la vida en la resurrección, confiando a su vez a su iglesia el poder de perdonar los pecados. Por eso, con el salmo 117 proclamamos la bondad de Dios en los misterios de la creación y redención, edificamos la nueva humanidad sobre piedra angular, que desecharon nuestros padres y con alegría y notas de victoria cantamos: dad gracias al Señor porque es bueno, y por que es eterna su misericordia.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

Dudar y creer es cosa de hombres

-Dudar es cosa de hombres.

Siempre que leemos o escuchamos este evangelio de Juan se polariza nuestra atención en la persona de Tomás y en su actitud pragmática: “si no veo, no creo”. Puede suceder que nos resulte incómoda o antipática esta postura del apóstol. Nos molesta su arrogancia frente a la unánime aceptación del resto de los apóstoles. Sin embargo, la duda de Tomás, que recoge el evangelio, que es Buena Noticia, bien pudiera contribuir a sostener la debilidad de nuestra fe y a no naufragar en el mar de dudas en que frecuentemente nos ahogamos los cristianos.

La recuperación de la libertad y el pluralismo de nuestra sociedad favorecen el cuestionamiento de muchas de nuestras creencias, indiscutidas durante largos años. A veces nos lamentamos de que la televisión o la prensa critiquen nuestros dogmas o tomen pie de ellos para provocar la hilaridad o crear situaciones de fácil comicidad. Lo cierto es que este estado de cosas nos produce desasosiego y en ocasiones desata respuestas destempladas. Como también es cierto que todo ello suscita en nosotros la duda o la sospecha de que los creyentes también tenemos alguna asignatura pendiente. Nos sorprenden ciertos cambios de la Iglesia, que habíamos imaginado tan inmutable como Dios. Nos sacan de quicio ciertos enunciados de las ciencias, que se presentan como contradictorios de tales o cuales dogmas. Y nos angustiamos: ¿Estamos perdiendo la fe? En ocasiones, hasta los intentos de la Iglesia por actualizarse -aggiornamento- nos parecen síntomas de inseguridad, de debilidad o de claudicación. Querríamos ver, para creer.

-También creer es cosa de hombres.

Pero la fe no es seguridad. No es tampoco un modo complementario o supletorio de la razón. Esta tiene su propio campo de aplicación. Pero el hombre es más que razón. Nuestra civilización, la del mundo occidental, ha hecho una opción clara por la razón. Pero en la medida que esa opción racional supone el rechazo de lo irracional en el hombre, se convierte en racionalismo, que es una fe irracional en la razón.

El racionalismo occidental, tan orgulloso de sus logros, ha desembocado en lo más irracional que imaginarse pueda, que es poner la razón (la ciencia y la técnica) al servicio de la guerra o al servicio de unos pocos con exclusión de la mayoría empobrecida y miserable. El racionalismo en su intento de reducir el hombre a la razón, ha concluido por deshumanizar al hombre y la sociedad.

Si de verdad queremos una vida más humana, una sociedad más humanitaria, un mundo más solidario, tenemos que empezar por restituir al hombre su verdadera dimensión. La capacidad racional es básica, pero también la fe es una actividad profundamente humana. Para ser racionales necesitamos confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad de ir al encuentro de la realidad que se nos ofrece. Pero necesitamos creer, confiar en el otro, para salir de nosotros mismos, del egoísmo y del etnocentrismo, para salir al encuentro del otro, de todos los otros y, en definitiva, del Otro de todos, que es Dios. Cuando no hay tal fe en los demás, cuando no hay confianza en los otros, se busca la seguridad contra todos (la carrera de armamentos, la guerra disuasoria…) o al margen de todos (desigualdades, subdesarrollo, insolidaridad nacional e internacional, etc.). Y cuando no hay fe en Dios, ocurre que cualquier banalidad puede llegar a ser dios (idolatría del progreso, del dinero, de la tecnología punta), sacrificando incluso la vida de pueblos y continentes con la más inicua explotación.

-Dichosos los que crean sin haber visto.

Las palabras de Jesús, a propósito y tras la humilde confesión de Tomás, son el anuncio y la dicha que se nos prometen a todos nosotros que, como dice Pedro, no hemos visto al Señor y creemos en él y lo amamos. Tomás pudo exigir ver y tocar al Señor. Y Jesús accedió a las pretensiones de Tomás. Pero nosotros sólo podemos creer por el testimonio de los que vieron al Señor. Y esa es nuestra dicha, aunque no nuestra ventaja. Sin embargo, los apóstoles, que vieron y creyeron, necesitaron creer para ver. Pues las apariciones de Jesús acontecen en el ámbito de la fe. Y nosotros, que creemos sin haber visto, necesitamos también ver para creer. Por eso la transmisión de la fe acontece en la comunidad de creyentes, en la Iglesia. La fe entra por el oído y se consolida en la praxis. Tomás no estaba con el grupo cuando se apareció Jesús el domingo de pascua. Tomás tuvo que ser evangelizado por sus condiscípulos: hemos visto al Señor. Tomás no llegó a creer hasta que no entró en el grupo. En el grupo vio al Señor y creyó en Jesús: Señor mío y Dios mío. La comunidad de creyentes, la Iglesia, es el ámbito de la fe. Por eso se nos bautiza en la fe de la Iglesia. No sólo en la fe que confiesa la Iglesia, sino también en la fe de la que vive la Iglesia. Lucas nos hace una descripción precisa de esta vida de fe de la Iglesia en los primeros años: “Los hermanos eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en la oraciones”. Y explica cómo vivían todos unidos, cómo lo tenían todo en común, cómo repartían según las necesidades.

Y es que precisamente ahí, en la praxis, en la vida, es donde pueden disolverse todas las dudas de la fe. Si la fe no es más que la formulación intelectual de lo que creemos, dicha formulación presenta siempre matices discutibles. Pero la fe es mucho más, es una novedad radical. Más que un proceso cognoscitivo, que se apoye en pruebas o razones, es una nueva vida, nueva manera de vivir.

EUCARISTÍA 1987/21
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SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Jn 20,19-31: El creer se lo confía al tacto

La lectura del santo evangelio de hoy ha relatado de nuevo la manifestación del Señor a sus siervos, de Cristo a los apóstoles y el convencimiento del discípulo incrédulo. El apóstol Tomás, uno de los doce discípulos, no dio crédito ni a las mujeres ni a los varones cuando le anunciaban la resurrección de Cristo el Señor. Y era ciertamente un apóstol que iba a ser enviado a predicar el evangelio.

Cuando comenzó a predicar a Cristo, ¿cómo podía pretender que le creyeran lo que él mismo no había creído? Pienso que se llenaba de vergüenza propia cuando increpaba a los incrédulos. Le dicen sus condiscípulos y coapóstoles también: Hemos visto al Señor. Y él respondió: Si no introduzco mis manos en su costado y no toco las señales de los clavos no creeré. Quería asegurar su fe tocándole. Y si el Señor había venido para que lo tocasen, ¿cómo dice a María en el texto anterior: No me toques, pues aún no he subido al Padre (Jn 20,17). A la mujer que cree le dice: No me toques, mientras dice al varón incrédulo: «Tócame». María ya se había acercado al sepulcro y, creyendo que era el hortelano el Señor que estaba allí de pie, comienza diciéndole: Señor, si tú le has quitado, dime dónde le has puesto y yo lo tomaré. El Señor la llama por su nombre: María. Ella reconoció al instante que era el Señor al oír que la llamaba por su nombre; él la llamó y ella lo reconoció. La hizo feliz con su llamada otorgándole el poder reconocerlo. Tan pronto como oyó su nombre con la autoridad y voz acostumbrada, respondió también ella como solía: Rabí. María, pues, ya había creído; pero el Señor le dice: No me toques, pues aún no he subido al Padre. Según la lectura que acaba de sonar en vuestros oídos, ¿qué oísteis que dijo Tomás? «No creeré, si no toco». Y el Señor dijo al mismo Tomás: «Ven, tócame; introduce tus manos en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente. Si piensas, dijo, que es poco el que me presente a tus ojos, me ofrezco también a tus manos. Quizás seas de aquellos que cantan en el salmo: En el día de mi tribulación busqué al Señor con mis manos, de noche, en su presencia». ¿Por qué buscaba con las manos? Porque buscaba de noche. ¿Qué significa ese buscar de noche? Que llevaba en su corazón las tinieblas de la infidelidad.

Mas esto se hizo no sólo por él, sino también por aquellos que iban a negar la verdadera carne del Señor. Efectivamente, Cristo podía haber curado las heridas de la carne sin que hubiesen quedado ni las huellas de sus cicatrices; podía haberse visto libre de las señales de los clavos de sus manos y de la llaga de su costado; pero quiso que quedasen en su carne las cicatrices para eliminar de los corazones de los hombres la herida de la incredulidad y que las señales de las heridas curasen las verdaderas heridas. Quien permitió que continuasen en su cuerpo las señales de los clavos y de la lanza, sabía que iban a aparecer en algún momento herejes tan impíos y perversos que dijesen que Jesucristo nuestro Señor mintió en lo referente a su carne y que a sus discípulos y evangelistas profirió palabras mendaces al decir: «Toma y ve». Ved que Tomás duda. ¿Es verdad que duda? «Si no toco, no creeré». El creer se lo confía al tacto. Si no toco, no creeré. ¿Qué opinamos que dijo Manés? Tomás lo vio, lo tocó, palpó los lugares de los clavos y, no obstante su carne era falsa. Por tanto, de haberse hallado allí, ni aún tocando hubiera creído.

Sermón 375 C,1-2