Vigilia Pascual
Mateo 28,1-10
y
Domingo de Pascua
Juan 20,1-9


Pasqua1

VIGILIA PASCUAL

MONICIONES A LAS LECTURAS

1.LAS LECTURAS Las lecturas del AT tienen un ritmo interno bien conocido: la Ley y los Profetas, con los Salmos. En el primer grupo, la creación, el sacrificio de Abrahán y el paso del mar Rojo. En el segundo, la llamada al amor renovador (con una alusión intencionada a los días de Noé y al diluvio: referencia bautismal y eclesial) y las imágenes sapienciales-sacramentales de la alianza (el agua, el alimento, la Palabra) en los dos textos de Is; la llamada entusiasta a la fe, en el texto de Ba; la promesa del don escatológico (un pueblo, un agua pura, un corazón y un espíritu nuevos), en el maravilloso texto de Ez. En los salmos resuenan los temas de las lecturas que les preceden, destacándose los dos cánticos bíblicos: el de Moisés para la lectura del Ex y el de Is 12 como cántico bautismal. (·TENA-P._MI-DO/80/08)

1ª lectura: Génesis 1,1-2,2. Vio Dios todo lo que había hecho; y  era muy bueno

Texto en prosa rítmica, altamente poética, compuesto en torno al  siglo IV aC. por la tradición sacerdotal de Jerusalén bajo la  influencia asirio-babilónica según las ideas pseudo-científicas de la  cosmografía de la época. Lo importante son las convicciones de fe  que nos transmite: el universo es obra de Dios, la creación entera  es buena, el hombre ha recibido la bendición divina y ha sido hecho  a imagen de Dios. En esta noche el texto de la creación nos  recuerda que la redención culmina el proyecto de Dios trazado  desde el inicio.

2ª lectura: Génesis 22,1-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro  Padre en la fe

Los especialistas ven en este texto un resto de la costumbre  fenicia y cananea de la inmolación del primogénito. El relato iría  contra esta tradición. Dios no quiere sacrificios humanos sino la  obediencia de la fe. La tradición judía ve en la disponibilidad de  Abrahán y de Isaac el hecho fundamental por el cual Dios se  comprometerá a salvar a las generaciones venideras. La tradición  patrística vió en Isaac el prototipo de Cristo: hijo único ofrecido y  recuperado por el Padre.

3ª lectura: Éxodo 14,15-15,1. Los israelitas entraron en el mar a  pie enjuto

De las lecturas del AT de esta vigilia, ésta es la más importante.  Describe el acto fundador del pueblo: el grupo de esclavos llega a  ser el pueblo salvado por Dios. La liberación de Dios desemboca en  el canto de acción de gracias de todo el pueblo. El texto se  relacionó en el NT con la Pascua cristiana: el paso a la vida y a la  gracia, por medio del sacramento del Bautismo (cf.1C 10,1-13).

4ª lectura: Isaías 54,5-14. Con misericordia eterna te quiere el  Señor, tu redentor

Dos temas están presentes en este texto de Isaías: el matrimonial  y el de la reconstrucción. La salvación de Dios se compara a la del  marido que acoge de nuevo a la esposa infiel. La imagen de la  esposa en esta noche nos recuerda la tradición judía que une la  lectura del Cantar de los Cantares a la fiesta de la Pascua. La  Iglesia, esposa de Cristo, abre sus brazos a los nuevos hijos que  esta noche renacen por las aguas bautismales. El nuevo pueblo  reconstruido vivirá lejos de la opresión de sus enemigos.

5ª lectura: lectura: Isaías 55,1-11. Venid a mí, y viviréis

Al final del libro del Deuteroisaías (cc. 40-55) vuelve a salir el  tema de la palabra. Primero con el grito del vendedor ambulante (v  1-2); viene después una síntesis del mensaje del profeta: un nuevo  pueblo, un nuevo David, una nueva Alianza (v 3-5); concluye con la  afirmación de la certeza y la eficacia de la palabra de Dios (v 6-11).  La mención del trigo y del vino tiene para los oídos cristianos  resonancias eucarísticas.

6ª lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4. Caminad a la claridad del  resplandor del Señor.

El fragmento 3,9-4,4 constituye la segunda parte del libro de  Baruc, centrada en un magnífico elogio a la sabiduría divina y una  urgente exhortación a conformar la vida según sus principios. La  sabiduría de Dios cristaliza en el “libro de los mandamientos de  Dios” (4,1). Para el cristiano, Cristo es la sabiduría del Padre y el  Evangelio la norma de su conducta.

7ª lectura: Ezequiel 36,16-17a.18-28. Derramaré sobre vosotros  un agua pura, y os daré un corazón nuevo.

Si en la lectura del Éxodo Dios fijaba su mirada sobre el pueblo  oprimido, ahora lo hace sobre un pueblo rebelde. Israel ha  endurecido su corazón y se ha obstinado ante Dios. Gratuitamente,  sin merecerlo el pueblo, Dios ofrece de nuevo su perdón. La  salvación ahora consiste no en un cambio social -de esclavitud a  libertad- sino transformación personal: purificación y cambio de  corazón-mentalidad.

8ª lectura del Apóstol: Romanos 6,3-11. Cristo, una vez resucitado  de entre los muertos, ya no muere más.

A la pregunta de si el cristiano puede permanecer en una vida de  pecado (cf. 6,1), Pablo responde con una negación rotunda. Basa  su afirmación en la asociación del cristiano en la muerte y  resurrección de Cristo: la muerte es un hecho único y pasado que  ha eliminado, de una vez para siempre, en el cristiano al “hombre  pecador”. El cristiano debe esforzarse en poner en práctica este  principio fundamental, de modo que el pecado no domine ya más en  él.

La Resurrección: la entrada de la novedad de Dios
Card. Martini

El hombre antes de la Resurrección
-La experiencia humana del desengaño.

Hay un libro en la Biblia que parece dar razón al conocimiento estoico de la realidad y a la desconfianza innata que tenemos de la posibilidad de un verdadero “nuevo” en el mundo, el Libro del Eclesiastés. Sería interesante leerlo y ver qué repercusiones tiene en nosotros. A mí siempre me ha despertado mucho entusiasmo, es el libro que más me gusta y me doy cuenta que, probablemente, el libro lleva hasta sus últimas consecuencias precisamente por las frases que reflejan esta concepción estoica de la realidad.

Me parece que este libro representa, más que la tradición clásica griega y que la misma tradición hebrea, el punto más alto al que puede llegar la experiencia humana del desengaño, convertida en virtud, pero al fin y al cabo insatisfecha de sí. Por consiguiente, aun en este sentido, es el libro más cercano al Nuevo Testamento, que clama a la experiencia de novedad, sin saberla intuir o describir.

Eclesiastés (Qo 1,4-10): “Una generación pasa, y otra generación viene, y la tierra subsiste siempre. Y sale el sol, y pónese el sol, y se apresura a su lugar, donde vuelve a salir”. La situación, en el fondo, sigue estancada: todo parece moverse, pero aunque cambie, sigue siendo la misma. “Va el viento al mediodía y luego gira hacia el norte, y gira y gira, y retorna sobre su recorrido el viento…”. He aquí la descripción del estancamiento del movimiento: todo se mueve, pero siempre todo queda igual.

“Lo que fue, eso mismo es lo que será, y lo que se hizo, eso mismo es lo que se hará: no hay nada nuevo bajo el sol. Si hay una cosa de la que dicen: Mira, esto es nuevo, esa cosa existió ya en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de las cosas pasadas; ni de las que serán en el futuro tampoco habrá recuerdo entre los que serán después”. Nosotros creemos que las cosas son nuevas porque nos hemos olvidado del pasado y así cordialmente los que nos seguirán se olvidarán de nosotros, creerán encontrar novedades, pero todo será igual.

Aquí pueden ver precisamente cómo de esta percepción resulta ese sentido de desapego, de moderación, de tranquilidad, pero que esconde una profunda amargura: ¿entonces nada cambiará jamás en mí y en los demás? ¿Los tipos de relaciones serán siempre esos, los mismos de nuestros caracteres y de los de los demás; se repetirán las experiencias y nosotros no aprenderemos nada? Después de los Ejercicios seremos exactamente como antes y como después de los pasados, porque al leer los propósitos de hace algunos años diremos: ¡pero mira, este propósito me parecía nuevo, en cambio lo había hecho hace dos o tres años…!… Ahora lo acabo de hacer con mucho empeño, pero no era nuevo. 

Este es el hombre antes de la Resurrección: Preguntémonos si creemos realmente que Jesús resucitó, si creemos verdaderamente que hay algo “nuevo” en nuestra vida y para nuestra vida y pongámonos en oración:
Señor, si tú no te muestras a mí, vuelvo a caer continuamente en el estancamiento de lo ya visto, de lo ya experimentado, porque en el fondo no logro convencerme de que lo nuevo existe verdaderamente.
Apliquemos esta primera lección que nos dan los Evangelios: las piedras impenetrables se han abierto, ha habido una Resurrección en ese mundo que tenía prisioneros a los hombres.

La entrada de la novedad de Dios: Mateo 28,1-8
-Una “nueva” búsqueda de Jesús.

Apliquemos todo esto a la búsqueda de Jesús, en la que nos guían dos mujeres: María Magdalena y la otra María, en el cap. 28, 1-8 de Mateo. Ya hemos alabado su afecto, porque “a pesar de todas las apariencias”, siguen adelante. Podrían quedarse en casa, pero hay algo que, contra la “lógica” humana, las hace mover, la “lógica” del corazón. Pero en esta actitud afectuosa descubrimos algunas lagunas. Las mujeres buscan al Señor “y he aquí un gran terremoto”: de nuevo una señal de que el cierre de la experiencia humana se ha roto. “Un Ángel desciende del cielo como el rayo, con vestidura blanca”. Aquí me parece también ver signos apocalípticos que señalan la entrada de la novedad de Dios, aunque es un signo sencillísimo; no es una mirada de ángeles como la de la Navidad, pero aún así, en su sencillez, expresa esta novedad de Dios que viene a visitar, una por una, las situaciones humanas con amistad, de inmediato.

Los guardias comprenden que algo nuevo ha sucedido y quedan aterrados. Ya hemos meditado sobre algunos efectos de la Resurrección de Jesús, que anima o asusta. Cuando se la vive en realidad, no deja indiferentes, no deja como antes, divide entre los hombres; en la ambigüedad de la existencia de la Resurrección pasa como un arado que echa la tierra parte a un lado y parte al otro.

“El ángel dijo a las mujeres: ¡no teman!”, como decir: Ustedes están de la otra parte del arado, no deben tener miedo, porque buscan a Jesús crucificado; en este sentido ya han intuido qué es lo que le da significado a la historia del mundo.

Pero fíjense bien que “no está aquí, ha resucitado como había dicho; venid a ver el lugar en donde lo habían puesto”. Nos preguntamos qué habían hecho hasta ahora esas mujeres para merecer la expresión positiva del ángel: “Sé que lo buscáis”, pero también una por lo menos negativa: “No está aquí”. Hay algo equivocado, cuando dice: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Es la antigua búsqueda de Jesús o la nueva, ¿la búsqueda que hacen los hombres del Crucificado o la del Resucitado?.

¿La búsqueda del Crucificado o la del Resucitado?

-La búsqueda “vieja”: el moralismo cristiano.

Quiero ampliar mi búsqueda con ustedes, aunque es difícil, y probablemente la voy a exponer de manera un poco confusa, más a través de las “emociones” que a través de las “explicaciones”. La búsqueda de Jesús según la manera vieja es la continua y repetida tentativa de búsqueda de Jesús en el moralismo cristiano: una búsqueda que tiene el gusto del vino viejo, y, por tanto, gusta.

Desde niños aprendimos las cinco cosas para hacer una buena confesión: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesión y satisfacción o penitencia. ¿Acaso no las entendimos demasiado fácilmente como un esquema que apoya nuestra búsqueda del moralismo cristiano? Primero nosotros nos convertimos, después Dios nos absuelve, nos perdona. En otras palabras; Jesús resucitó, pero ahora tenemos que comprometernos… En el fondo, con este “pero” expresamos toda una mentalidad. No digo que esto sea equivocado, claro que nadie quiere destruir el compromiso que el Evangelio de Mateo propone, la insistencia sobre las obras, sobre la misericordia, sobre la conversión: pero me parece ver en esto continuamente el reflejo de una búsqueda moralística de Dios.

En el fondo nos interesa más el Crucifijo como manifestación del poder de Dios, que nos hace quedar en éxtasis, que nos hace olvidar de nosotros mismos y de todo; el Crucifijo como ayuda para nuestro esfuerzo, como modelo para ayudarnos a cargar con las cruces, para hacer sacrificios, como aliado y apoyo de nuestro compromiso, de nuestro esfuerzo moral.

Pero vean qué “herejía”, qué blasfemia se esconde en este modo de pensar y de hablar; está mi esfuerzo moral y después el Crucificado que me ayuda a seguir adelante: me apoyo en él para hacer algo bueno delante de Dios. Si lo pensamos bien, encontramos muy radicada en nosotros esta mentalidad. Quien ha comprendido el Evangelio, quien verdaderamente ha sido convertido por la Muerte y Resurrección del Señor, ciertamente no habla así.

Preguntémonos si estas frases que se nos escapan no traicionan precisamente nuestra permanencia en el antiguo mundo cerrado, en el que nada cambia, en el que el Señor Crucificado y Resucitado representa un algo más, un mayor estímulo para nuestros esfuerzos, pero la preocupación central es la de construir nuestra honestidad.

Expresando la misma cosa de manera distinta, decía que estamos como hipnotizados por el esquema de las cinco cosas necesarias para hacer una buena confesión, llegando a hacer de un proceso pedagógico un orden teológico; es decir, primero yo me convierto, después Dios me perdona. Esto es precisamente trastornar el Evangelio, es todo lo contrario de lo que nos enseña la Escritura, el Nuevo Testamento, San Pablo.

Pidamos, pues, ayuda a las mujeres, de las que relievamos este defecto, sin asustarnos si nos descubrimos en su actitud cerca del Sepulcro. Jesús nos dice también a nosotros; cuando te encuentres en esta situación no estás lejos del Reino de Dios.

-La “novedad” de la Resurrección: Cristo anticipa el perdón.

Las mujeres, pues, buscan a Jesús “a la manera antigua”, como si no hubiera resucitado, para hacer una buena acción, generosa, hasta arriesgada, pero el ángel dice: “No está aquí! Resucitó…”. Vean el lugar en donde lo habían puesto. Esto es, vean la novedad de lo acontecido, aquí ya no hay nadie. Dios ha trastornado las leyes dentro de las cuales ustedes estaban prisioneras, esclavas de los elementos del mundo, de los cuales su religiosidad también era esclava. ¡He aquí lo nuevo que entra en el mundo!.

“Id en seguida a decir a su discípulos: Ha resucitado entre los muertos, y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Me detengo sólo en una palabrita. Dice el ángel: “Decid a los discípulos”, y esta palabra la usa después Jesús en el versículo 10, en tono más hermoso: “Anunciad a los hermanos”. Nuestra mentalidad “vieja” nos llevaría a preguntarnos: ¿anunciad a los hermanos? ¿Y las cinco cosas necesarias para la confesión? ¿Estos hermanos tendrán el dolor de los pecados, se habrán arrepentido de lo que han hecho, habrán hecho el propósito de no cometer más esas cosas, no serán todavía débiles, no tendrán todavía miedo? Podríamos pensar que Jesús sabía por ciencia divina que los apóstoles habían hecho el propósito… Pero el Evangelio lo desmiente, porque lo dos discípulos que se van de Jerusalén hacia Emaús tal vez hacen un poco de examen de conciencia, pero no tienen ni el dolor de los pecados, ni hacen el propósito de la enmienda.

Jesús, en cambio, anticipa el perdón a los que todavía no son dignos de él. No son nuestros actos los que nos hacen dignos de su perdón, sino que es Jesús quien, perdonándonos, nos hace dignos y capaces de vivir como sus amigos. La iniciativa es de Jesús, es él quien dice: “Id a los hermanos”.

Nos lo confirma San Pablo (2Co 5,19), quien hablando del propio ministerio de reconciliación dice: “En Cristo, Dios reconciliaba al mundo, no imputándole sus pecados y confiándonos la palabra de la reconciliación”. Por tanto, Cristo resucitado no dice: Has pecado, arrepiéntete, sino más bien: ya te perdoné. La actividad de Cristo resucitado precede los actos del penitente y es la única que los hace posibles.

Estas palabras: “No imputándole sus pecados” hacen eco a las de Juan, en la narración de la adúltera (Jn 8,10-11): palabras que probablemente crearon malos entendidos y dificultades en varias comunidades antiguas y que por eso quedaron excluidas de los Evangelios. El antiguo modo de buscar a Jesús logró entrar en ellos casi a la fuerza: en efecto, en muchos manuscritos no se encuentran estas palabras; el episodio termina con Jesús que “… se quedó Jesús solo con la mujer, y le dijo: ¿Mujer, dónde están? ¿Ninguno te condenó? Y ella contestó: Ninguno, Señor”.

Aquí no se habla ni de arrepentimiento de la mujer, ni de lo que ella está dispuesta a hacer; no se sabe si dejará de pecar, pero de todos modos Jesús le dice: “No te condeno”. Estas palabras, que hacen eco a las de San Pablo, parecieron precisamente muy extrañas porque si Jesús no condena, entonces todo es lícito. Por lo tanto, es mejor no poner estas palabras “peligrosas” en los Evangelios.

Podemos leer también una última palabra de San Pablo (1Co 15,17) cuando dice. “Si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, y todavía estáis en vuestros pecados”. Cambiando la frase: Si estáis en vuestros pecados, quiere decir que no aceptáis a Cristo resucitado.

Aquí yo veo precisamente esa actitud que nosotros adornamos bajo forma de moralismo y hasta de virtud, cuando pensamos: cuando me decida a orar más, a empeñarme, entonces finalmente podré decir que he hecho algo, entonces el Señor verdaderamente habrá resucitado por mí. Es decir, seré yo quien haré resucitar al Señor, cuando en realidad Jesús resucito para justificarme. Por tanto no: cuando me decida a obrar mejor, el Señor habrá resucitado por mí, sino: puesto que el Señor resucitó por mí, puedo entregarme a él con toda confianza.

Esta confianza supone ante todo olvido de sí, no ese: pero ahora ¿qué voy a hacer? Este “pero” es señal de que todavía no hemos aceptado a Cristo resucitado, que todavía estamos en busca de un préstamo moral nuestro, glorioso, como bella imagen de nosotros mismos para proyectar ante nosotros. Cuando nos decidamos a aceptar que Cristo verdaderamente resucitó por nosotros, este “pero” caerá por sí mismo, como caen todos los “peros” de quien ha encontrado el tesoro.

Quien ha encontrado el tesoro en el campo no piensa cómo va a hacer para vender; los medios no son un problema. Lo importante es el tesoro que se ha encontrado; tenemos a Cristo con nosotros, todo lo demás es secundario, no tiene importancia ante este acontecimiento fundamental: Cristo que en la Resurrección nos viene al encuentro. Evidentemente también es posible entender todo al revés, porque nosotros tenemos el poder de entender continuamente de manera desviada las cosas de Dios. Pablo también tiene que defenderse de la acusación de que con su Evangelio promueve el pecado, pero no renuncia a esta presentación suya del mensaje cristiano, que, como vimos, se encuentra en el mismo Evangelio. No es solamente una sucesiva interpretación teológica paulina, es el corazón del Evangelio, es el Evangelio de la salvación de Dios para el pecador, que no ha hecho nada para merecer esta salvación, ni siquiera un buen propósito, una esperanza de mejoramiento, una brizna de buena voluntad.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 241ss

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DOMINGO DE PASCUA

CREER EN EL RESUCITADO

Los cristianos no hemos de olvidar que la fe en Jesucristo resucitado es mucho más que el asentimiento a una fórmula del credo. Mucho más incluso que la afirmación de algo extraordinario que le aconteció al muerto Jesús hace aproximadamente dos mil años.

Creer en el Resucitado es creer que ahora Cristo está vivo, lleno de fuerza y creatividad, impulsando la vida hacia su último destino y liberando a la humanidad de caer en el caos definitivo.

Creer en el Resucitado es creer que Jesús se hace presente en medio de los creyentes. Es tomar parte activa en los encuentros y las tareas de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que, cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí está él poniendo esperanza en nuestras vidas.

Creer en el Resucitado es descubrir que nuestra oración a Cristo no es un monólogo vacío, sin interlocutor que escuche nuestra invocación, sino diálogo con alguien vivo que está junto a nosotros en la misma raíz de la vida.

Creer en el Resucitado es dejarnos interpelar por su palabra viva recogida en los evangelios, e ir descubriendo prácticamente que sus palabras son «espíritu y vida» para el que sabe alimentarse de ellas.

Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.

Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.

Creer en el Resucitado es saber descubrirlo vivo en el último y más pequeño de los hermanos, llamándonos a la compasión y la solidaridad.

Creer en el Resucitado es creer que él es «el primogénito de entre los muertos», en el que se inicia ya nuestra resurrección y en el que se nos abre ya la posibilidad de vivir eternamente.

Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni la opresión, ni la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de la muerte.

José Antonio Pagola
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NI DIOS, NI CRISTO, NI RESURRECCIÓN

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

Los relatos de los próximos días de Pascua nos ayudarán a alcanzar la tercera postura.

Las dos primeras lecturas

En ella se mueven las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) que afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Hay algo que une estas dos lecturas tan dispares:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

José Luís Sicre
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