La Cuaresma según San León es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”. Simbólicamente recuerda los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta años del pueblo israelita en el desierto y los cuarenta días de Jesús en el desierto.
Hoy empezamos un camino que durará noventa días. La Cuaresma y la Pascua las vivimos en un único y dinámico movimiento, desde hoy hasta el Pentecostés: Cristo Jesús nos quiere comunicar su vida nueva de Resucitado.

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Miércoles de ceniza
Giacomo Biffi

Hoy iniciamos una aventura: una aventura del espíritu, que puede ser más emocionante y es ciertamente más seria y decisiva que cualquier aventura exterior. Justamente en estos términos debemos afrontar la experiencia cuaresmal, que una vez más nos propone la Iglesia, y que comenzamos desde este Miércoles de Ceniza.

La Cuaresma – como dijimos en la oración de apertura – es un “camino”: un camino que comienza desde la oscuridad y llega a la luz; un camino que comienza con pensamientos melancólicos sobre la muerte y la destrucción aparente del hombre (“recuerda que eres polvo y al polvo regresarás”) y arriba al anuncio de la vida resucitada que iluminará de alegría y de esperanza la noche de Pascua; un camino que en la partida nos ofrece el programa áspero de la penitencia para hacernos después llegar a la serenidad de una transformación de nuestro interior, como reflejo de la gran renovación de los corazones y del universo obtenida para nosotros por el sacrificio y el triunfo de Cristo.

Este es el “camino de Dios”, y va en sentido contrario a aquel al que trata de seducirnos el “mundo”; el “mundo”, comprende aquí en el sentido de “principado de Satanás” (Cf. Jn 12, 31).

El Enemigo del hombre y de la verdad — “homicida” y “mentiroso”, como lo llama Jesús (Cf. Jn.8, 44)— primero nos encandila con los espejismos apetecibles del placer sin ley, de la prevaricación que parece querer asimilarse a la omnipotencia del Creador, de insólitos y afectados paraísos terrestres. Pero después nos dirige y nos incita hacia el disgusto, la desesperación, la disgregación física, la muerte sin consolación: de la ilusión a la desilusión, ese es su recorrido.

Dios que nos ama, en cambio, nos lleva de nuestra oscuridad a su luz; nos mueve de la consideración amarga de nuestras culpas, del confesar y del llorar, y de la incontestable endeblez, a la espera de un estado de felicidad sin fin, hacia el cual somos encaminados con la vida cristiana…

Sabemos que la Cuaresma es un itinerario “bautismal”. Lo es ante todo para aquellos que se preparan de hecho a ser regenerados por el agua y el Espíritu Santo en la noche de Pascua (ellos son los catecúmenos, por los cuales elevamos especiales oraciones); pero también para todos nosotros que en estas semanas debemos redescubrir nuestra historia de Redención…

Estamos llamados, ahora como nunca antes, a la comparación con tantos hermanos en la humanidad que no son cristianos; y es importante que hagamos emerger y robustecer nuestra propia identidad. Más todavía, estamos envueltos por una mentalidad ilustrada que todo lo reduce a la pura naturaleza, y así no deja espacio a Cristo y a su acción de rescate y renovación. Frecuentemente nos vemos enfrentados nada menos que con el retorno de la vieja mentalidad pagana, por tanto no se distingue más al creyente del no creyente, y ahora se llega incluso a no hacer mucha diferencia entre los hombres y los animales.

Es urgente entonces que regresemos a la plena consciencia de nuestra dignidad y de nuestras riquezas. Dios nos concede un nuevo nacimiento en el Bautismo Así podemos reconocer en Él a un Padre deseoso de hacernos partícipes de su herencia de amor, de luz, de alegría.

El Bautismo, incorporándonos a Cristo, nos permite volver a recorrer su mismo itinerario victorioso y vivificante: “Fuimos, pues, con él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom 6,4) …

He aquí entonces el programa de esta Cuaresma. Se trata de renovar nuestro Bautismo, en toda su verdad y en toda su belleza. Debemos limpiar aquello que lo ofusca y cortar aquello que lo aprisiona y le impide fructificar…

Bienvenidos a la Cuaresma!

Basta pensar por un momento nuestra vida y la realidad que nos rodea para constatar la celeridad de los cambios. Parecería que nos hubieran negado el permiso de hacer alguna parada… El mundo parece en carreras de fórmula uno… Y al terminar el día, la noche nos envuelve en las angustias de lo que hicimos y no hicimos. Nos abraza el afán de poner en orden nuestra vida, de tener un tiempo para nosotros y nuestra familia, de hacer algo por este barrio, por esta ciudad, por este país que cada vez se parece menos al cielo que todos queremos construir, pero, de nuevo… no hay tiempo, o no hay plata, o simplemente no hay ganas…

Comencemos esta caminata organizando las ideas. Cuando nos dicen «Cuaresma» se dibujan en nuestra mente las palabras “conversión, penitencia, cambio de vida…”. Pero antes que esto, lo primero que debemos pensar es en la palabra Pascua. La Cuaresma no tiene sentido por si misma, sino como preparación a la Pascua. Los primeros cristianos celebraban la Pascua no la Cuaresma. Y como toda fiesta, se vio la necesidad de prepararla. Siendo la máxima fiesta cristiana no se podían ahorrar esfuerzos en su organización. A finales del S. II por ejemplo, esta preparación para la pascua era de sólo dos días. Para el siglo III, en Roma, eran tres semanas de preparación, ayunando diariamente, excepto sábados y domingos. Sólo a partir del siglo IV se hablará de Cuaresma como tal, según el testimonio de Eusebio, quedando el ayuno establecido los días miércoles y viernes…

La imposición de la ceniza va a introducirse en la liturgia sólo en el siglo X, convirtiéndose con el ayuno en las prácticas fundamentales de la penitencia.

La ceniza tiene desde sus inicios el objetivo de recordar nuestra terrenalidad (Gén 2,7). No somos Dios, como pretendieron serlo Adán y Eva al aceptar el consejo de la serpiente. Y la serpiente sigue tan suelta como el egoísmo personal y social de pensar sólo en intereses particulares por encima de Dios y de los hermanos. Son cuarenta días para morir a todo aquello que nos impide resucitar con Cristo a la vida compartida con los demás.

En la primera lectura las palabras del profeta Joel son una invitación a todo pueblo. Nadie está excluido. La invitación tiene un objetivo claro: volver a Dios. ¿Por qué? Porque Dios es perdón y misericordia. Dios ratifica la Alianza. ¿Cómo? A través de una penitencia real y no superficial, de un ayuno de corazón y no por la ocasión.

Pablo tiene como punto central la reconciliación: “dejar que Cristo nos reconcilie con Dios”. De acuerdo al cambio de vida se da nuestra reconciliación con Dios. Por esto, los ayunos, abstinencias, promesas, etc., tienen sentido si ayudan a cambiar de vida, a renovar la alianza de amor con Dios…

El texto del evangelio forma parte del conocido “discurso de la montaña”. Hace alusión a tres prácticas fundamentales de la religiosidad judía: la limosna, la oración y el ayuno. Para Jesús son prácticas importantes, siempre y cuando se hagan desde el corazón (primera lectura) y cambien nuestra vida (segunda lectura); de lo contrario son inútiles. La palabra griega ypokrites, designaba al actor de teatro que tenía tantas caras como personajes. Aprovechemos la Cuaresma para quitarnos las máscaras…

Koinonia 2003

Tres caras del corazón

Al hablar del corazón nuevo nos hará bien recordar un sencillo pensamiento de Fray Luis de Granada. Decía este clásico que el hombre debiera tener un corazón de hijo para con Dios, un corazón de madre para con los demás, un corazón de juez para consigo mismo. Puede ser una buena meta para el cambio cuaresmal.

Porque ¿cuál es la realidad de nuestro corazón? La realidad es que lo tenemos todo cambiado. Nosotros tenemos un corazón de siervo para con Dios, de juez para con los demás, de madre para con nosotros mismos. Y así nos van las cosas.

Siervos. Por mucho que le digamos Padre, acudimos a Dios con desconfianza, con cierto o con mucho temor, con ciertas o muchas exigencias, como pidiendo la paga. De siervos a hijos. Que el Señor nos cambie ese atemorizado corazón, que nos haga sentirnos gozosos y confiados en su presencia, que seamos capaces de ponernos en sus manos incondicionalmente. Un corazón de niño ante su Padre, que no le discute nada, que no le exige nada, que no le regatea nada. Un corazón que se siente inundado en cada momento por un amor poderoso y gratuito.

Juez. Parece que todos hemos nacido con esta vocación. Nos encanta juzgar a los otros, lo que hacen y dejen de hacer, lo que dicen y dejen de decir, lo que sienten o dejen de sentir. Juzgamos hasta lo que piensan, que no siempre responde a lo que dicen. Y nuestros juicios son hirientes, tajantes, condenatorios. Nos complace ver el lado negativo de los demás. Los miramos fríamente y desde lejos, todo con lupa. Decimos que lo mejor es pensar mal. Repartimos a boleo premios y castigos; los primeros, pocos, a contrapelo; los segundos, en abundancia.

De juez a madre. Esto sí que sería un cambio de corazón. Las madres no juzgan a sus hijos, porque los miran entrañablemente, porque los conocen profundamente, porque los miran con el corazón. Ellas lo comprenden todo, porque aman. Tienen una paciencia infinita, porque esperan. Es el corazón que más se parece al de Dios. Si tuviéramos un corazón de madre para los demás, las relaciones humanas serían comprensivas y cordiales, nos sentiríamos seguros los unos de los otros, no tendríamos necesidad de mentir y ser hipócritas. Si tuviéramos corazón de madre, nuestras relaciones se llenarían de luz.

Madre. Para con nosotros mismos somos muy complacientes y benévolos. Nos parece que no hacemos nada malo, y si tenemos algún fallo es más bien sin querer. Nos perdonamos enseguida. Algunas cosas que nos echan en cara, es porque no nos conocen bien; en el fondo somos buenos. Lo que pasa es que yo soy así, es mi temperamento y mi manera de ser. También hay que tener en cuenta el ambiente, la falta de medios, miles de circunstancias. Yo no tengo pecado.

De madre a juez. Nos convendría un poco más de rigor y de exigencia para con nosotros mismos. Nos convendría escuchar más a los demás y aceptar sus juicios. Nos convendría que, si no somos capaces de conocernos y exigirnos, alguien nos ayudara en una cosa y en otra. Dicen que es una de las cosas más difíciles, conocerse bien y juzgarse bien. Podemos pasar de un extremo a otro. Júzgate bien. Júzgate en verdad y con justicia, pero también con amor. Juez, pero sin pasarse. Tampoco debemos ser excesivamente duros con nosotros mismos. También tenemos que saber comprendernos, valorarnos y perdonarnos. Pasa a veces que nos exigimos y condenamos demasiado. Un poquito de amor y de compasión para ti.

Caritas, Ven… Cuaresma y Pascua 1994. Pág. 39 ss.

«Cuando ayunes, perfúmate la cabeza» (a modo de inquietudes sobre el buen uso de la ceniza)

No parece muy cristiano el rito de la ceniza. Es más un rito judío o pagano. Nos recuerda a Jeremías con sus elegías y lamentaciones. Nos recuerda al rey de Nínive, forzando la misericordia de Dios con sus ayunos, harapos y cenizas. Podriamos admitir el uso de la ceniza hasta Juan el Bautista, pero más no.

Cristo prefiere el ungüento y los perfumes. Le llamamos el Ungido. Acepta para sus pies el ungüento de la mujer pecadora y el perfume de María en sus pies y en su cabeza. Ciertos ritos de ceniza son expresión pesimista de la conversión, apoyada con el «acuérdate, hombre…». ¿Hace falta que nos recuerden tan gráficamente la fugacidad de la vida? …

“Ungidos por el Espíritu”

Tú, «cuando ayunes, perfúmate». Lo cristiano no es el miedo, sino la alegría. La visión cristiana de la vida es serena y esperanzada. Para un cristiano el cuerpo es templo ungido por el Espíritu, no simple materia avocada a la descomposición.

La misma ofrenda del Cuerpo de Cristo y de todo cristiano es «perfume de suave aroma» (Ef. 5,2). Todos estamos llamados a ser «buen olor de Cristo» (2Cor. 2,15). El perfume es más cristiano, porque alegra y cautiva. También el cristiano debe irradiar alegría y encanto.

Por eso, perfúmate. ¿No se podría pensar en un cambio de rito? Imaginad que, siguiendo el consejo evangélico, el miércoles, inicio de cuaresma vertiésemos unas gotas de perfume en nuestras cabezas, pronunciando estas o parecidas palabras: «Acuérdate, cristiano, que estás llamado a ser el buen olor de Cristo», o, «acuérdate cristiano, que estás ungido por el Espíritu Santo». Y, en consecuencia, de acuerdo con los sentimientos y actitudes de Cristo, este miércoles inicio de cuaresma no se llamase ya miércoles de ceniza, sino miércoles de los perfumes. Es la transformación que en nuestro rito penitencial realiza quien «cambia el luto en danzas y el sayal en traje de fiesta».

Caritas, Pastor de tu hermano, Cuaresma 1986. pag. 17

La pedagogía de unos signos apropiados

Desde hoy, se debe notar que vivimos la primera parte de este “tiempo fuerte”, la Cuaresma, acompañando a Cristo en su camino a la Cruz y a la Pascua. El ambiente nos lo tiene que recordar: el color morado de los vestidos, la ausencia de flores y el silencio del Gloria, del aleluya…

La plegaria eucarística podría ser hoy la primera de Reconciliación. El gesto simbólico específico es hoy la imposición de la ceniza, después de la celebración de la Palabra. Un gesto bíblico que puede resultar expresivo si se hace bien y se ha comentado brevemente en la homilía…

Se podría hacer un doble gesto simbólico: el sacerdote impone la ceniza diciendo a cada uno: “Acuérdate que eres polvo…”. Y luego los fieles pasan a que otra persona les ofrezca a besar el Leccionario (o lo toquen con la mano y se santigüen), mientras les dice las otras palabras del Misal: “Conviértete y cree en el Evangelio” (mejor en singular). Resulta más expresivo de la doble dimensión de la Cuaresma…

J. Aldazábal, Misa Dominical 1999, 3-11

“Caput cuadragesimae”. Cabeza de la Cuaresma

1. Comenzamos hoy la Cuaresma, que es una invitación oficial de la comunidad cristiana a renovar nuestra adhesión cordial al proyecto de Jesús, que es el de Dios, para comenzar de nuevo, y poder celebrar la Pascua con toda profundidad. El pueblo de Israel nació en la Cuaresma del desierto. En atención a esto, la tradición religiosa de Israel había consagrado la Cuaresma, el desierto, para la oración y la penitencia…

2. Moisés ha vivido también su desierto. Como Elías camino del Horeb, y como Jesús, después de haber sido bautizado por Juan. Ahora lo tiene que vivir la Iglesia, durante cuarenta días dedicada a la conversión, a la oración, renuncia, y caridad…

3. “La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes… Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros” (San Bernardo). Todos los grandes santos a ejemplo de Cristo, se han formado en la escuela de la soledad, del desierto. Y salían de él como llamas. Nosotros no podemos resistir la soledad. Apenas nos quedamos solos, conectamos el transistor, la televisión, el Internet, nos vamos al café, al bar, al Pub, al cine, no somos capaces de permanecer un rato con nosotros mismos, escuchando a nuestra conciencia, examinando nuestras acciones, nuestros planes, por eso nuestra vida es tan frívola, vacía y sin peso…

4. Convertirse es volver el rostro, dirigirse a Alguien que llama, porque es compasivo, y nos está invitando a recorrer un camino de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe y vivir de acuerdo con ella. No se cansa Dios de llamarnos…“Antes me cansé yo de ofenderle, que él de llamarme… Castigabais, Señor, mis muchas maldades con nuevas mercedes” (Santa Teresa)…Para convertirse lo primero es volver los ojos al rostro de Dios

5. San Agustín en sus Confesiones, nos ha dejado un precioso testimonio de las luchas que tuvo que sostener, con todo lo inteligente que era, hasta poder decidirse a vivir lo que tan claro veía, pero lo que tanto le costaba: “A mí, cautivo, me atomentaba mucho y con vehemencia la costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia” (VI, 13). Escuchaba a sus pasiones, sus antiguas amigas, que le decían: “¿Nos dejas? Y ya no estaremos contigo nunca? ¿Y ya no te será lícito esto y aquello? ¡Y qué cosas, Dios mío, me sugerían con las palabras esto y aquello!” (VIII, 11,26). Pero hasta que no comenzó a fulgurar en el corazón de Agustín la luz de la Hermosura Nueva, no se rindió el buscador. ”Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé… Pero llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por tí; gusté de tí, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz” (X, 27,38)…

6. La frase clásica con la que antes se imponía la ceniza era la de “Recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir”…. La reforma litúrgica propuso un cambio de frase: “Convertíos y creed la Buena Noticia”, tomada de “el primer ‘sermón’ de Jesús” (Mc 1, 15). El cambio es profundo y conviene asimilarlo. Se pasa del temor al amor. De la amenaza a la invitación. De la tristeza, a la alegría de la Buena Noticia…

7. “Corrijamos lo que por ignorancia hemos cometido, no nos sorprenda la muerte sin haber hecho penitencia” Baruc 3, 2.

J. Marti Ballester

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