Víctor Codina
Rivista La Civiltà Cattolica
Marzo 2022

Os invito a leer este artículo del conocido teólogo Víctor Codina, que nos ayuda a comprender mejor la situación actual de la vida religiosa y nos sugiere posibles desarrollos para el futuro. Encontrareis aquí algunos extractos.

Veer artículo :
La vida religiosa: ¿del caos al «kairós»?

Una crisis inédita en la Iglesia occidental

Los historiadores de la vida religiosa conocen muy bien que a lo largo de la historia de la Iglesia han desaparecido algunos institutos religiosos, tanto femeninos como masculinos, tras unos años de vida fecunda. También constatan que cada ciclo nuevo de vida religiosa (el paso del monacato a los mendicantes, el paso de los mendicantes a las congregaciones apostólicas modernas…), supone una cierta crisis para el ciclo anterior que lentamente se recupera y adapta. La vida religiosa se ha ido enriqueciendo de la experiencia del desierto, de la periferia y de la frontera.

Pero lo que acontece en el mundo occidental hoy es diferente y nuevo, afecta a todos los institutos religiosos: falta de vocaciones, pirámides demográficas invertidas con mucha gente mayor arriba y una pequeña base de gente joven, además de numerosas salidas de la vocación religiosa a los pocos años de la profesión. Pero la pregunta es ¿por qué salen?

Esta situación tan generalizada provoca incertidumbre sobre el futuro de la vida religiosa y en muchos casos genera un clima de miedo y pánico: ¿desaparecerá la vida religiosa de las Iglesias del occidente cristiano? ¿sucederá también un fenómeno semejante dentro de unos años en Asia y África? ¿Hay que caminar hacia nuevas comunidades de vida religiosa?¿Sustituirán los nuevos movimientos laicales a la vida religiosa tradicional?

Si quisiéramos sintetizar esta situación en una palabra tal vez tendríamos que hablar de una situación caótica, de caos, una mezcla de confusión y desorden. Esta situación tiene consecuencias de todo tipo, no solo pastorales y espirituales sino institucionales, económicas, sociales, etc. ¿Qué hacer con las obras propias, educacionales, pastorales, de salud y sociales, cuando no hay personal religioso, ni recursos económicos para mantenerlas? ¿Cómo mantener los inmensos gastos de las enfermerías religiosas? ¿Cómo formar a la juventud religiosa en medio de este clima de inseguridad? ¿Qué futuro les espera a las jóvenes vocaciones que entran en comunidades muy envejecidas? ¿Es posible seguir soñando?

Frente a esta situación, coexisten dentro del seno mismo de la vida religiosa, posturas divergentes. Para algunos, se trata de un fenómeno pasajero, de una crisis temporal que pronto remitirá y se aducen ejemplos de algunas comunidades religiosas que han visto que últimamente aumentaban sus vocaciones. Otros, en cambio, optan por una postura apocalíptica, no hay nada a hacer, no hay futuro, no podemos seguir soñando.

Hemos de profundizar la situación actual para ver si hay alternativas posibles que no sean ni ingenuas ni catastróficas.

Explicaciones insuficientes

Muchas veces se intenta explicar este fenómeno de forma personal y subjetiva: las generaciones mayores de la vida religiosa no hemos dado suficiente testimonio evangélico; por otra parte, la juventud de hoy solo se interesa en disfrutar de la vida y pasarlo bien.

Es indudable que en la vida religiosa madura del pasado, no siempre hemos sido signos evangélicos transparentes y los abusos sexuales con menores han demostrado grandes grietas en la vida religiosa clásica. Pero no se puede afirmar que la vida religiosa actual represente una decadencia respecto a la del pasado, donde, sin embargo, había muchas vocaciones. No se trata de un problema únicamente personal, en el pasado había muchas personas santas en la vida religiosa, como las hay también ahora. El problema no es numérico sino algo más complejo, más formal que material, más institucional que individual, más de procesos en el tiempo que de espacios (cfr Evangelii gaudium [EG], nn. 225-230), más de estructura que de acciones concretas particulares.

Es cierto que entre la juventud hay personas encerradas en lo económico y material, poco sensibles a valores espirituales. Pero hay jóvenes generosos, dispuestos a sacrificarse por grandes causas sociales, ecológicas, de salud, migración, derechos humanos, justicia, etc., con voluntariados largos y muy comprometidos. Y muchos de ellos se abren a las dimensiones de la Trascendencia, al silencio y la oración. Tampoco aquí podemos hacer juicios valorativos sobre la calidad moral de la juventud de hoy frente a la del pasado. Son tiempos diferentes.

Lo que es cierto es que la juventud de hoy no quiere comprometerse en comunidades estrechamente ligadas a un pasado que ya no tiene futuro. Por tanto, esta crisis actual de la vida religiosa en occidente es un hecho tan extendido por todas partes que no puede explicarse ni responder por situaciones personales, sino que debe existir alguna causa objetiva, histórica, general, estructural, ya que la crisis afecta simultáneamente a todos los institutos. No es algo puramente cuantitativo o numérico sino esencial y vital, no es de detalle sino algo formal, una especie de Gestalt.

¿Qué puertas abre hoy el Espíritu a la vida religiosa?

Antes de hablar de la puertas que se abren a la vida religiosa, digamos que muchas instituciones religiosas están más preocupadas por reabrir las puertas que se cierran que en buscar las nuevas puertas que se abren. Y muchas veces las jóvenes vocaciones son destinadas a emplear toda su energía en reabrir o mantener abiertas las puertas que ya se están cerrando, en lugar de aprovechar su imaginación y creatividad para buscar nuevas puertas. Puede ser paradigmático el texto del Primer Libro de los Reyes, cuando Elías manda a su joven criado que suba siete veces al cerro para ver si emerge del mar alguna nubecilla que anuncie lluvia. Mientras, Elías, encorvado en tierra, ora de rodillas (cfr 1 Re 18, 41-46). Las vocaciones jóvenes han de otear el horizonte de nuevas posibilidades, mientras el resto ora en silencio.

Pero esta tarea de otear los signos de los tiempos y el horizonte queda facilitada gracias a los aportes de Francisco para la reforma de la Iglesia. Él sueña con una Iglesia de puertas abiertas, acogedora y hospital de campaña, que salga a la calle para callejear la fe y se dirija a los márgenes existenciales y geográficos donde la gente vive y sufre, una Iglesia que huela a oveja, que no sea aduana sino misericordiosa, ni sea autorreferencial, que sea una pirámide invertida, poliédrica, sinodal, una Iglesia en la que los pobres y su piedad son un lugar teológico privilegiado (cfr EG 197-201). Todo esto son pistas para una nueva vida religiosa abierta al futuro, kairós y fruto del Espíritu. Concretemos algunos aspectos de la conversión de la vida religiosa.

Volver a la pequeñez y minoridad de los orígenes

Los orígenes de toda fundación de una nueva comunidad religiosa son pobres, pequeños, débiles, pocos, desconocidos que se autodenominan pequeños: hermanos menores, mínimos, mínima compañía, hermanitos y hermanitas, pequeños hermanos y hermanas, etc. Con los años, esta pequeñez se ha convertido muchas veces en grandeza y ostentación. Hacemos la opción por los pobres, pero ya no somos pobres. Hoy las circunstancias nos devuelven a la minoridad de los orígenes: somos pocos, débiles y pobres, no tenemos el futuro asegurado, como tampoco lo tienen los pobres. No podemos ofrecer a las jóvenes vocaciones una seguridad y una garantía plena. Les podemos ofrecer una gran aventura evangélica, abierta al futuro y al viento del Espíritu.

Nos toca vivir la pequeñez del grano de mostaza y de la levadura (cfr Mt 13, 31-33), nos toca seguir a un Jesús que no tiene donde reclinar su cabeza. La vida religiosa no es un privilegio, es una emocionante aventura, un riesgo, pero un riesgo evangélico, abierto a la novedad del Espíritu. Nuestro auxilio viene del Señor y de la presencia vivificadora de su Espíritu.

Conclusión

¿Es posible pasar del caos al kairós? Es posible, pero no es algo instantáneo ni mágico, es un paso pascual que implica personal y comunitariamente pasar de la muerte a la resurrección, exige no aferrarse a un pasado caduco y abrirse a la acción novedosa, desbordante y vivificante del Espíritu de Jesús, que actúa desde abajo en momentos de crisis y muerte, cierra algunas puertas pero abre otras, un Espíritu que nunca está en huelga, ni en la Iglesia, ni en la historia de la humanidad.

La vida religiosa actual se asemeja al sentimiento del salmista del De profundis (cfr Sal 130), un salmo que comienza en la oscuridad de la noche, clamando con angustia al Señor y acaba abierto a la esperanza, como la del centinela que espera la aurora.