Solemnidad de la Santísima Trinidad (ciclo A)
Juan 3,16-18


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LA INTIMIDAD DE DIOS

Si por un imposible la Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente no. Por eso queda uno sorprendido ante esta confesión del P. Varillon: «Pienso que, si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo […] En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada».
La inmensa mayoría de los cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es solo amor, acogida, ternura. Esta es quizá la conversión que más necesitan no pocos cristianos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como Amor.
Dios no es un ser «omnipotente y sempiterno» cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario: una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad. ¿Podríamos confiar en un Dios del que solo supiéramos que es omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Parece más fácil desconfiar, ser cautos y salvaguardar nuestra independencia.
Pero Dios es Trinidad, es un misterio de Amor. Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien solo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente. Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del amor nos fabricamos un Dios falso, una especie de ídolo extraño que no existe.
Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es solo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el interés o el miedo. Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador. Pero esta religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe cristiana.
Solo cuando uno intuye desde la fe que Dios es solo Amor y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino Amor presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos por Jesús es que no puede sino amarnos.

José Antonio Pagola
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Santísima Trinidad

En este domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de la fe  y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, así empieza y termina la Santa Misa y el Oficio divino, y se confieren los Sacramentos. Igualmente A los salmos sigue el Gloria al Padre…; los himnos tradicionales acaban con la doxología y las oraciones con una conclusión en honor a las Tres Divinas Personas.  El misterio de la Trinidad es la síntesis de nuestra fe cristiana y del Año litúrgico.

Jn 3, 16 – 18
Este Evangelio, destaca la importancia de la fe y es muy consolador.
“Porque tanto amó Dios al mundo  que dio a su hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.  Es la declaración más sorprendente de toda la Escritura. Las expresiones de este versículo contienen detalles de gran valor, aquí debemos apreciar el énfasis que el evangelista hace en la clase y grandeza de este amor. El no puede ocultar su asombro cuando se va acercando a considerar el amor de Dios hacia este mundo hostil.

Su admiración es similar a la que expresa en su primera carta cuando dice: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios…” (1Jn 3, 1). Somos exhortados a considerar el grado tan infinito y la forma tan gloriosa en la que Dios nos ha amado. Esto nos ha de llevar a adorarle con todo nuestro corazón. También a reconocer que si amamos a Dios, se debe a que él nos amó a nosotros primero. Nunca olvidemos que es su amor el que hace posible el nuestro. “En  esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su hijo en propiciación por nuestros pecados”. (1 Jn 4,10).

Otro detalle que debemos notar es que el objeto del  amor de Dios fue el “mundo”. He aquí la grandeza de este amor, es capaz de abrazar al mundo entero, es decir, a la totalidad de la raza humana.
Ninguno de nosotros quedamos fuera del alcance del Amor de Dios, por más bajo que hayamos caído. Es cierto somos indignos de un amor de tan alto grado, pero Dios abre la puerta de la salvación a todos los hombres por igual. “ Dió a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Dios ha entregado lo más valioso que tenía, a su propio Hijo unigénito. Fue a este Hijo unigénito con quien desde la eternidad mantenía una relación de amor a quien entregó por los pecadores. El padre nos entregó lo que más quería, a su propio Hijo. No existe un don más grande.
Grandeza de su propósito: “para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16). Aunque el amor de  Dios, es inmensamente grande no servirá de nada a aquellos que no creen en él. La única condición que Dios pone es la fe, no  nuestras obras ni méritos personales.

Todo el que cree, en Jesús que murió y resucitó, tiene la vida eterna. Dios envió a su hijo al mundo para que pudiera ser salvado, no para condenarlo. Jesús es la clave de la Salvación.

Señor, te doy gracias por esta inmensa demostración de tu amor, por todos nosotros. “Cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: El Padre y yo vendremos a fijar en él nuestra morada. Porque donde está la luz, allí está también el resplandor; y donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.” (De las cartas de San Atanasio. Obispo.)
Este amor no hace distinción de personas; “ porque no hay acepción de personas para con Dios” Rm 2,11. Toda la humanidad sin distinción está incluida en este admirable amor.
El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el  Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en Persona, una vez que vuelve junto al Padre (Cf Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (Cf Jn. 17, 39) Revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad.

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